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Las guerras religiosas del siglo XXI

La historia mundial eurocéntrica nos ha acostumbrado a una narrativa de desarrollo lineal, que transita desde formas menos “civilizadas” de convivencia social, con grandes guerras religiosas, de diversa intensidad durante el primer milenio de nuestra era “cristiana”, hasta la actual organización social “moderna”, de división entre religión y política y, al interior del ámbito político, de división de poderes.

La evolución señalada tiene orígenes bastante poco civilizados. Tenemos, por ejemplo, las nueve cruzadas de la cristiandad contra el mundo infiel (cámbiele de nombre a cristiandad y tendrá una consigna para las guerras religiosas de hoy), entre 1095 y 1202. Más tarde, tenemos otro ejemplo, el de las luchas de Luteranos vs. Calvinistas vs. Católicos vs. Protestantes durante la guerra de los 30 (¡treinta!) años a mediados del siglo XIV (¡y por suerte todos adoraban al mismo dios!). Probablemente ni siquiera los protagonistas de las cruentas batallas de antaño puedan dar una respuesta satisfactoria al por qué de sus apetitos, a la luz de las racionalidades de hoy.

A la distancia, podemos considerar que en aquel momento, probablemente ningún otro dispositivo ideológico podría poner una gran masa de campesinos despojados de casi cualquier derecho a pelear por los intereses de un grupo de reyes que, de todos modos, se contentaban (o decían que se contentaban) con el honor y la gloria y dejaban las sobras para los vasallos de a pie. No obstante, aquellos largos y lejanos años de guerra tuvieron un efecto geopolítico de importancia mundial para la época. Las religiones generaron unidad y motivaron las emocionalidades de grandes masas de la población, hasta el punto de desear el exterminio de la amenaza alienígena (en términos terrícolas o, para el caso, religiosos).

En la Europa de hoy, católicos, protestantes y luteranos viven más preocupados del paro y de la crisis financiera que de los ritos religiosos de su vecino. Porque su nacionalidad les otorga una identidad más tangible que en religión. Y su nacionalidad está consagrada gracias a que las guerras religiosas fundaron los cimientos de los reinos centralistas que consolidaron los estados nacionales de hoy.

Eso fue antes. ¿Qué rol juegan las religiones en el mundo contemporáneo? Básicamente el mismo. Desde la campaña presidencial de EEUU, pasando por la primavera árabe y culminando en la más reciente revuelta musulmana en contra de un video que, a su vez, está en contra de la religión islámica, la religión genera identidades masivas, en circunstancias en las que cualquier otro elemento de identidad deriva en particularismos de dimensiones atómicas, para fines de construcciones sociales de carácter nacional. Condiciones ideales, pues, para convertir una adhesión religiosa en un instrumento geopolítico.

El mundo árabe está hoy conmocionado con un video explícitamente antiislámico, con manifestaciones, tumultos y ataques hostiles contra las representaciones diplomáticas estadounidenses, primero en Benghasi, luego en El Cairo,  y actualmente en decenas de ciudades en el mundo árabe.

A este columnista se le ocurren un par de preguntas curiosas. La primera: ¿No es llamativo que el trayecto de los ataques antiestadounidenses sea tan, pero tan similar al trayecto de las revueltas de la primavera árabe? La segunda: Éste no es el primer ataque mediático que dicen recibir desde Occidente los defensores de la fe musulmana, pero es el primero que genera ataques tan focalizados hacia un país en particular. ¿Por qué la caricatura de Mahoma publicada en un periódico danés en 2005 no provocó el incendio de las embajadas danesas? No hay gato encerrado. Geopolítica, se llama.