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‘Descolonizate pues’

En la Bolivia de hoy no existe término más utilizado que el de la descolonización. Tal es así que éste ha sido elevado o reducido, según se quiera entender, a un nivel de folklorización, porque habiendo surgido desde el Estado se ha ido mimetizando entre el habla popular, la jerga común, el lenguaje cotidiano y entre las expresiones coloquiales. Sin embargo, a raíz de ello el término descolonización ha resultado también confuso e impreciso, pues es utilizado en dos sentidos contrapuestos. Por un lado es usado para demeritar logros, actitudes y formas de pensar tal que si éstas no se adecúan a lo que supone el término se es neoliberal, derechoso, oligarca o k’ara; y por otro, se usa para ensalzar logros, actitudes y formas de pensar de acuerdo con lo que si se está dentro de lo que supone el término se es izquierdista, procambio, parte del proceso e incluso revolucionario.

Ocurre así que un intelectual afanado en otros tiempos en las lecturas de Rorty, Derrida y demás pensadores occidentales, pero que ahora forma parte del Gobierno, desestime y demerite la lectura que un colega podría hacer de Luhmann, con la expresión: “¡Descolonizate pues!”. Un miembro del Gobierno cuya indumentaria se adecúa a la moda occidental y cuyo estilo de vida coincide con ese canon, reclama un lugar en nuestra mesa para el mocochinchi, porque consumir una debida procesada no sería cuestión de gusto sino de imposición cultural. Y, sin embargo, este mensaje es emitido desde el Estado y desde una posición de autoridad que corresponde a una forma de organización occidental, muy a pesar de que al Estado se le pretenda vestir con ponchos y abarcas. Ejemplos similares abundan.

El término descolonización invade así nuestras bocas cual si se tratara de una canción de moda, que siendo imperceptible, pero pegajosa, muchos la tarareamos, la bailamos y la gozamos. Siempre que no nos callen los de gustos refinados que podrían pararnos en seco y amargarnos la fiesta, hablándonos de otros gustos, justo en sentido colonizador. Ese es el estado discursivo de esta nuestra sociedad, donde la ganancia de hablar de descolonización supone mantenerse en vigencia; y no hacerlo supone quedar en el ostracismo en el cual yacen quienes se dicen de oposición y que se dedican a actuar desde sus escritorios, siendo incapaces de contribuir a la clarificación de nuestros horizontes.

En tiempos en los cuales el movimiento indígena y campesino comenzó a hacerse más visible, esto es, en la década de los noventa, vestir indumentaria indígena no era visto como un signo de descolonización, porque lejos estaba de ser adoptado este término. Mas en ese entonces la folklorización de los símbolos indígenas cruzó el entramado social de tal manera que Carlos Palenque los adoptó en sentido político; los líderes indígenas lo proyectaron en sentido ideológico a partir de un discurso más serio y genuino, aunque también excluyente; las entradas folklóricas lo rutinizaron; modistas y estudiantes universitarios lo hicieron útil indumentaria; y los intelectuales lo vanagloriaron pensando el indigenismo en clave política occidental.

Pues bien, esa etapa de folklorización parece estar extendiéndose hasta nuestros días, lo que supone que poco se ha avanzado, ya que permanecemos aturdidos frente a la vertiginosa aparición de un hecho que resulta difícilmente procesable. Pero como surgió del Estado, el término descolonización alimenta enconos, facilita diferencias, hace visibles a los amigos y enemigos; y lo que es peor, hace identificables a quienes están a favor o en contra de un gobierno que sólo vino a darle la forma, su forma, a las aspiraciones de cambio de más de dos siglos de historia.