El invierno paceño tiene la particularidad —muy conocida y mencionada— de brindar, para el regocijo de la vista y alimento del espíritu, un cielo diáfano, azul y sin nubes, que da una sobrecogedora impresión de pureza e infinito, prácticamente imposible de conocer en otras latitudes. Nuestra cercanía a la bóveda gaseosa, muy por encima de otras regiones del mundo, nos dota de una sensación de majestuosidad tal que resulta difícil describir para el foráneo lo que se percibe estando los meses de junio, julio y agosto en La Paz.

Esto lo advertimos (casi sin pensar) los agraciados que vivimos en nuestro hermoso solar. Sin embargo, como si lo anterior fuera poco, he descubierto un nuevo y espectacular atractivo de ese insondable cielo paceño, que estoy seguro les llamará la atención tanto como a mí. Se trata de un viaje a las estrellas sin límites de edad, género, raza, lengua o religión; sin trajes espaciales, sin entrenamiento previo en la NASA, sin drogas alucinógenas y, sobre todo, sin pagar las exorbitantes sumas que abonan los multimillonarios que están en la lista de espera. Siga las instrucciones y verá el resultado:

Escoja un día de este mes, cuando haya luna nueva (es decir, cuando no haya luna). Diríjase por cualquiera de las salidas del valle de Chuquiago al campo (es decir, a 15 minutos de cualquiera de las trancas). Es recomendable para un mejor efecto el camino al lago Titicaca, aunque la carretera a Oruro, a Valencia o a los Yungas da igual. Una vez en la pampa al descubierto, lejos de las luces de la ciudad y del ruido de los automotores; en compañía de las estrellas y de los animales del campo, acuéstese sobre la tierra (o la hierba, da igual) de espaldas, con la frente hacia el firmamento y relájese.  Cierre los ojos y no los abra hasta pasados 15 minutos. En ese transcurso afloje los músculos, empezando por la punta del dedo gordo del pie, pasando por cada lugar del cuerpo y terminando en el extremo final de la cabeza. Cuando repare en que todo su cuerpo está en reposo, su mente ha dejado atrás cualquier pensamiento conflictivo y tiene la sensación de paz y serenidad necesarias, abra los ojos de golpe y… sucederá.

Saldrá disparado hacia el infinito, al encuentro de millones de astros, al espacio sideral. El vértigo probablemente lo asustará y por un segundo es posible llegar a pensar que no habrá retorno. Pero no, obviamente se trata de una ilusión, de un increíble regalo de la naturaleza para disfrute de quienes la podamos aprovechar.

A falta de Orlando, efectos especiales, ciudades virtuales o estudios de Hollywood, los paceños tenemos nuestro hermoso cielo de invierno, en el que, aun cuando fuera sólo por unos minutos, podemos viajar a las estrellas.