El siglo XXI en todo su esplendor ha ingresado a la sala de espera, una habitación donde el pronóstico es sumamente reservado. El movimiento socioeconómico occidental atraviesa una de las etapas más crudas; los índices juegan al sube y baja, y los ratios financieros no tienen un valor cotizable y mucho menos seguro para las inversiones. A ello se suman las medidas de recaudación comunicadas públicamente por los diferentes gobiernos europeos, castigando el bolsillo de propios y extraños.

El futuro es impredecible para una sociedad que no puede decidir, que su voto no tiene importancia, que sus palabras no son más que sonidos, y que sus vidas están hipotecadas a 40 años plazo. Es la realidad. La misión de la migración desde hace miles de años contemplaba y respondía a argumentos loables, cargados de esperanza, no era fácil abandonar tu espacio, y mucho menos llegar a otro y comenzar de cero. Ante este panorama, la realidad de cientos de inmigrantes en el reino de España nos deja un asombro capaz de causar la muerte ética de la Iglesia Católica, y aquellos políticos que un día firmaron declaraciones universales para no desamparar a un ser humano excusan la medida como necesaria. La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Saenz de Santamaría, declaró lo siguiente ante medios españoles sobre la eliminación de tarjetas sanitarias a cerca de un millón de extranjeros: los irregulares deben “buscar mecanismos” para pagar el médico.

Ahora bien, la ley de extranjería prohíbe que un ciudadano extranjero trabaje de forma irregular, al que se encuentre violando esta ley será inmediatamente detenido, deberá cumplir entonces una sanción económica o en su defecto le espera la prisión temporal en los Centros de Internamiento de Extranjeros. Ante este contexto, ¿qué mecanismo será viable para un irregular en España?

La partidocracia, ese neologismo aterrador que sistematiza el poder de unos cuantos para gobernar a unos miles, las ideologías que pretenden humanizar con la hipocresía y hermanar naciones con gestos son el triste resultado de los veredictos de las cortes universales a favor de hombres privilegiados. Cuántos seres humanos en situación irregular llevarán un brazalete ficticio en el brazo izquierdo, una marca que indique que no tienen derechos. Que no os quepa la menor duda, pero es triste recordar que hace más de 70 años muchos inocentes murieron de rodillas implorando al soldado rubio no morir siendo un prisionero del miedo, y mucho menos morir sabiendo que la culpa de su muerte será un brazalete. Los extremos tienen sus comienzos.

Las apologías que inducen recuerdos memorables en la historia de la humanidad merecen un espacio en la mente del hombre, no obstante, creemos que las políticas no consensuadas son la peor amenaza de nuestra democracia… y la vida.