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Terror nuclear

Cuando nos referimos a los viajes aéreos, generalmente lo hacemos considerando los precios de los pasajes, la insuficiente oferta de servicios, la situación económica de las empresas o, de manera más prosaica, de los retrasos en los vuelos o de lo molestoso que es esperar en los aeropuertos; en muy pocos casos recordamos los accidentes aéreos y, aunque lo hagamos, por ello no se nos ocurre eliminar este tipo de transporte y volver a las carretas.

En el caso de la energía nuclear sucede lo contrario, nos olvidamos de que, parafraseando a Carl Sagan, somos hijos de una explosión nuclear y estamos hechos de estrellas, nos olvidamos que el Sol, que da vida a nuestro planeta, no es otra cosa que un reactor nuclear gigante, y nos olvidamos de todos los avances que se lograron desde que el profesor Einstein nos enseñara que la masa se convierte en energía. De lo que nos acordamos es de los desastres que se presentaron en las centrales nucleares y, como luditas, tratamos de detener el progreso, oponiéndonos a la construcción de plantas nucleares. Recordemos que los luditas proponían destruir las máquinas industriales, las que suponían generarían hambre entre los trabajadores.

Si revisamos los casos de los accidentes en centrales nucleares, tenemos que el más importante ocurrió en Three Mile Island en Estados Unidos en 1979, donde no se registró ninguna muerte atribuible al accidente; el otro caso es el ocurrido en Chernóbyl en 1986, donde inicialmente se produjeron casi un centenar de muertes atribuidas al siniestro, las que se estima se incrementarían a varios miles en las décadas siguientes a la catástrofe, incluyendo los casos de cáncer por las precipitaciones de yodo radiactivo. Por último, tenemos el accidente de Fukushima en Japón, donde, hasta ahora, no se tienen registrados casos de muerte atribuibles al accidente. De allí se deriva que la tragedia  de Chernóbyl no es una referencia sobre la imposibilidad tecnológica de controlar la energía atómica, sino es la clara muestra de la ineficiencia de un sistema que privilegiaba los objetivos del Estado por encima de los derechos y la seguridad de los individuos.  

La energía nuclear, como lo destaca el profesor Lovelock, será la energía que moverá el mundo en el futuro, incluso el fundador de Greenpeace, Patrick Moore, ha reconocido que solamente la energía nuclear podrá salvar a nuestro planeta del desastre del cambio climático, en tanto que ella produciría energía en gran escala sin afectar al medio ambiente con emisiones de dióxido de carbono.