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Primero, ¿el huevo o la gallina?

Según el informe Memoria de la Economía Boliviana 2011, del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas (MEFP), la pobreza moderada en Bolivia habría bajado del 60,6% (año 2005) al 48,5% (año 2011); y la pobreza extrema del 38,2% al 24,3% en igual lapso. Si bien esto resulta un buen avance, lo cierto es que casi 2,5 millones de bolivianos aún se van a dormir cada día sintiendo hambre.

Para el MEFP, las “transferencias condicionadas y programas sociales para la lucha contra la pobreza” explican en parte tal progreso, principalmente en el área rural, gracias a la efectividad del Bono Juancito Pinto, la Renta Dignidad y el Bono Juana Azurduy, que en 2011 habrían beneficiado a casi 3,3 millones de personas. Además, las políticas de redistribución y otras medidas gubernamentales habrían ayudado a mejorar la calidad de vida de los bolivianos, incentivando la demanda interna, hasta llegar a ser el principal “motor” del crecimiento del país. Pero aquí surge una pregunta: ¿Cuánto ayudaron las exportaciones a tal “éxito”?

Para transferir recursos desde el Estado, primero debe recaudarse impuestos. Para que existan éstos, debe haber una actividad económica legal. Y para ello, debe existir un mercado dónde vender. Si el mercado interno es pequeño, entonces se debe exportar. En verdad, es la renta de la actividad hidrocarburífera y minera (altamente dependiente del mercado externo) lo que explica la gran capacidad de gasto e inversión adquirida por el Estado en los últimos siete años.

Ahora, ¿qué de las remesas de nuestros amigos, parientes y compatriotas en el exterior que mandan casi $us 1.000 millones de dólares anuales? Eso es más del doble de los bonos del Estado. Y, ¿cuánto aporta a aquel éxito la economía no formal que —se dice— tiene que ver con más del 70% de los empleos del país? ¿Qué del peso adquirido por la economía subterránea generadora de trabajo, liquidez en el sistema y vastos “efectos multiplicadores”? ¿No ayudó eso también?

Claramente (en cuanto a usos y fondos) ha sido el prolongado auge de las materias primas en el mundo lo que ha sustentado nuestra economía. ¿Qué otra cosa se puede colegir del hecho de que, entre el 2006 y junio de 2012, el ingreso de divisas por exportaciones superó los $us 42.000 millones, gracias al benéfico “efecto precio” para el gas y los minerales?

El presidente Morales quiere que la “extrema pobreza” en Bolivia acabe hasta el 2025. Un buen deseo que podría convertirse en realidad, de hacerse bien las cosas. Una linda “meta-país” para activar una agenda público-privada con visión y responsabilidades compartidas, sabiendo que el asistencialismo cabe para los grupos desprotegidos y vulnerables, pero no para sacar a un país de la pobreza, pues para ello hay que crear empleos de calidad y educar a la gente.

La “política social” más excelsa no radica en la dádiva permanente, sino en dar la posibilidad a la sociedad civil de generar empleos de calidad para vivir con dignidad, en lugar de tener que vivir por siempre dependiendo del subsidio estatal.

Así parece haberlo intuido un anónimo niño boliviano que, cuando le preguntaron qué haría con el Bono Juancito Pinto recibido del Estado, respondió: “Me voy a comprar un gallito y una gallinita, para vender huevitos”. Sacrificar el consumo de hoy, para el disfrute futuro: ¡Economista esclarecido! Invertir para producir riqueza: ¡Alma de empresario! Maravilloso. Él descubrió qué es lo primero entre el huevo y la gallina.