Dentro del alma
Rembrandt no fue un heredero de los manieristas, sino más bien un expresionista del alma

La primera vez que estuve en Moscú, que en realidad fue la primera y única, ocurrió un par de años antes del derrumbe del socialismo. Apenas llegamos, nos reunieron los funcionarios de inteligencia para decirnos que no deberíamos hablar con nadie que no sea participante de la conferencia, y que no podíamos caminar sin la compañía de un miembro del equipo de seguridad. La verdad es que esos camaradas al parecer no eran muy inteligentes, porque ninguno de los participantes sabíamos ni pepa de ruso, y fuera de la conferencia nadie sabía inglés y menos aún español, por lo que su recomendación de no hablar con nadie era del todo inútil.
Después de dos largas jornadas de conferencias, el tercer día nos llevaron a pasear por algunos lugares históricos y nos permitieron tomar algunas fotografías. Después de visitar la impresionante Plaza Roja, construida durante el tiempo de los zares y cuyo nombre no tiene nada que ver con el color que identifica a los comunistas, sino que deviene de una palabra rusa que significa bonita, nos hicieron subir al bus para llevarnos al Museo Pushkin de Bellas Artes, el cual considero que está bastante cerca porque llegamos en pocos minutos.
Apenas bajamos del bus, quedé impresionado por sus columnas jónicas que le dan un aire de verdadera solemnidad. Una vez adentro caminamos por varias galerías y me quedé en una, con la vista maravillada frente al cuadro que tenía delante mío, no porque yo sea un crítico de arte ni mucho menos, por el contrario, mis conocimientos sobre pintura eran, y todavía lo son, bastante modestos; sin embargo, la expresión de los rostros, pintados en óleo sobre madera, llegaban a través de los ojos hasta el alma, transmitiéndonos la pasión y las emociones de ese momento, tal como si el autor hubiese estado allí para perpetuarlas con su pincel, cosa que no era así porque se trataba, nada más y nada menos, que de la majestuosa obra de Rembrandt: Cristo expulsando a los mercaderes del templo.
A partir de esta experiencia me interesé más por la pintura, en especial por las obras de Rembrandt, quien, a mi modesto entender, no fue un heredero de Miguel Ángel y los manieristas, como han querido mostrarlo algunos, sino más bien lo que yo llamaría un expresionista del alma, como lo atestiguan los dos retratos de mujeres ancianas y el retrato de su hermano Adriaen, pinturas que se encuentran en el mismo museo. Incluso su autorretrato de 1699, que lamentablemente sólo pude verlo en fotografía, transmite la profundidad con la que Rembrandt entra al alma.