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La fascinación del colibrí

Desde el portón del comedor popular, el olor del orégano asedia nuestros olfatos. Una  pareja de recolectores de los maltrechos canastones de basura espera, asoleándose, que el almuerzo esté listo. Todos los días ellos escuchan las noticias en su radio encontrada entre los desperdicios, y luego se toman de la mano, hacen “empanadas” y se miran arrobados. Ella es mayor que él, en su dulce rostro hay marcas de una vida dura. Ambos se peinan mutuamente y se dan besitos en la frente. La fragancia del orégano se instala en la calle y los estudiantes de un Instituto de Comercio cercano la disipan con su bullicio.

Entonces recién despierto como debe ser, o como no quisiera que sea. Al verlos uno piensa: Se aman, son pobres, pero sus ojos brillan extrañamente. Están en su mundo de amor y no desean más que estar juntos.

En estos primeros días de primavera, las aves de mi barrio que emigraron en invierno vuelven a los escasos árboles que son su refugio de los dinamitazos, del fragor de la ciudad y, entre las humildes ch’ampas del barranco, aparecen dos picaflores, joyas brillantes que vuelan. Son tan bellos como mis dos enamorados ¡Cómo pueden existir seres tan hermosos en medio de tanta codicia! Sin embargo ahí están. El colibrí es mi ave favorita, ver volar a un ser diminuto y hermoso me confirma que la belleza es indispensable para la existencia, y que no sólo está en los museos o en lugares exclusivos, que la podemos encontrar en los sitios más inesperados. Nos cuesta encontrarla por lo prosaica y utilitaria que se ha vuelto la vida.

La belleza es un regalo si pensamos que nuestra estancia sobre la redondez del mundo es pasajera, como la breve vida del picaflor, así llamado por los conquistadores que se deslumbraron con su vuelo. Hay como 480 especies en el continente americano, desde la Península del Labrador hasta la Patagonia.  Mainumbí es su nombre en guaraní, quri qu’inti (chupador de oro) lo llaman los quechuas; y los aymaras le dicen luli; huatzitzil los aztecas.

Colibrí es palabra caribeña; en inglés, humming birds. Todas  tienen a la i en su nombre, como si sonaran en mi menor, como notas de piccolo y chuli.

En Bolivia existen  51 géneros y 89 especies, y las de altura llegan  a los 5.400 metros para libar el néctar de una malvácea de color rojo, en límites que supuestamente hacen muy difícil la vida;  sin embargo, la hembra y el macho cuidan celosamente los dos huevecillos de todos los peligros. En ciertas épocas del año, el colibrí muere y resucita, dice una leyenda, pero sucede que clava su pico sobre un tronco, se aferra con sus delicadísimas uñas y duerme.

Luego de varios días, despierta, como volviendo a la vida. Su importancia en la cosmovisión indígena es muy importante, tanto así que sus plumas son consideradas sagradas. Para los guaraníes, por ejemplo, los hombres al morir dejan su cuerpo en tierra, pero su alma vuela a ocultarse en una flor, por eso el mainumbí anda volando de flor en flor buscando almas para llevarlas al paraíso.

El escudo del inka Mallku Qhapaq   tiene un quri q’enti, sus preciosas plumas eran entretejidas en los qumpis (tejidos de extrema finura) para que se vista.

Existe la creencia que su sangre cura la enfermedad de Parkinson; también sus excrementos son útiles en la medicina  kallaguaya. En la provincia Chayanta sus plumas se queman para curar las enfermedades mentales y el susto.

El género Sappho Sparganura Sappho es una especie endémica de La Paz, se refugia en un cañadón que existe en un cementerio privado en la zona Sur de la ciudad. Esta ave está inmovilizada en una célebre obra de Arturo Borda, llamada Crítica del arte. El colibrí de pecho punteado es el que me viene a visitar, mide  ocho centímentros. Cuando está cerca me quedo inmóvil, veo entonces juntos al colibrí y un pedazo del Illimani y soy feliz como un niño.

Mientras tanto, en el centro de la ciudad los hombres de las minas hacen retumbar las dinamitas, peleando por una veta de mineral que convertirán en dinero; sin embargo la vida no es sólo eso, es mucho más, pero qué difícil entenderlo en un mundo donde la codicia destruye la belleza de la vida.