¿Debates insulsos?
Hace diez años critiqué la pregunta del censo respecto a la autoidentificación, reivindicando la inclusión de la opción “mestizo” en las respuestas ya que, caso contrario, mi opción era No Te Entiendo, algo peor que “ninguno”. Ese término lo encontré en la novela Danubio de Claudio Magris.
El No Te Endiendo es una de las viñetas de Las Castas, una serie de figuras que dan cuenta de los juegos del amor y las estirpes que resultan de las mezclas provocadas por la pasión en la época colonial. Cada viñeta contiene tres figuras: un hombre y una mujer, cuyas sangres diferentes exigen imperiosamente unirse, y un niño nacido de su encuentro. En la siguiente viñeta, el niño es un adulto que se junta con otra mujer y de ese vínculo nace otro hijo que continúa la cadena. Las nominaciones son deslumbrantes: “el Mestizo, hijo del Español y de la India, el Castizo, su hijo, el Mulato al que una Española regala un adornado Morisco y así sucesivamente hasta el Chino, el Lobo, el Jíbaro hijo del Lobo y de la China, el Albarazado hijo de la Mulata y del Jíbaro y padre de un Cambujo, padre a su vez de un Zambaigo. La tabla aspiraría a clasificar y diferenciar rigurosamente (incluso mediante la vestimenta) las castas, sociales y raciales, pero acaba por exaltar involuntariamente el juego caprichoso y rebelde de eros, el gran destructor de cualquier jerarquía social cerrada… En la penúltima viñeta, el fruto de los amores del Tente En El Aire y de la Muleta deja perplejo el talento nomenclatorio del anónimo clasificador que, en efecto, lo define como No Te Entiendo”. Unos años después encontré un texto que completa esta clasificación con el Torna Atrás, que proviene de la mezcla entre el No Te Entiendo y la India. Desde entonces, la duda perturba mis reflexiones y búsquedas identitarias.
Han transcurrido muchos años y cambiado realidades y percepciones, pero retornó el debate sobre la famosa pregunta del censo y por qué mestizo sí, y por qué no. Y así como cambian las identidades, cambiaron las posiciones de los sujetos. Quienes antes rechazaban el mestizaje por asemejarse a lo cholo (¡horror, qué arribismo!), ahora lo reivindican frente al indianismo (gubernamental o no). Quienes desde las esferas estatales (o no) rechazan el mestizaje (nacionalismo !horror!) lo hacen desde una postura indianista más cercana al esencialismo que a esa noción vaga de “lo plurinacional” que, en buena onda, debería rescatar la propuesta de Amartya Sen sobre la necesidad de reconocer que tenemos una identidad plural como sustento para construir armonía sin negar diferencias.
Precisamente, más que con esos incesantes juegos de articulación-desarticulación identitaria, lo plurinacional tiene que ver con el reconocimiento de derechos colectivos a las naciones y pueblos indígena originario campesinos. En esa medida, es necesario conocer la cantidad y distribución territorial de los conciudadanos bolivianos que se autoidentifican como indígenas para el diseño de políticas públicas que permitan reducir las enormes brechas de desigualdad social. Ese es el tema que interesa en torno al censo, no el tema existencial. Si se quiere discutir “quiénes somos” como parte de una comunidad política debatamos sobre ciudadanía. Si se quiere polemizar sobre “quiénes somos” en relación a una “otredad” circunstancial, este debate tendrá que contener una lista interminable que, en la llajta, incluiría la de k’ochala, reivindicada por jóvenes jailones para distinguirse de cambas y collas. Hay que insistir nomás en la obviedad sociológica que dice que las identidades son relacionales, algo así como “dime con quién andas y te diré quién eres”. Por eso, si se trata de identidades congeladas e irreductibles, la única que asimilo con relativo fanatismo es la de “aurorista”… porque dura los 90 minutos de un partido de fútbol.