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Migración te espera

Sí, Bolivia te espera, querido extranjero: ven a divertirte en las colas de Migración y trae dinerito

/ 26 de agosto de 2012 / 06:37

Enero de 2011. Una española que iba a viajar a Bolivia para hacer su pasantía, llamaba insistentemente al consulado boliviano de Madrid para preguntar sobre los requisitos para obtener el visado de objeto determinado. Como nunca le respondieron al teléfono, fue en persona.

A las seis de la mañana, a -3°C, tuvo que hacer fila junto a decenas de bolivianos que también sentían sus pies al borde de la congelación, sólo para que le dieran el papelito con los requisitos. Tras hacerse un chequeo médico, recopilar documentos, vacunarse de cuatro cosas, pagar alrededor de Bs 700  y volver al consulado otras dos veces  (aguantando colas de hasta tres horas, a temperaturas bajo cero), le dieron un visado que, le  dijeron, le valía para su estadía en Bolivia.

Al llegar a La Paz fue a Migración para ver si todo estaba en regla y, ¡oh sorpresa!, ese visado sólo servía para un mes. Tuvo que hacerse otro chequeo médico que, a diferencia de España, no es gratuito, presentar originales y fotocopias de todos los documentos que ya entregó en Madrid, tragarse horas en las filas y pagar, siempre pagar: en esta ocasión, Bs 1.350  más Bs 400 y pico del carnet de extranjera (¿es de oro esta cédula?,  porque las nacionales cuestan mucho menos). Y hay que soportar la cara de perro antipático de muchos funcionarios de Migración que, además, juegan a omitir información sobre los requisitos para hacer al inmigrante regresar una y otra vez a las oficinas.

Tres meses después de casi vivir en Migración y tener que ir y venir mil veces de la copistería del frente, la extranjera consiguió su visado y se olvidó del lío… hasta que le tocó renovar la residencia. Entonces, ya no estaba como pasante: le habían hecho un contrato, que estuvo casi tres meses en el Ministerio de Trabajo esperando ser sellado. Y ella, mientras tanto, sin documentos (el pasaporte se queda en Migración mientras se tramita la residencia).

Los Bs 2.000 del visado de dos años ya los había abonado y, una vez que el contrato estuvo firmado, lo entregó a Migración. Pero pasaban las semanas y su trámite estaba con los técnicos (¿?), le decían los funcionarios. Descubrió hace unos días que su solicitud se había entregado al departamento de visados de un año, no al de dos, y por eso no avanzaba el tema. Ahora que ya está donde corresponde, ha de esperar de nuevo que “lo vean” (¿?) los técnicos. Sí, “Bolivia te espera”, querido extranjero: ven a divertirte en las colas de Migración y trae dinerito, que “los gringos tienen plata”.

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Una ‘confunsión’

Dos meses después, no han encontrado al tipo y puede que alguien aún esté buscando su peta verde

/ 2 de marzo de 2014 / 04:00

Viernes a las siete de la noche. Un chico estaciona su auto, una peta guinda, en la calle Presbítero Medina, casi esquina Pedro Salazar. Cuando regresa, una hora después, su coche no está como lo había dejado, sino con la parte trasera golpeada y subida en la acera, y hay gente y policías a su alrededor.

En medio del “no me lo puedo creer”, llueven los testimonios: era un taxi, dio muy rápido la curva, creo que el conductor iba borracho… Lo más curioso es que un policía ha logrado hablar con él, tomar su número de placa y que el tipo le entregara su brevete… dándose a la fuga mientras el uniformado apuntaba sus datos.

Desde la Unidad Operativa de Tránsito le dicen que van a mandar una grúa. El chico llama a su pareja y ella viene a acompañarle. Hace frío y ambos se sientan dentro del coche a esperar a la grúa, que “ya está en camino”. Tras dos horas y media y 15 llamadas más a Tránsito, ven bajar por la Pedro Salazar una peta verde cargada en una grúa. “Me late que se han confundido y se están llevando el auto que no es”, dice él. “No… ¿Cómo van a ser tan burros?”, responde ella. La voz que contesta la llamada número 16 afirma: “Ya hemos ido a la dirección indicada y hemos levantado el auto”. “Imposible, seguimos aquí”. Después de que él insista en que la peta no se ha movido de donde estaba hace casi tres horas y que está sentado dentro, le dicen: “Eh… este… Mandaremos otra…”. Y llega. Una hora después. “¿A dónde le llevamos el auto?”. “Hay que llevarlo a un estacionamiento de Tránsito”. “No, señor. No vamos ahí. Y son 400 bolivianos”. Al final, la pareja decide llevar el coche hasta su aparcamiento e ir a poner la denuncia. Es casi la medianoche.

Dos uniformados de Tránsito los atienden, si se puede decir así. Tras quejarse de haber estado esperando a la grúa durante tres horas y del costo del “servicio”, uno de los policías les dirige una mirada inquisitiva: “¿Ustedes, de dónde son?”. Y los dos, blanquitos, rubios, ponen cara de pelotudos. “¿Y eso qué tendrá que ver?”. “Es que en sus países debe ser diferente”. Tras explicarles que ambos viven aquí, pasan donde otro agente que toma la declaración… a máquina de escribir. Luego, vuelven con los dos tipos del principio. Uno está sentado ante una mesa y les vuelve a preguntar toda la historia. “¡Yo mismo he ido a la Salazar por una peta verde con una raspadura guinda!”, salta el otro. “Mi peta es guinda”, dice el dueño del auto. El tipo de la mesa abre mucho los ojos y mira con cara de “oh, oh” a su compañero. “Perdonen, señores. Aquí ha habido una ‘confunsión’, pero somos investigadores”. Dos meses después, no han encontrado al tipo (o eso dicen) y puede que alguien  esté todavía buscando su peta verde.

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