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Peregrinaciones de los tiempos

Millones de personas pasan por aeropuertos del mundo diariamente. Cansados, sedientos y hambrientos, urgidos de comunicaciones y anhelantes de su destino final, caen allá, donde alguien saca ventaja de sus necesidades básicas y las explota al máximo.

Beber, comer, descansar, comunicarse son nichos de actividad económica ampliamente especulativos en los aeropuertos, libres de control o normativa. Tierra de nadie, sin gobierno para especuladores, ni protección para consumidores.  Adicionalmente, las áreas denominadas duty free (libres de impuestos, supuestamente…) son paso obligado.

Saliendo de un avión el viajero dará de narices con callejones de estantes atestados de productos suntuarios; y no menos frecuente el mismo cuadro para dar con las puertas de embarque. Un verdadero acoso. Más aún, cuando el pobre pasajero, en ese mismo territorio, ha tenido que vérselas complicada para sobrevivir.

¿A quién pertenecen los aeropuertos en el mundo? ¿No debieran ser espacios públicos regidos por principios sociales, como fue en otros tiempos? Los estados han entregado irrestrictamente esos servicios a manos inescrupulosas. Es que en el capitalismo es legal obtener beneficios de la vulnerabilidad de los otros; está moralmente validado.

Y eso no es todo. Los estados han entregado también las transportadoras aéreas a esas mismas manos; porque llegamos a los aeropuertos mediante empresas no menos usureras. En los precios de los pasajes, en los itinerarios, en los horarios, sí y sólo sí, el pasajero pierde. Ni hablar de lo que se tiene que comer durante el vuelo, en muchos casos degradante.

Las leyes internacionales debieran amparar a los usuarios mediante disposiciones simples y posibles, como que a tantas horas de vuelo, bajo responsabilidad de una aerolínea, un ciudadano tenga derecho a una sensata cantidad y calidad de alimentación y agua, por ejemplo; o que el mínimo espacio de asiento esté regulado a una escala humana media (no mínima); o que los precios de los boletos estén en relación a la distancia de vuelo, no al libre albedrío de gerentes. Cosas así, elementales a la dignidad del ser humano, que los países podrían garantizar, en derecho, a sus ciudadanos. Qué lejos estamos.

Por si todo esto fuera poco, hay otro ambiguo territorio más que atravesar en el trayecto: migraciones y aduanas. Allá se puede desvestir a las personas, si les parece, o profanarles el cuerpo y las pertenencias, también. Maltrato, desprecio, abuso son moneda corriente en ese purgatorio, donde los seres humanos son considerados peligrosos sin excepción ni matiz.

En un aeropuerto europeo una vez vi cómo pusieron presa a una ciudadana polaca por intentar sobrepasar la fila de migración para no perder su conexión. La perdió, junto con sus derechos.  Nos hemos acostumbrado a todo esto, sin decir nada, cuando —paradójicamente— somos la fuerza que sustenta ese monumental andamiaje económico. ¿Y si fuéramos a huelga por un día..?