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Peatón

Por segundo año consecutivo, el Gobierno Municipal decidió implementar el Día del Peatón y, por segunda vez, aplaudiré la iniciativa, a pesar de la oposición de algunas variantes de nuestra especie humana: el homo faber, el homo metallicus o el homo idiotus. Expresado en términos más tiernos: a pesar de aquellos que suponen que perdemos un “día laboral y de ganancia” (sic). A estas alturas de mi vida, esos arranques de moral andino-luterana ya no me conmueven.

Los argumentos para implementar esta iniciativa municipal pueden ser los que usted quiera. Lo importante es que, por algunas horas, tenemos paz en esta tribulada y sufrida ciudad. Una paz que se ve, se respira y se disfruta en casi todas las calles y espacios públicos, porque tenemos esa cualidad que pocas ciudades en el mundo tienen: un ánimo de colectivizar en extremo las acciones como este nuevo Día del Peatón. Pero no olvidemos que socializamos también las acciones perversas y siniestras a las cuales me referí en otra columna.

Esta vez la comunidad urbana decidió realizar un acto colectivo que, a mi entender, conlleva dos objetivos básicos: la salud física y la salud mental a escala urbana. Al primer objetivo se sumaron aquellos que salieron a las calles a realizar alguna actividad física. La mayoría que se quedó en casa, contribuyó con su pasividad a que no exista un efecto nocivo a la atmósfera. El segundo objetivo, que quizás sea más importante que el primero, se sintió al pasear una ciudad en completa calma y armonía,  porque se eliminó, casi por completo, al mayor responsable de nuestra neurastenia colectiva: el automóvil y su variante más perversa, el transporte público. Sin motorizados, el domingo pasado esta ciudad fue un paraíso.

Los problemas de salud de una ciudad son tres: los problemas derivados de la pobreza, los medioambientales y los psicosociales. Esta vez nos ocupamos, y en masa, del tratamiento del tercer tipo (estrés, alienación, inestabilidad e inseguridad urbanas). A superar esas enfermedades contribuimos todos, tanto los que salieron a las calles como los que se quedaron a empollar en casa.

En el ranking de la felicidad del último Día del Peatón debo situar en primer lugar a los ciclistas y luego a los niños. Si ese día eras las dos cosas, tu felicidad era por partida doble; una felicidad que antipatizan los “Don Enredoncio” que moran en todos los barrios paceños.

Ahora ruego para que se implemente el “día del paceño y de la paceña inteligentes”, para que ese día apaguemos los televisores, abramos los libros, hablemos en casa y gocemos de más salud mental sin los telenoticiosos que ahora nos embrutecen de mañana, de tarde y de noche.