El desarrollo de un país depende antes que nada de la calidad de su organización social”. Así sentencia el destino de un país Sixto Jiménez, autor del libro Cuestión de confianza. Si observamos la calle desde la ventana de nuestra casa u oficina, podremos confirmar esta aseveración.

Mucho se habla de los grandes recursos naturales que poseemos en Bolivia y de nuestra privilegiada ubicación geográfica, al centro del continente. No obstante estas ventajas, seguimos siendo un país subdesarrollado. Y es que la confianza, una de las más grandes virtudes, no termina de arraigarse en la mayor parte de nuestras organizaciones. Las constantes marchas, bloqueos y medidas extremas evidencian esta realidad. Y el momento en que pierdo la confianza en mis autoridades, mis colegas o mis familiares, es cuando comienzan los problemas y las exigencias cargadas de presión, hostigamiento y, en general, violencia.

El conflicto entre vecinos y transportistas desvela una pugna egoísta que sólo protege intereses personales. Unos exigen un servicio completo, sin tomar en cuenta la inflación económica; los otros burlan lo público de su servicio en beneficio propio. Otro claro ejemplo es la Policía. Cerca de dos tercios de los crímenes perpetrados en la ciudad no son denunciados a las autoridades competentes por falta de confianza. No hace mucho, en las oficinas de Tránsito, uno acudía con la  certeza que debía “invertir” más de lo estipulado para “agilizar” sus trámites.

Ni qué decir de las instituciones públicas. De ahí salen los chistes sardónicos sobre sus empleados, y las continuas quejas de los que acudimos a sus instalaciones predispuestos, casi naturalmente, a tratos indiferentes o esperas interminables. En esa línea siguen las universidades públicas y privadas. Mientras las primeras se convierten en círculos políticos para la obtención de pegas, las segundas priorizan la plusvalía de sus cuentas, dejando a los estudiantes con un sabor amargo respecto a su verdadera misión: el academicismo.

La confianza es un valor que se consigue luego de mucho esfuerzo, pero que se pierde con una facilidad única. Las empresas más exitosas asientan su superación en el compromiso moral; las organizaciones sociales más fuertes son aquellas que muestran credibilidad a sus miembros, con elecciones justas, administración transparente y participación constante. Recuperar la credibilidad, cuando se la pierde, es una tarea que toda institución observada debe llevar adelante, buscando que los trabajadores se involucren en un proceso de revinculación con sus funciones y tareas. Y al mismo tiempo se nutran del valor de una comunicación fluida y abierta hacia toda la ciudadanía, que exige consideración. El volver a confiar en nuestros semejantes es el primer paso hacia una sociedad moderna.