Icono del sitio La Razón

Acerca de ‘Pina’

Tenemos solamente hasta el martes para ver en 3D la película Pina, del director alemán Win Wenders. Como se diría en el circo: últimos inolvidables días, no se lo pierda, sin gancho pero aún así vale la pena, porque este filme es una rareza. Para empezar, es un documental. Nuestras salas comerciales rara vez exhiben este género. Y no es un documental político, es sobre danza. Para colmo, es un documental en 3D: lo más cercano a una mujer barbuda que encontraremos en las multisalas.

Al hablar de cómo se le ocurrió hacer una película tan rara, Win Wenders cuenta que tuvieron que pasar muchos años y la muerte de Pina Bausch para que él pudiera descubrir una manera de filmar los cuerpos, el movimiento, la presencia, la ligereza y sobre todo la combinación de todos estos elementos con el espacio, que la danza representa. Ese descubrimiento fue el 3D: un medio que fue desarrollado por los grandes estudios para añadir espectáculo a un séptimo arte desgastado por la machacona repetición de la misma fórmula narrativa. Un medio que se usa y explota en las grandes cadenas de exhibición para mostrar básicamente explosiones, batallas y persecuciones. Win Wenders toma esta técnica y la usa para generar sensación de presencia en medio de la coreografía, para hacerte sentir que tú también bailas. Win Wenders hace un documental sobre una coreógrafa y su grupo, pero hace también una maravillosa propuesta: tomar el 3D para recuperar la cercanía del cine con la vida.

La película no llega a durar dos horas, pero al salir se siente como si hubieses pasado una vida en otro planeta. Es como si viviéramos en una cueva y de pronto nos abrieran una ventana para dejarnos ver la luz, sentir el aire, escuchar el río o el bosque.
Porque en La Paz a veces se siente como si viviéramos encerrados por la cordillera, con el horizonte por encima de nuestras cabezas, enceguecidos por nuestra cotidianidad, chapaleando en los mismos discursos, con las mismas caras diciendo las mismas mentiras en los mismos programas, con los mismos problemas repitiéndose cíclicamente, sin respuestas; tan absorbidos por nuestras rutinas que se nos olvida que detrás del Illimani hay un mar, que después de la oficina hay una vida, que apagando la tele hay lecturas, que saliendo de la ciudad hay verdor, que elevándonos sobre nuestro día a día tal vez encontremos algo que nos abra los ojos y nos deje ver el mundo de otra forma: como Pina.