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Historias oscuras

Al referirse a las historietas, Borges ponderaba su capacidad de síntesis y su atractivo visual, y decía que en el futuro iban a ser un género entre la literatura y la gráfica. De hecho ya lo son, y es en este mundo maravilloso de las historietas (o cómics, como las llaman los norteamericanos) donde la mayoría de los niños mejoramos nuestra destreza para la lectura. Su ductilidad es tan amplia que se puede hacer de todo, desde textos literarios hasta narrar la Historia.

Sin embargo, existen otros sentidos respecto a la Historia, por ejemplo el concepto clásico de Toynbee aún vigente, que la califica como “la investigación de cualquier hecho, pero… ha quedado restringida en su significado al estudio de las experiencias y acciones de las personas”. Desde esta perspectiva se la concibe como el conjunto de la vida de la humanidad desde la aparición del hombre sobre la tierra, como ciencia que desea conocer los hechos del pasado. Existe también la historia como relato: luego de averiguados los hechos, el historiador los narra a la sociedad. Un relato articulado a partir de sucesos imaginados, como una novela, o bien de hechos que realmente ocurrieron.

La Historia, por supuesto, la escriben los seres humanos preparados para tal fin, pero cada historiador tiene su propia inclinación y una subsumida ideología, que la desplaza sobre su trabajo, pretendidamente objetivo. Así se dice que la Historia la escriben los vencedores, y esa versión oficial es la que se enseña en los colegios y universidades, relegando a un plano de mito y anécdota la de los vencidos.

Valga esta introducción para señalar que la versión de Jorge Sanjinés sobre la insurgencia indígena —como no podía ser de otra manera— no es del agrado de algunos conservadores, que durante siglos tuvieron una versión unívoca. La película Insurgentes es una tesis del autor que de propia voz narra los sucesos, asumiendo el relato histórico.

Otra de las versiones que sigue creando discrepancias es la que, en una segunda edición, esgrime Mariano Baptista en su libro La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui. Crónicas de un asesinato imaginado y una ejecución inaudita. Con documentos y testimonios. Baptista desarrolla todo el proceso judicial que develó el execrable racismo de la clase criolla gobernante. Según esta versión, Pando murió de un derrame cerebral y el fusilamiento de la víctima fue parte de la presión política entre intereses liberales y republicanos a principios del siglo XX. En cambio, para Carlos Mesa, sí fue un asesinato y por lo tanto el proceso fue correcto, aunque —como historiador— no hace juicios de valor sobre la ejecución.

Pero hay otras historias que se ocupan de personas que no tienen acceso al poder y lo sufren y soportan; son las microhistorias que el mexicano Luis Gonzales desplegó durante décadas y las define como la “historia general tachonada de  minucias, devota de lo vetusto y de la patria chica y que comprende, dentro de sus dominios, a dos oficios como son la historia urbana y la pueblerina… patria chica, el barrio y sus habitantes, historia matria en contraposición a la historia patria… la actitud romántica sigue siendo el motor principal de la microhistoria”.

Para llegar a ser microhistoriador, en su viaje al pasado debe usar el método científico; mientras que en su regreso al presente se valdrá de los recursos del arte. Galeano usa este método con gran éxito. La Historia oficial de Bolivia no la hicieron sólo los criollos, sino también cientos de indígenas anónimos, que no figuran en los libros. Con la versión única de la Historia se domestica a los niños desde la escuela, es una forma de neocolonización. Con planteamientos nuevos, basados en métodos que han revolucionado la investigación, será posible desentrañar la Historia oculta de Bolivia.