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Capujar el horizonte

De niños jugábamos a capujar, es decir, quitar algo por sorpresa, poseerlo y correr para que te lo vuelvan a quitar; una especie de rugby cholo. Busqué afanosamente en el Diccionario Esencial de la Lengua Española este supuesto verbo castellano y no lo encontré. Indagué con mis amigos aymaristas y quechuistas, y desentrañé parcialmente su origen. La palabra viene (supuestamente) del verbo quechua capuan: poseer, tener, en tiempo presente. Así es que capujar el horizonte es poseerlo y conservarlo hasta que alguien más listo te lo quite. El presidente Evo Morales ganó este nuevo juego político a los opositores el 6 de agosto (mes de la Pachamama) en Oruro, donde reveló su plan político hasta 2025, fecha del Bicentenario de Bolivia, y dejó sin argumentos a una estupefacta oposición.

Como si la Warmi Supay y el Chacha Supay, las divinidades que emergen de la Mankha Pacha este mes (según un mito de origen), hubieran planificado este caos en la oposición, sus representantes deambulaban por un intrincado laberinto, y lo único que se les ocurrió (sobre todo a uno) fue acusar al Presidente de turbios amoríos con una menor de edad, desatando la furia de una madre. Otros se encargaron de criticar al Vicepresidente de sus ocultos talentos como achachi galán, en una especie de Talk Show donde sólo faltaba la voz de Laura en América, vociferando: ¡Qué pasen los desgraciados! Esta manera de practicar política le hizo decir a una flemática profesora de apellido alemán: “Si la oposición es así, mejor no más que se quede el indio”.

Muchos ciudadanos quedaron confundidos por la manera en que la oposición encaraba el capujo: sin ideas, sin creatividad, sin propuestas, mirando boquiabiertos cómo se les evaporaba el espacio político en una jugada magistral. Si de algo se vanagloria el Mandatario es de su olfato político, pero creemos que esta acción fue pensada largamente y lanzada en un momento en el que se espera siempre las críticas al mensaje de los presidentes, sea de izquierda, de derecha o ambidextro.  Para algunos, el asesor del innombrable de América era un masista que le hizo pisar el palito; para otros, un troskista arrepentido que se puso a su lado y ganó su confianza. En cambio, hay que resaltar la mesura con la que el Alcalde de La Paz y otros opositores reaccionaron sobre el tema, entregando obras y solicitando (algunos) a los periodistas que les preguntaran por cosas más trascendentes.

Así no hay esperanzas de fortalecer la democracia, porque para que funcione se requiere de un frente opositor que se ocupe de fiscalizar seriamente el uso de los presupuestos, que es el ámbito espinoso donde —casi siempre— se erosiona el oficialismo de ahora y el de ayer. Es necesario un amplio consenso para realizar mesas de propuestas y decirle al Gobierno: “Esto es mejor que lo que ustedes proponen, por estas razones económicas, sociales y culturales”.

Poner como pretexto que el Gobierno no los va a escuchar es una ingenuidad, tienen que dirigirse a la población y luego al oficialismo, y no al revés. Si piensan que el Mandatario tiene la formación para dirimir asuntos de alta especulación metafísica están equivocados. Su formación y origen han conformado otros códigos, razón por la que, en cada aparición pública, esperamos que diga lo políticamente incorrecto que saca de quicio a los opositores que piensan que Harvard les ha dado la varita mágica para entender todo. Napoleón tenía al científico Laplace quien decía: “un ser inteligente, que en un momento dado pudiera conocer todos las fuerzas de la naturaleza y todas las posiciones de cada partícula, podría predecir todos los acontecimientos, hasta el fin de los días… No habría nada incierto para él; el futuro, así como el pasado, estaría presente ante sus ojos”. Se equivocó, Heinsenberg lo desmintió con el principio de la indeterminación que expresa lo que no puede saberse.

Mientras se devanan, en vano, los sesos para predecir la futura caída del presidente Morales, no ven que estas evadas que hace lo fortalecen sin necesidad de gastar en publicidad; y lo que es peor, debilitan la práctica democrática.