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El valor político de tener familia

En su aforismo 455, de Humano, demasiado humano (Madrid: Mestasm, 2002), Friedrich Nietzsche decretaba el valor político de la paternidad. En un pensador de la talla de este filósofo, para quien las necesidades vitales eran como cadenas que impedían la constitución de un superhombre, y en virtud de lo cual, cuentan sus biógrafos, se sometía a exigencias “inhumanas” y a una vida de privaciones para probar el poder de la voluntad individual sobre las imposiciones culturales, la atribución de un valor a la paternidad parecía contradictorio y sorprendente. Contradictorio y sorprendente porque, de acuerdo con lo dicho y en función de su crítica a los sistemas de valores, Nietzsche fue identificado como un filósofo de la transvaloración, como el primer crítico de la modernidad, enemigo de la iglesia e incluso como un ideólogo del nacionalsocialismo.

Pero Nietzsche pensaba la paternidad en un sentido político, y en ello radicaba el propio valor de su sentencia que decía en sus primeras líneas: “El hombre sin descendencia no tiene pleno derecho a intervenir en la discusión de las necesidades del Estado”. Este derecho le era otorgado, al hombre, precisamente por la condición de paternidad, ya que en virtud de ésta adquiría la responsabilidad ya no sólo de sí mismo, sino también de sus descendientes. Así, proseguía el autor: “Uno tiene que haberse jugado en ellas (en las necesidades), lo mismo que los demás, (y en función de) lo que más quiere; únicamente así el individuo está sólidamente ligado al Estado. Tiene que aspirar a la felicidad de sus descendientes, lo que quiere decir que ante todo tiene que tener descendientes para participar de forma verdadera y natural en todas las instituciones y en sus cambios”.

Para Nietzsche, la paternidad suponía entonces un valor moral, porque el tener hijos era la fuente de la responsabilidad social y de la realización del propio Estado en tanto organismo rector de un orden y responsable de sus súbditos. En virtud de esto, el filósofo concluía: “El desarrollo de la moral superior depende de que uno tenga hijos; la paternidad le emancipa (al hombre) del egoísmo, o más exactamente amplía su egoísmo en el tiempo y le impulsa a perseguir con tesón, fines que están más allá del periodo de su existencia individual”.

¿A dónde vamos con toda esta reflexión? Hacia una crítica de los estados actuales que se caracterizan por tener a clases gobernantes cual si se trataran de clubes de hombres solteros y sin descendencia. Este fenómeno deriva precisamente en la constitución de una élite política con sensibilidades egoístas e individualistas, preferencialmente solidarias y selectivos en su actuar político. Es decir, las nuevas clases gobernantes carecen del sentido del buen padre de familia, en el cual radicaba precisamente el valor moral que Nietzsche le atribuyó al hecho de tener familia, porque sólo en función de dicho sentido sería posible la equidad e igualdad de las atenciones según las aptitudes de los súbditos.

Por ello, a los gobernantes de hoy se les debería exigir no procrear con libertad, porque eso supondría una irresponsabilidad política, sino la comprensión de los problemas sociales con el sentido de un buen padre de familia para evitar egoísmos selectivos y el favoritismo.

Quizá por ello, sin ser necesariamente nietzscheanos aunque comprendiendo intuitivamente el valor político de tener familia, las clases políticas de ahora, aquéllas de los clubes de hombres solteros, anuncian nupcias o nacimientos como un suceso fantástico para obtener aprobación y apoyo moral de los súbditos e incluso cierto tipo de legitimidad; esto constituye una moda tanto aquí como allá y en todas partes del mundo.