Wilstermann ha tropezado con la misma piedra que otras entidades de nuestro fútbol encontraron en su camino. Un jugador paraguayo, de apellidos López Centurión, llegó a Cochabamba —supuestamente todo estaba acordado entre las partes— pero desapareció al poco tiempo.

El club que vuelve a la Liga se ha propuesto sentar un precedente, y al parecer inició de inmediato los trámites  para que la burla del futbolista paraguayo no tenga éxito.

Otra institución liguera decidió hacer un examen médico realmente minucioso a un futbolista extranjero de alto costo, en el intento de no tropezar con esa otra piedra: futbolistas que tienen una lesión, antigua o reciente, pero mal curada, y que luego no rinden o le echan la culpa del problema  a su nuevo empleador.

Pese a tantos años de experiencia, los clubes vuelven a enfrentarse con situaciones inadmisibles: traen un futbolista, nacional o extranjero, pero casi siempre procedente del exterior, y pasan los días (¡y las semanas!) y no llega el famoso “transfer” que permita la actuación totalmente reglamentaria del jugador.

Son piedras de larga data que no se pueden soportar: porque hay mucho dinero en juego —y en los últimos días se barajaron abundantes cifras sobre ese “mucho dinero”— y resulta perjudicial tener a un jugador parado, un jugador quizás valioso, tal vez un refuerzo de verdad.

Es hora de que los cambios de directorio no deriven en la ignorancia  de esos pequeños grandes detalles, porque nos llevaría a  pensar que “muchos directivos pasan, pero las piedras quedan”.