Bolivia clásica
Las apuestas humanistas por la juventud, la enseñanza y las artes nos hacen mejores a todos
La turba crecía por momentos y avanzaba como una marea. Una mano diligente había prendido el fuego y las lenguas voraces ya alcanzaban el techo del edificio. Por entre la humareda, los gritos y la bronca, vimos a los músicos saliendo con sus instrumentos. Los acunaban como si fuesen niños indefensos. Y lograron salvarlos. Fue el año 2000, en El Alto, durante la quema de la Prefectura.
La aproximación y las percepciones del gran público, el público masivo, a la música clásica tiene tantas variantes como hay ofertas de la propia música. Mucha gente la desecha de antemano porque considera que la música culta es sólo para ser gozada por especialistas y entendidos. Hay quienes, sin embargo, la toman como lo que es, sonidos, armonías y placer para el alma, como muchos otros tipos de música. El maestro Ramiro Soriano me dijo una vez algo así como: “Si te gusta, es buena”. Antes, ésta era la música del pueblo, no hay que dejarla de apreciar sólo porque ahora parece sofisticada.
En Bolivia, durante los últimos años se están haciendo esfuerzos destacables para acercar la música clásica a la gente; o al revés, para acercar la gente a esta música. Se cuentan entre otros, por ejemplo, proyectos como el de la Orquesta Sinfónica de El Alto, con amplia participación de jóvenes, las experiencias, casi místicas, de ver y escuchar tocar a la Orquesta Sinfónica de La Paz en el salar de Uyuni, la Orquesta de Instrumentos Nativos del maestro Cergio Prudencio, el hermoso y creciente Festival de Música Barroca en la Chiquitanía y seguramente muchos otros.
También hay esfuerzos permanentes que son un semillero de talento. En La Paz el Conservatorio de Música hace, desde hace tantos años, un trabajo continuo y silencioso; en Cochabamba están el Instituto Laredo y la Academia de Música Man Césped; en Santa Cruz y Beni están sendas escuelas de música y orquestas con jóvenes indígenas y, seguramente, en otras ciudades hay esfuerzos tan destacables como éstos.
¡Alegrémonos! A ese trabajo sistemático viene a sumarse un emprendimiento de la pianista boliviana Ana María Vera, ella misma un milagro que toca, estudia y recorre el mundo como concertista desde los tres años. El año pasado, Ana María Vera fundó la organización Bolivia Clásica, para crear un festival internacional de música anual, y una academia dedicada a los niños y jóvenes músicos más talentosos de Bolivia. Músicos de distintas partes del mundo están llegando al país y ofrecen conciertos de cámara, la mayoría comprometidos con la enseñanza y la promoción de la música entre nóveles talentos. Actualmente trabaja con 52 alumnos. La inscripción es gratuita y por el momento cuenta con apoyo de dos empresas.
“Tengo la necesidad de aportar de la mejor manera posible a los jóvenes talentos de Bolivia” ha dicho la pianista, quien también cree que ha llegado a una etapa de su vida donde no siente que tenga que “probar nada a nadie”. Pero Ana María Vera se equivoca, ya que está rindiendo con éxito quizá una de sus mayores pruebas, porque con su apasionado proyecto está demostrando que las apuestas humanistas por la juventud, la enseñanza y las artes nos hacen mejores a todos.