El desarrollo sostenible, como lo definió la comisión Brundtland, se observa cuando una actividad resulta ser económicamente viable, socialmente equitativa y ecológicamente soportable. Así, si es viable, equitativo y soportable, entonces es sostenible. A partir de estos conceptos, los economistas categorizaron cuatro grados de sostenibilidad.

La débil se refiere a los casos donde los factores de producción son absolutamente intercambiables, y el mercado hace que se sustituyan o acumulen conforme a su escasez relativa. También hay casos donde ya no es tan fácil la sustitución de los factores en forma natural por el mercado, por lo que debe participar el Estado, a lo que se le conoce como sostenibilidad moderada. Además, está la sostenibilidad fuerte, que es aquella que estima que el capital natural puede ser reemplazado o sustituido con mucha dificultad. Finalmente, la sostenibilidad muy fuerte es la que dice que el capital natural no puede sustituirse.

Según Wackernagel y Rees, la superficie de tierra que necesitan los humanos para soportar la vida se le conoce como huella ecológica. La media mundial es 2 hectáreas (ha); en Mozambique es de 0,5 ha; en Estados Unidos 10 ha, etc. En general, hay correlación positiva entre el índice de desarrollo humano y esta huella.

Actualmente la vida de los humanos se soporta con 1,6 planetas. Por ello, con el paradigma actual de desarrollo, los países subdesarrollados ($us 10.000 de ingreso per cápita anual) llegarían a ser desarrollados ($us 40.000 de ingreso per cápita anual) a costa de “12 planetas”.

Por lo anterior, es necesario pensar en alternativas para que el mundo sea sostenible, reduciendo la huella ecológica. ¿Cómo hacerlo? Disminuyendo el consumo, adquiriendo lo que se produce localmente, eliminando los empaques, aminorando los desperdicios de comida, etc. Por ejemplo, en Europa al año se desperdician 205 millones de toneladas de comida, 34% es desperdiciada por los consumidores y 66% durante la producción, cosecha, proceso y comercialización. En ese continente se aprovecha sólo la mitad de una papa; se desperdicia el 45% de las frutas y vegetales, 33% de los granos, 30% del pescado, 20% de la carne y 12% de los productos lácteos.

El consumo responsable y sostenible entraña un verdadero esfuerzo en la reducción de estos niveles de desperdicio. Pero requiere niveles de innovación tecnológica sin parangón. Debemos ser un planeta más austero, teniendo los mismos niveles de satisfacción de necesidades, pero consumiendo menos.