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Nombres

Siempre ponemos nombres a las personas y a las cosas. Sin ello, no podríamos ubicarnos ni recordar a nadie. Designamos para compendiar el mundo que nos rodea. De ninguna manera es un acto impoluto, conlleva intencionalidades, y con ello, quiérase o no, discriminamos personas u objetos y, por ende, ofendemos sin misericordia. Por ejemplo, quieren cambiar el nombre a la plaza Murillo. Los partidarios de uno o de otro denominativo se discriminan mutuamente, pero nadie respeta la toponimia original. Más me preocupa que le digan “Kilómetro cero”, ¿cero en qué?

Bautizar a los hijos e hijas en esta ciudad se ha convertido en poesía pura, por los recordatorios de telenovela y de las series, por los yanqui llokallas y por las maldades del papi y de la mami. Se tiene consignados nombres como: Clark Kent Mamani, Viruela Quispe, Diego Spidi Gonzales, Belldandi Contreras, Mac Giber Flores, Dady Yanqui Choque, Virus Margarita, Luz en la Oscuridad, Brayan Colque, Yorka Kelli y muchos otros, que reclaman con urgencia una antología. Lo perverso del asunto es que los nombres evocan imaginarios, e inmediatamente uno visualiza a los personajes. Por ejemplo, y recordando a la familia, la primera esposa de mi abuelo se llamaba Trifonia, con semejante nombre no puedes más que imaginarla de mala manera. Para descargo del Collao menos mal que la moda oriental tan parnasiana y épica del bautizo nos supera: Jerjes, Artajerjes, Hierónides o Filogonio.

De igual manera las denominaciones de algunos sitios despiertan más imaginarios: el restaurante Las Mil Moscas, el alojamiento temporal alteño Sueño en las Nubes, el restaurante El Codo, la licorería Oasis, la fricasería La Salud o el jardín de infantes Pequeñópolis (no puedo evitar fantasear con esa guardería con los enanos jeringando la paciencia más que cooperativistas).

Si uno presta  más atención puede ver que denominamos calles, edificios y plazas con particular saña. Dos nombres que un matutino colega consignó son antológicos: calle Blanca Nieves y avenida Pinocho. Me imagino que la primera no es en honor al cuentito, sino más bien a la blanca que todos sabemos; y la segunda, subrepticiamente está dedicada a algún político. Pero se advierte también que importantes avenidas y plazas llevan nombres de supuestos “personajes” cuya categoría cívica o histórica es nula y, gracias al empeño y obstinación de su familia, tienen ese desproporcionado mérito (por favor, no me pidan que ahora los reseñe).

Finalmente conozco al portero de un edificio que se llama Máximo y mide, con suerte, 1,40 m; y a otro edificio que se llama Rodolfo Valentino y es más feo que pegar a la madre.