Icono del sitio La Razón

Unidad y no uniformidad

La división interna del país, causada por diferencias étnicas, religiosas y lingüísticas, nos aleja del proyecto de desarrollo humano, crecimiento económico y transformación productiva. En efecto, la persistente división sociocultural dentro del país es un claro indicador del “grosor” de  las fronteras y un evidente obstáculo autoimpuesto para el desarrollo.

En nuestro país, la heterogeneidad lingüística y étnica causa divisiones y confrontaciones estériles que retrasan las metas al desarrollo. La consigna del “dividir para vencer” debiera ser reemplazada por hacer prevalecer las características compartidas, proporcionando un sentido único de lugar y pertenencia, que contribuya al bienestar social; pero además genere unidades manejables para la gestión del Gobierno y de la sociedad.

La heterogeneidad lingüística y étnica en el país a veces se exacerba de tal modo que incluso se llega a disputas territoriales, con un alto nivel de conflictividad, que paralizan las actividades económicas de los frentes en pugna. Con ello no se quiere afirmar que estas diferencias sean la causa del conflicto, pero explotar las diferencias étnicas para alcanzar objetivos de poder político es en extremo cuestionable.

En suma, lo que se quiere decir es que la experiencia de los países ha demostrado que existe una relación estadísticamente significativa entre la heterogeneidad étnica con los conflictos civiles; y ello tiene como consecuencia costos enormes para el crecimiento, desarrollo humano y transformación productiva.

En su lugar, ¿qué se postula?, ¿hacer desaparecer la diversidad cultural, lingüística y étnica? De ninguna manera. La existencia de esta diversidad es una impronta esencial de Bolivia. Lo que se propone es la unidad, y no la uniformidad. Es decir, la unidad dentro de la diversidad. Todos los  países buscan unidad, reduciendo barreras causadas por divisiones  internas.

¿Como boliviana o boliviano, pertenece a alguna nación o pueblo indígena originario campesino o afroboliviano? Esa es la famosa pregunta 29 de la actual boleta censal, y que se encuentra en la cima del debate. Responder “No”, para los que no somos indígenas, originarios o campesinos, es seguir reiterando que somos aquel segmento excluido e invisibilizado desde el censo de 2001. Lo menos que hay aquí es un claro intento de dividir. Respondamos pues, somos bolivianos, con un claro mensaje que somos en primer lugar ciudadanos de una patria común.

Responder “Sí” es afirmar que se pertenece a una de las 37 lenguas (ojo, no son naciones). Dicho sea de paso, estas 37 lenguas aborígenes no deben ser leídas por el empadronador, pero están visibles claramente en la boleta. ¿Cuál es la finalidad de este ardid? Seguramente que es para inducir las respuestas, logrando de este modo la fragmentación del tejido social.

¿Este afán de visibilizar a tantos pueblos indígenas, comunitarios, originarios desde el año censal 2001 se ha traducido en políticas inclusivas para ellos? ¿Acaso al menos el plan Sumaq Qamaña los reconoce? ¿Acaso están visibles en los planes de “descolonización” con programas de discriminación positiva, con especial educación y capacitación en destrezas técnicas y laborales?

Todos reconocen que la mejor estrategia de desarrollo humano pasa por la educación. Esa debía haber sido la prioridad, si se aspira a la cohesión social y no a los símbolos efectistas de corte populista que han primado hasta ahora.