Icono del sitio La Razón

Reconciliación

Después de una serie de comedias lamentables entre 1999 y 2010 (Una terapia peligrosa; Los padres de ella, Los padres de él y Ahora los padres son ellos), mi percepción del trabajo de Robert de Niro se vino abajo. Después de la colaboración de dos décadas con Scorsese, que entregó a la historia del cine actuaciones de un nivel insuperable, De Niro accedió a realizar películas de tercer rango. Pero las comedias mencionadas no son nada al lado de la triste Todos están bien de 2009, dirigida por Kirk Jones.

La gran película de Tornatore Stanno tutti bene de 1990, realizada a partir de un guión escrito por él mismo (director de las magníficas Cinema Paradiso y Malena), por Massimo de Rita y Tonino Guerra, el legendario escritor y guionista que colaboró con Antonioni, Fellini, Angelopoulus y los Taviani, es retomada por Jones para generar una versión miserable. ¿El protagonista de Stanno tutti bene de Tornatore? Un impecable Marcello Mastroiani. ¿Por qué aceptaría De Niro participar en este pésimo remake? ¿Por qué aceptó participar en las comedias arriba mencionadas?

Así las cosas, hace un par de semanas llegó a mis manos el DVD Being Flynn de Paul Weitz (2012) (¡el director de “Ahora los padres son ellos”!). Es así que logro “reconciliarme” no sólo con De Niro, sino con un director artísticamente menor que logra dar el salto hacia una producción que se aleja de los rasgos del pésimo cine hollywoodense comercial y se acerca más a las iniciativas independientes.

Weitz logra recuperar algunos rasgos fuertes del De Niro de antes, acompañados por actuaciones de primer orden de Paul Dano y Julienne Moore. Basada en las memorias del verdadero Nick Flynn (interpretado por Dano), la película relata la historia del niño y luego del muchacho que atraviesa el abandono del padre y el suicidio de la madre, sólo para terminar encontrándose con aquél en el refugio para pordioseros donde trabaja, en Nueva York. Desde la perspectiva del cine comercial, la historia daba para un megadramón. Más bien, Weitz opta por la intensidad y por, precisamente, enfocar más en las actuaciones y en la profunda tensión que éstas logran en las relaciones humanas de la trama. Un balance arduo (y asombrosamente exitoso) se obtiene entre la complejidad de la historia y la puesta en escena, evitando —a nivel de la dirección— la grandilocuencia, el exceso, la banalización.

De Niro llega a personificar de manera brillante al alcohólico, delirante, furibundo, solitario y verborreico Jonathan Flynn. Además de ello, su homofobia y su racismo, la seguridad respecto a la grandeza de sus escritos (porque además, se trata de la historia de dos escritores —padre e hijos—), y su capacidad de levantarse luego de tocar fondo lo convierten en personaje espeso, denso, difícil, al que Weitz encara con inteligencia y De Niro con la entraña a la que nos había acostumbrado.