‘Charing Cross Road’
Amaban los libros, pero no sólo su contenido, también al objeto, la encuadernación, el papel...
Esta es la historia de una amistad construida entre personas que nunca se vieron, pero que pertenecían a una extraña sociedad (a veces secreta), a una cofradía diríamos mejor. Amaban los libros. No sólo los textos en general, sino las ediciones especiales. Es decir, buscaban el contenido pero también adoraban al objeto, el trabajo de encuadernación, el tipo de papel, el de la letra. En fin, sentían un placer casi sensual frente al libro. Buscaban determinadas traducciones, compraban textos que ya tenían pero que poseían un prólogo que les precedía; es decir, adquirían algo que en un 90% ya tenían tan sólo por el 10% de plus que les daba una nueva introducción.
Estos amigos (Helene Hanff y los trabajadores de la librería Marks & Co.) vivían a 7.000 kilómetros de distancia; pero eso no importaba, corría el año 1949 y los servicios postales eran confiables y eficientes. Por ello, Helene mandaba por carta no solamente su pedido sino también algunos billetes de dólar con los que pagaba los libros usados que adquiría.
Hanff había crecido viendo obras de teatro gracias a que su padre confeccionaba camisas y, a veces, recibía como pago entradas para las funciones. Su sueño fue escribir guiones para las tablas, pero nadie quiso poner en escena sus trabajos. Para vivir se dedicó entonces a escribir guiones para televisión y le fue muy bien.
Con el tiempo, sus cartas publicadas en el libro que titula como esta columna (84, Charing Cross Road) le dieron la fama que la dramaturgia no le dio. Gracias a las ganancias obtenidas por los derechos de autor pudo finalmente viajar a Londres, pero la librería había cerrado, y quien le escribía había muerto.
La obra fue llevada al teatro y luego al cine (desde ayer que ando buscando la película. Se agradecerá datos al respecto).
Como pertenezco a la misma cofradía de Helene, he disfrutado mucho leyendo su correspondencia, sus pedidos extraños, su reniego, porque algunos de los textos enviados no eran de los mejores. Y miren cómo son las cosas, justo lo leí en tiempos de la Feria Internacional del Libro en La Paz.
Así que inspirado fui y gasté un montón en libros. Pero qué mejor destino podía tener mi sueldo. En el fondo, sigue siendo una pena, como diría Felipito de Quino, que se impriman más billetes que libros, pero que éstos por lo menos sirvan para ayudarnos a viajar imaginariamente por los textos y con los textos.