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Friday 19 Apr 2024 | Actualizado a 04:42 AM

Latinoamérica afrodescendiente

Los que no han tenido colonias no saben lo racistas que habrían podido llegar a ser.

/ 19 de agosto de 2012 / 05:06

La desigualdad incesante, el despotismo social, la inseguridad ciudadana, vías fecales de la democracia en gran parte de América Latina, tienen mucho que ver con el racismo, que es como la clave de bóveda que reúne y lubrica a todos ellos.

La presidenta argentina, Cristina Fernández, profesional de la invectiva, atacó la semana pasada el problema, pero en el mejor estilo autocomplaciente barrió la mugre debajo de la alfombra atribuyendo al prójimo el copyright de la xenofobia, que como cosa “medio feíta” afecta a Europa. Y menos aún podía faltar el recurso a la Inquisición, que sirve tanto para un barrido como para un fregado, y puede hacer creer que los únicos que quemaran al réprobo en los siglos XVI y XVII fueran españoles. Por ello, es una pena que no incluyera en su admonición la caza de brujas en la Europa central, que ajustició a tantos o más disidentes que los 9.000 o 10 mil que dispuso para el cadalso la institución española.

Pero la señora Fernández tenía muchísima razón. El Frente Nacional francés, los ultras austriacos que hasta ganan elecciones, los brotes insumisos de la extrema derecha en los Países Bajos, Dinamarca y la península escandinava, más los que se agazapan contra el inmigrante en el PP español, así lo atestiguan. Muchísima razón, si no fuera porque con esa diatriba estaba exonerando a su país y por extensión al resto de América Latina. La viuda por antonomasia olvida “la guerra del desierto” en la Argentina de fin del XIX, así como que el cuasi exterminio de los indios fue obra del criollo y no de los españoles, que habían tenido otras matanzas más urgentes a que atender. Si el latinoamericano medio quiere sentirse a gusto en su piel exportando el racismo a otras tierras, preferentemente hispánicas, no tiene más que leer Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo de origen italiano Eduardo Galeano (en plan vulgata para el aficionado al trazo grueso) y, en modo ya plenamente académico, con sus atroces conclusiones, La patria del criollo, del guatemalteco hijo de españoles Severo Martínez.

El combate contra el racismo ha sido una poderosa arma electoral para Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia, aunque ahora habrá que ver si de tanto cambiar las tornas se va a armar en La Paz un nuevo racismo antiracista; la venganza de los perdedores. La ocasión hace al ladrón. Y al racista.Los que no han tenido colonias no saben lo racistas que habrían podido llegar a ser.

España, antes que otros imperios occidentales, estratificó las Américas en clases o grupos sociales racialmente segregados, y ese chip colonial no desapareció porque a mediados del siglo XIX se decretara la igualdad legal de todos los ciudadanos, cualquiera que fuese su color. El racismo latinoamericano ya no persigue la ostentación, sino que discurre por el eufemismo y la vía subterránea, operando la traslación de responsabilidades a la antigua metrópoli. En muchos países de la región se ha enseñado en los colegios que España colonizó aquellos territorios con la hez de sus cárceles. Si eso fuera verdad, hasta podría explicarlo todo.

El racismo, una u otra forma de  creer (y poner en práctica) que la sociedad está poblada de superiores e inferiores, se halla en la base de la desigualdad en América Latina, estrechamente aliada con el estigma del color; el despotismo social lo ejerce un puñado de criollos que dicta las normas del quién y el cómo al resto del país; y la inseguridad personal es consecuencia directa de las dos realidades anteriores, a las que ofrece su mejor oportunidad de actuación el supremacismo racial.

Y contra ese déficit social hay quienes en lugar de promover una integración ciega al color, trabajan para la revancha, o, más benévolamente, propugnan un nuevo tipo de apartheid basado en la contra-soberbia étnica. Y así se extiende por América Latina, en una imitación mostrenca de Estados Unidos, el calificativo de “afrodescendiente” para designar al negro. ¿Acaso los criollos se autodenominan “hispano” o “eurodescendientes”? Se obra de esa manera por un respetable orgullo de reivindicar el origen africano, pero también se ahonda en el aislamiento de quien para responder a la discriminación acaba discriminándose a sí mismo, al negarse la forma natural de identificación por la nación que le corresponda. ¿Alguien en su sano juicio podrá sostener que el equipo que ganó el oro de baloncesto a España en Londres era de afrodescendientes norteamericanos y no el de los EEUU?

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Entre manuales y recetas

Las redes amplían las opciones del periodista, pero la información final siempre será presencial.

/ 21 de julio de 2016 / 04:14

En estos tiempos de zozobra digital los jóvenes periodistas del mundo de habla española parecen sentir una gran necesidad de encontrar respuestas, llave en mano, a sus problemas profesionales. Todo lo cual estaría muy bien si no resultara con alguna frecuencia un esfuerzo puramente nominativo, como si hubiera por ahí un oráculo de Delfos que pudiera resolver cuestiones que solo tiene sentido plantear en la práctica. Ortega llamaba terrorismo de los laboratorios a la fe con que en el siglo XIX se creyó en la ciencia como solución a todas las cuitas del ser humano, y con esas tribulaciones actuales pasa algo parecido.

La Red de Ética de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) de Cartagena, dirigida por el gran maestro Javier Darío Restrepo, realiza una gran labor de desescombro de las dudas de sus corresponsales, y, al mismo tiempo, el tenor de preguntas y dificultades que formulan es todo un muestrario de lo que antecede.

Son legión los que piden una fórmula para resolver una ecuación, despejar la incógnita narrativa del texto, sea crónica, reportaje o entrevista. Estamos ante un presunto racionalismo basado en la creencia de que a cada pregunta le corresponde una respuesta. Y las tentativas de respuesta afloran con la mejor buena voluntad en forma de códigos, manuales, recetas. Los interrogantes son de lo más variado: ¿cómo cubrir un desastre?; ¿qué ocurre si es una mujer la que cubre determinado acontecimiento?; ¿es legítimo publicar fotos de cadáveres?; ¿cómo informar de un secuestro de manera que no perjudique al secuestrado o a sus familiares?; ¿qué hay que hacer si la fuente o el interesado quieren invitar a algo? Cuestiones que la fundación hace muy bien en airear, porque revelan la naturaleza de las preocupaciones de la clase periodística, para suscitar, así, el debate entre los comunicantes y hallar la mejor respuesta. Y no es que yo esté en contra de la teorización ni de inevitables generalizaciones, sino que las respuestas solo pueden ser genéricas a la manera de lo que decía un gran periodista a cuyas órdenes trabajé: “En caso de duda, haz periodismo”, o son tan numerosas y distintas como lo es cada caso. En periodismo, y yo me congratulo de que así sea, saber que tres por tres es igual a nueve es solo relativamente útil porque puede que acaben siendo 10. Hay respuestas específicas y respuestas genéricas, pero nunca respuestas específicas a preguntas genéricas. No busquemos manuales de autoayuda porque no los hay.

Y en todo este embrollo juega un papel, que no rol, la novísima tecnología de lo digital. El conocimiento enciclopédico de cualquier cuestión que nos prestan las redes, la evidencia de que con su auxilio el texto más sencillo y escueto puede convertirse en una vastedad comparable a la biblioteca de Alejandría, es a la vez una fortuna y una asechanza. Un amigo decía que el periodismo de investigación consiste en un abanico lo mejor y más amplio posible de contactos unido a un adecuado manejo del periodismo de datos. Las redes han venido a ensanchar las posibilidades narrativas de nuestra profesión, como en un citius, altius, fortius de ambiciones olímpicas, y se adaptan especialmente bien a esa necesidad de encontrar códigos y respuestas a nuestras dudas, al tiempo de que son por sí mismas un semillero inacabable de temas y de sugerencias de temas. Esa es la gran fortuna. Pero existe igualmente un gran peligro. El mundo periodístico-digital es un laberinto en el que hay que saber entrar, plantear y resolver los interrogantes que sea menester, y a continuación, saber salir, porque la información final, la que dará sentido y colofón a nuestro trabajo, siempre será presencial y nos aguarda en la calle; por ello es importante que el profesional del periodismo no deje nunca de saber dónde está la puerta de salida; porque ese es un camino de ida y vuelta.

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Perú elige no elegir

El fujimorismo carece de fuerza para imponerse claramente y el antifujimorismo no tiene contenido

/ 13 de junio de 2016 / 03:23

A las presidenciales del anterior domingo en Perú se presentaban dos candidaturas que tienen al país dividido en partes prácticamente iguales: la de Keiko, hija de Alberto Fujimori, expresidente golpista, y Pedro Pablo Kuczynski (PPK), líderes ambos de coaliciones básicamente negativas, en contra del otro tanto o más que a favor de sí mismas.

La del exbanquero, derecha clásica, contaba con un único elemento aglutinador, todos-contra-Fujimori; y la de Keiko era una vaga marea populista, sobre todo de origen rural y modestos medios, contra la élite limeña, pero igualmente conservadora. Y la nación en vez de votar sí a quien sea, ha preferido decir “no” a la hija de Fujimori, que perdió, como se dice en inglés, “por la piel de los dientes”.

La democracia peruana, con prensa independiente, libertad de expresión y elecciones cuando toca, padece, sin embargo, graves disfuncionalidades, la mayor de las cuales puede ser la inexistencia de un sistema estable de partidos, que aparecen en coyuntura electoral y desaparecen sin dejar rastro. A todo ello puede haber contribuido el fujimorato (1990-2000), la gobernación del padre, que en 1992 se dio un autogolpe de Estado para moverse sin trabas constitucionales y a consecuencia del cual está hoy en prisión. Y la gran ironía es que Keiko había creado, Fuerza Popular, lo más parecido a un partido político moderno, que ha sido la única fuerza realmente vencedora en las toldas del fujimorismo, porque obtuvo en las legislativas 73 escaños de 130; resultado, éste, que completa el galimatías de una opinión que da la mayoría absoluta al partido de la hija, pero que cuando hay que votar a la persona solo le concede el empate técnico con un adversario especialmente átono y que hasta hace muy poco tenía nacionalidad norteamericana.

Al cabo de décadas de excelentes indicadores económicos, aunque últimamente algo desmejorados por la crisis, parece como si en Perú lo “macro” fuera incapaz de filtrarse hasta lo “micro”, con un descontento generalizado que redobla el grave deterioro de la seguridad ciudadana, pese a que las cifras no llegan a las cúspides de criminalidad de países centroamericanos. Keiko, que lleva 10 años preparándose para ser presidenta, no existiría políticamente si Alberto Fujimori no hubiera derrotado al movimiento presuntamente revolucionario Sendero Luminoso, pero igualmente los excesos de su mandato son los que han armado una coalición antifujimorista, con lo que haya más a mano. Y todo ello como un dèja vu, porque ya en 2011 la Primera Hija fue derrotada por Ollanta Humala, el presidente hoy saliente, que encabezaba una coalición, izquierda incluida, muy parecida a la actual.

El fujimorismo carece de fuerza para imponerse claramente y el antifujimorismo no tiene contenido propio, lo que pone al país en una situación de tablas permanente. Una pista sobre el futuro de ese cul de sac podría darla la capacidad de Keiko de preservar la existencia de su partido más allá de su comportamiento electoral, aunque ya se especula, en la mejor tradición nacional, con que parte de sus diputados estarían dispuestos a trabajar con PPK. Así es como Perú eligió el domingo no elegir.

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Ni contigo ni sin ti

La mera celebración del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE ya es una catástrofe.

/ 30 de mayo de 2016 / 05:12

El 23 de junio el Reino Unido votará sobre su permanencia en la UE, y, aparte de que es francamente proceloso determinar qué sería mejor para Europa, que se queden o que se vayan, la mera celebración del referéndum ya es una catástrofe.

Han menudeado testimonios de personalidades a favor del statu quo. Barack Obama ha cargado con todo el peso de la llamada “relación especial” del lado del Sí. A la fuerza ahorcan, porque el peón británico bien situado en Europa es un factor, si no imprescindible, sí apreciable de la estrategia de cualquier ocupante de la Casa Blanca. Se han desmarcado únicamente Marine Le Pen, que ve aliados en cualquier reticencia ante la UE, y el inefable Donald Trump, que ya tendría tiempo de cambiar de opinión en el caso, aún hoy improbable, de llegar a sentarse en el despacho Oval.

El premier David Cameron, que está convencido de que sería un desastre la retirada, lo ha apostado todo a una votación en la que se presenta como aquel que ha sido capaz de arrancar de una Europa, siempre renuente, un new deal para la tierra del bombín, la cartera y el paraguas. Pero es en su partido, el conservador, en el que encuentra la mayor concentración de antieuropeos, que juegan, como el exalcalde de la capital Boris Johnson, a sacar a la vez al país de la UE y a Cameron de Downing Street.

Los argumentos tanto en favor como en contra son aparentemente sólidos. Sin el Reino Unido es como si “Roma ya no estuviera en Roma”, que dijo Gabriel Marcel, y con los insulares dentro acontece que dos son multitud. Tras el fuerte desapego británico hay una conciencia reptante de que los naturales se parecen cada día más a los continentales, a los franceses (frogs) que, como dijo Mme. Thatcher: “No hacen más que perder guerras”; a los alemanes, por los que “no tenía ningún aprecio”; y a los pueblos del Sur, que “no eran de fiar”, como contó un alemán de St. Antony’s, nacionalizado lord Dahrendorf, todo lo que ha contribuido a construir un reflejo hiperlocalista. Y la estadística refuerza el patriotismo. Se asegura que el café le va ganando terreno al té, cosa que podría suponer para el británico castizo un grave problema de empleo del tiempo: ¿qué hacer a las cinco de la tarde?

El resultado del referéndum será en sí mismo malo porque si, como parece posible, se resuelve, digamos, por un 51% a 49%, incluso a favor, habrá una exigua mayoría de los que se quedan, pero solo debidamente sobornados, y una gran minoría de quienes, ni con trato especial, quieren avecindarse en Europa. Y, por último, la consulta marca un camino, el de una UE no ya a dos velocidades, sino de compartimentos estancos, ciudadanos de primera y de segunda clase. A todo eso es a lo que cabe llamar una catástrofe.

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El estado del golpe

La polémica ‘golpe sí, golpe no’ es estéril. Lo que hay es un sistema político fuertemente disfuncional

/ 2 de mayo de 2016 / 07:48

La ofensiva contra la presidenta Dilma Rousseff se debate en torno a la cuestión tan teórica de si asistimos a un intento de golpe de Estado de la derecha o son los pecados de la líder brasileña los que justifican el procedimiento legal para mandarla a casa. Se le acusa de “crimen de responsabilidad”, consistente en haber maquillado las cuentas fiscales para absorber el déficit y presentarse a la reelección con mejores perspectivas. El ordenamiento jurídico brasileño es lo bastante vaporoso como para hacer legal muchas cosas y que eso sea un “crimen de responsabilidad” es solo asunto de intereses, así como que la contabilidad “creativa” dista de ser infrecuente incluso en el Primer Mundo. Y la señora Rousseff jura que no se ha metido un “real” en el bolsillo, lo que sí constituiría un delito de esa índole.

¿Cuánto de “golpe” tiene la operación? La posición de la gran empresa brasileña es la de que la Presidenta “es una amenaza para el crecimiento”. Y la patronal FIESP (Federación de Industrias de Sao Paulo), líder de la hostilidad a Rousseff, pagó a fin de marzo una campaña masiva de publicidad en la prensa paulista cuyo leit motiv era que el juicio político de la Mandataria, que al día de hoy parece seguro, es imprescindible para evitar “la destrucción del país”.

Los defensores de Rousseff argumentan, en cambio, que la razón de fondo del “golpe” es el control del “presal”, vastas reservas petrolíferas submarinas, que esa derecha quiere entregar cobrando sus coimas, dicen, al hipercapitalismo mundial. Y para ello habría que despejar del poder a la señora y su predecesor, aspirante a sucesor, y Deus ex Machina de un Brasil presunta potencia mundial, Inácio Lula da Silva; e igualmente acusa a esos intereses de servirse de hackers en las redes para emponzoñar el ambiente, mientras el lulismo no deja de clamar “Petrobras es Brasil”, la megaempresa petrolífera de la que se han desviado miles de millones de dólares con que se alimentaba toda la trama. Curzio Malaparte (autor de Técnica del golpe de Estado) no habría imaginado que el putsch se hubiera modernizado hasta el punto de que pudiera pasarse de uniformes.

La polémica “golpe sí, golpe no” es básicamente estéril. Lo que hay es un sistema político fuertemente disfuncional encarnado en un congreso de 513 diputados y 28 partidos, seis más que en la última legislatura, donde ninguno ni remotamente se acerca a la mayoría, y formar gobierno deja tamañitos los trabajos de Sisifo y su proverbial piedra. En ese potaje político el presidente Lula, junto a una política que favoreció a las clases más modestas, injertó unas ínfulas de gran potencia que parecen configurar hoy un caso de libro: El antiguo régimen y la revolución (Tocqueville), en el que las expectativas gravemente frustradas por la crisis económica han desesperado a medio país y puesto en pie de guerra al otro medio.

Brasil camina hoy hacia el desenlace de una telenovela tropical en el diván del psiquiatra. Y los Juegos Olímpicos de Río, que debían ser su particular consagración de la primavera, están al caer de agosto.

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¿Es el tuit periodismo?

El tuit tiene elementos que podemos considerar paraperiodísticos. Es un poco como la vuelta de calentamiento en las competiciones.

/ 25 de enero de 2016 / 04:04

En estos últimos años ha desembarcado en nuestras vidas el tuit desplegando pasiones, amistades, información, groserías y hasta amenazas de muerte. En un artículo anterior me referí a Twitter como organización, pero en éste trataré específicamente el tuit en relación a una cierta polémica sobre si es o no periodismo. Y me adelantaré a cualquier cuestionamiento diciendo que no lo sé. Pero veamos lo que creo saber.

El tuit tiene elementos que podemos considerar paraperiodísticos. Es un poco como la vuelta de calentamiento en las competiciones deportivas, una gimnasia sumamente útil para el periodista. Se trata de meter en 140 caracteres una información y siempre de una sola idea porque dos son multitud. Para ello, como en el periodismo, hay que aclararse primero qué queremos contar, repetírselo a uno mismo todas las veces que sea preciso hasta dar con la fórmula magistral. Pura alquimia como en la Edad Media. Y en ese ensamblado nos conviene ser rigurosos. Nada de abreviaturas, elipsis, o cambalaches para que quepa todo lo que nos gustaría. Hay que escribir en castellano impecable sin permitirse ningún libertinaje de expresión, amparada en el sempiterno “ya se entiende” de tantos periodistas.

“Los periodistas son rápidos o no son periodistas”, es un tuit que me gusta; dice casi sin decir que la rapidez es un sine qua non del periodista, y en su metatexto, también que los tuits son ricos en lo que no expresan pero puede intuirse: no se niega que hagan falta muchas otras cualidades, pero por importantes que sean, si no se cumplen horarios, entregas, necesidades de lo instantáneo, resultan a la postre inútiles.

Y esto vale aún más en el tiempo de lo digital en el que, aunque no haya hora formal de cierre, éste es una obligación permanente, porque en la idea del periódico de las 24 horas va incluida la necesidad de renovar el texto tantas veces cuantas sea preciso. La fabricación de tuits es un magnífico banco de pruebas para ir contando, paso a paso, el resultado de la final de Roland Garros, en la que vuelve a imponerse con la regularidad de un metrónomo Rafael Nadal.

Hay quien aventura que el tuit es un titular, o el arranque de un lead, su plan de desembarco más decisivo. Yo no lo creo porque en el tuit debe estar mucho más definida la pretensión de totalidad. El titular nos informa del impacto y la gravedad de la noticia, pero sabemos que a continuación podemos leer su desarrollo, que evoca incluso interrogantes a los que se tratará de dar respuesta en la narración. En el tuit, en cambio, nos movemos en el terreno de lo que empieza y acaba ante nuestra vista; nada a continuación, todo en el enunciado. Si acaso diría que es el breve de los breves, la quintaesencia de ese gran artefacto periodístico —esencialmente impreso— que es la columna de breves, con la que damos seguimiento a los temas, los mantenemos en activo, o hacemos el punto de lo que debe escuetamente saberse. Tanto en el breve como en el tuit esa aspiración a la totalidad, a que esté todo lo que queremos y vale la pena decir, depende de la distancia a la que nos situemos del objeto narrativo, en su caso lo bastante lejos como para elegir tan solo un par de trazos esenciales. La profesión y el trabajo del periodista lo sintetizamos, así, en la rapidez, pero sin un desarrollo que no aparece por ninguna parte. Hay quien, sin embargo, hace una seguidilla de tuits hasta numerándolos, de forma que si alguien tiene la dudosa paciencia de leerlos haya dado con un artículo de dimensiones modestas. Para mí, eso no vale porque la gracia del tuit consiste en luchar a favor de la lengua dentro del corsé más exigente, para resolverlo todo de una tacada.

Hasta aquí, ni mucho menos creo haber agotado el temario. Pero al igual que los tuits esta columna tiene una asignación concreta de palabras; las suficientes para decir algo, pero no tantas como para marear la perdiz. Es un tuit de tuits.

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