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Reconciliar lo irreconciliable

Viendo cómo encuentra a Bolivia este nuevo festejo de las fiestas patrias, recordé a una periodista belga que (preocupada por los enfrentamientos en el país, ya no sólo ideológicos, sino físicos) me preguntaba en 2011 si era posible reconciliar y conjugar los intereses particulares con el interés común. Le dije que sí.

Y dije que sí, pues considero que medioambiente y mercado no son antagónicos, así como tampoco, desarrollo y conservación son incompatibles. Creo en la producción socialmente responsable, y que Bolivia puede tener una economía próspera conjugando la pluriculturalidad y el empoderamiento de los pueblos indígenas, aunque para todo ello dependerá de lo bien o mal que actúe el Estado.

La preservación de la naturaleza y la producción de bienes y servicios orientados al mercado exigen que el Estado juegue su indelegable rol de legislar con racionalidad en función de lo que él mismo pueda cumplir y hacer cumplir; muchísimo mejor si fuera induciendo (incentivando y recompensando) a quien genere riqueza y aporte empleos, respetando el medio ambiente.

Si el conservacionismo a ultranza sólo lleva a la postergación, lo correcto será conjugar el objetivo del crecimiento económico y la mejor distribución del ingreso (mayor acceso a la salud, educación, oportunidades de autoayuda y transferencias públicas focalizadas) con el racional aprovechamiento de los recursos naturales y la biodiversidad. Eso sí, sin perder de vista que la naturaleza debe estar al servicio del hombre, y nunca al revés.

La pobreza, por definición, es destructora no sólo del hábitat, sino de la vida y del hombre mismo. Por tanto, el Estado debe premiar la producción socialmente responsable, inclusiva, no discriminadora, que amalgame la búsqueda del beneficio individual con el compromiso social. Parafraseando al filántropo suizo Stepahn Schmidheiny, no puede haber empresas exitosas en países fracasados, así tampoco pueden haber países exitosos con empresas fracasadas. El factor concomitante para que ambos ganen es la Responsabilidad Social, y es responsabilidad del Estado el apoyar toda iniciativa individual privada que, siendo legal, genere riqueza; asimismo, otros modos de producción como el comunitario, cooperativo y estatal, este último allí donde sólo pueda hacerlo él por su gran portento.

Estoy persuadido de que Bolivia puede tener una economía próspera sin renunciar a su espectacular avance social. Para ello habrá que educar apropiadamente a la población, haciéndole ver que la pluriculturalidad y las diferencias deben ser un factor de unión entre diversos antes que de separación entre iguales, porque Dios no hace acepción de personas; igualmente, que el empoderamiento indígena no debería significar la postergación de las posibilidades de desarrollo de Bolivia.
Hacer las cosas con equilibrio, hablar con honestidad y actuar con transparencia debería ser la tónica para llegar a acuerdos, si bien la historia muestra una vez más que lo que se siembra se cosecha…

El vehemente discurso indigenista y el empoderamiento de los pueblos originarios (consagrado en la nueva Constitución Política del Estado) constituyen hoy un freno a proyectos de industrialización y vertebración del país, resultando una camisa de fuerza de la que no se podrá salir sin un alto costo político. ¿Cómo evitar que la sangre llegue al río? Un desarme espiritual, que busque el interés común y armonice lo que parece irreconciliable, resulta imprescindible.