Los pájaros horneros construyen el horno, mientras que los taraxchis y las sabandijas se apoderan de él. Entre los hombres sucede igual. Hay individuos anónimos que desde arriba rechazan lo avanzado y discriminan a sus compañeros de clase, sin tener, por supuesto, la capacidad para llevar adelante los procesos de cambio a lo andino, por lo menos en horizontalidad, sino lo hacen al modo ajeno.

Algunos creen que hay que reinventar la pólvora. Piensan que rechazando a sus mayores van a ser revolucionarios. Imaginan que todo trabajo hecho en materia lingüística u otra ciencia no sirve para nada, y que hay que inventar de nuevo. Algunos ejemplos: dicen que no hay que seguir el modelo de escritura aymara de Ludovico Bertonio, porque era un cura colonial; que hay que resistir las obras de lenguas andinas de fulano, zutano y mengano, porque han contribuido con los gobiernos neoliberales. Con ese criterio pueril habría que objetar a la gesta de Túpac Amaru, porque él anduvo en los salones de los realistas; habría que rechazar a Zárate Willka porque la rebelión lo hizo con los liberales; habría que negar las acciones de Murillo y Santa Cruz Calahumana porque no se dieron cuenta de que eran prorrealistas, etc. Lo que los supuestos inteligentes no entienden es que las revoluciones son productos de diferentes formas y acciones: la sangrienta, la pacífica y la permanente. Pareciera que no entienden el proceso.

Naturalmente que en el pasado existieron ejecutivos que manejaron los recursos de forma vilipendiosa; sin embargo los técnicos que ejecutaron los planes lo hicieron por la reivindicación de las lenguas y culturas indígenas. Si bien algunos ejecutivos se acercaron a esas lenguas discriminadas sólo para captar dinero del exterior, pese a ello, los técnicos eran gente de la causa del pueblo, y en su momento supieron desarrollar lenguas indígenas; y su mayor mérito fue haber producido más textos en lenguas indígenas que hoy en día.

Rechazar las obras de los investigadores del pasado es como derrumbar un edificio de mármol, y volver a construirlo con sus escombros. Refutar obras escritas en lenguas indígenas sin haber producido nada, es mezquindad. Eso es lo que hacen muchos; quieren recuperar el aymara y quechua utilizando la misma bibliografía que rechazaron y tildaron de neoliberales, ¡qué ironía! Eso se llama hipocresía, de esa clase de gente estamos llenos en la actualidad a nombre del proceso de cambio. ¿Será por los 50 años de “alienación cultural”? Se habla de descolonización cuando todos están tan colonizados, que sus mismas acciones los denuncian y no hay planes de descolonización.

En el pensamiento indígena los ancianos están en un lugar preferente y eran muy respetados en la antigüedad. Algunos se jactan de sabelotodos. Estas actitudes de soberbia hacen quedar muy mal al jefe que dicen apoyar, que va por un cambio de paradigmas y el cual no entienden, y si comprendieran sería una verdadera revolución. Dentro este proceso existe una especie de mediocridad, que no deja avanzar con su sectarismo.

Se han olvidado de Qhipha nayra uñtasawa saraña. Ahora sólo quieren ir mirando hacia adelante, sin mirar atrás y como “caballos cochero”. Querer hacer el cambio sólo con jóvenes occidentalizados y excluyendo a los viejos es traicionarse. Para hacer bien las cosas hay que considerar y mediar entre generaciones con equidad de género. En vano han viajado a la China, ¡allí se respeta a los ancianos!