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Desdeñar al mensajero

Falacias. Creo que el juicio anunciado por el Gobierno contra la Agencia de Noticias Fides (ANF) por calumnia es inconducente, insostenible y, sobre todo, inútil. Inconducente porque, por principio, lleva a un callejón sin salida. Insostenible porque difícilmente un juez podrá dictaminar sobre una interpretación noticiosa, por más retorcida que ésta sea. E inútil porque, más allá de “sentar precedente”, no cambiará en nada el panorama-ejercicio de los operadores mediáticos en el país.

Así las cosas, uno se pregunta qué puede hacer la autoridad pública, un Presidente del Estado, cuando se siente víctima de una distorsión informativa. La respuesta es simple. Dado el actual escenario de anemia normativa en la materia, sólo quedan tres caminos: a) recurrir a un tribunal de imprenta para comprobar, una vez más, que no funciona; b) acudir a un tribunal de ética periodística con la esperanza, si acaso, de una “sanción moral”; o c) exhibir, desdeñándolo, al mensajero.

A reserva del impostergable debate sobre la inmunidad-impunidad de la mediocracia y su activismo político, sospecho que la mejor respuesta contra la reiterada mala calidad de la información es ponerla en evidencia. Y no en los tribunales, que vienen sobrando, sino en las propias arenas mediáticas. ¿Ponerla en evidencia?

En efecto: quitarle su ropaje de “información veraz, neutral e independiente” (sic) y mostrarla desnuda, con todas sus arrugas e intereses. Resulta simbólico, ya, pero algo es algo.

Veamos el caso “ANF y la flojera”. Las lecturas no pueden ser más opuestas. De un lado está el Gobierno que, víctima, expresa su convencimiento de que la agencia noticiosa calumnió al Presidente Morales al manipular de manera premeditada, antiética y maliciosa sus declaraciones. Y le responde con el anuncio de una querella penal y el reproche de que ANF distorsiona sistemáticamente y miente con una actitud perversa y de manera cobarde, alevosa e inescrupulosa. La acusación es terrible.

Del otro lado está la Agencia que, víctima, expresa su convencimiento de que no hizo otra cosa que transmitir el mensaje y en su titular informativo se limitó a utilizar la palabra “flojera” en lugar del original “flojos” expresado en el “polémico discurso” del Mandatario. Y asegura que el Gobierno pretende matar al mensajero y que los adjetivos dedicados por los ministros contra ANF dañan su imagen y prestigio como “medio independiente” con medio siglo de vida…

Falacias. Lo que más preocupa de este episodio, además del fallido anuncio de enjuiciamiento señalado, es la candidez y la autocomplacencia. Luego de casi siete años del actual Gobierno, con reiteradas alusiones al poder mediático y su protagonismo como enemigo-actor político, ¿en serio creen que una eventual “sanción drástica” contra algún medio o agencia, además de agitar las banderas de la libertad de expresión, modificará el sentido de la acción mediática?

¿Y el gremio periodístico? En la autocrítica tocamos cable a subsuelo. Está visto que en Bolivia, en especial en diarios de referencia, hay excelentes comunicadores y periodistas que sacan lustre a la misión de informar. Pero habitan también en los patios interiores de la mediocracia aquellos colegas que —ni tantos ni tan pocos—, ora en “medios independientes”, ora en “medios estatales”, manosean cotidianamente el oficio. Y lo hacen convencidos de que, con profesionalismo y lealtad, “sólo hacen periodismo”.

Dice el buen Benedetti que “contra el optimismo no hay vacunas”. Tampoco las hay, ni remedio, contra el “periodismo mala-leche”. Y es que una cosa es asumir, como tímido intento de mirar dentro de casa que en la cobertura informativa se pueden “incurrir en errores e imprecisiones” (ANF dixit); y otra cosa, cual licencia con cara de justificativo, será arrogarse —en calidad de “simple mensajero que trabaja contra el tiempo”— el derecho a difundir, a sabiendas de la manipulación-daño, “cualquier versión”. La diferencia es por demás evidente. Que venga septiembre. Hoy toca cultivar el pesimismo.