Temores
Los paceños estamos en una espiral por colectivizar en extremo nuestros actos sociales
De las múltiples expresiones de nuestra posmodernidad una me llama la atención hasta incomodarme gravemente, la llamaré: histeria colectiva. Ésta comienza a manifestarse en la ciudad a finales del siglo XX y, en este nuevo milenio, se reproduce y agiganta a niveles insoportables. Casi siempre son expresiones políticas o de la fiesta urbana, pero pueden ser de otro tipo, ya que esta ciudad es cantera inagotable de imaginarios y de renovación de las prácticas urbanas.
Me refiero a esa voluntad colectiva de hacer demostraciones callejeras en enormes patotas o en frenéticas multitudes. Tenemos, en nuestra manera de ser, un espíritu gregario digno de destacar. Todo lo queremos realizar en grupo; y si éste es desenfrenado, mucho mejor. Creemos como sociedad urbana que, para dar credibilidad a nuestros actos o pensamientos, debemos salir a las calles, ser lo más estridentes y bullangueros que podamos, ser creativos hasta la esquizofrenia para innovar estas prácticas colectivas y, sobre todo, tenemos que parar el libre tránsito de toda la ciudad. Así, y sólo así, nos quedamos tranquilos.
Esta histeria colectiva sirve para muchos rubros pero, sobre todo, para las demostraciones políticas. Las huelgas de los policías y del transporte sindicalizado fueron los últimos ejemplos que soportamos de esta neurastenia urbana, hundidos en el delirio y la estupidez.
En convocatorias de otro tipo llegamos también a extremos insospechados, como en el último festejo nocturno del 16 de julio, donde, en casi toda la ciudad, se bebió en un bacanal urbano de terror. La avenida Mariscal Santa Cruz hasta la Plaza de los Héroes y sus alrededores eran una seguidilla interminable de mesas para libar un mal trago y acogían a miles de bebedores que doblaban el codo sin tregua.
Como buen paceño pico verde siempre asisto a los festejos cívicos de esta ciudad, pero créanme, nunca vi espectáculo tan desmedido. En esas horas y al cobijo de la noche, el centro de la ciudad fue convertido en una enorme cantina y en un pestilente mingitorio. ¿Qué motivará estas nuevas prácticas colectivas? Me resisto a dar respuestas discriminatorias o antojadizas, pero es inobjetable que estamos en una espiral por colectivizar en extremo nuestros actos sociales, los malos como también los buenos; porque es justo reconocer que también nos reunimos masivamente para acciones positivas como la Larga Noche de Museos.
Estas ganas inmensas de reunirnos masivamente que presenciamos en este milenio me causan estupor y me avivan grandes temores, porque expresan profundos arraigos con fuerzas ingobernables de nuestra alma humana, que ojalá no revienten en esta apaleada ciudad cualquier día.