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Reencauzar el problema marítimo

Han pasado varios meses desde que, en la OEA de Cochabamba, todos los delegados que tomaron la palabra sobre el asunto marítimo manifestaron que éste es bilateral (uno solo se atrevió muy tímidamente a recordar que también atañía al continente), dando a entender que dicha organización no cooperará a Bolivia en este asunto, y menos si se pretende utilizarlo para buscar enfrentamientos entre los dos Estados interesados en el tema.

En consecuencia, es menester encauzar el tema marítimo por su vía natural, es decir, mediante una negociación directa, amistosa y franca con Chile. A este respecto, se debe destacar que existe en el país una fuerte desconfianza a ese tipo de entendimientos bilaterales, no sólo en gentes ajenas al tema, sino también en muchas personas entendidas en ella. Se dice generalmente que Chile no tiene voluntad de solucionar tan trascendental problema. Pero esa posición de desconfianza y de creencia que Chile no desea tratar el tema es completamente falsa. La Historia nos enseña que fue precisamente Chile y no Bolivia quien mantuvo el tema marítimo a lo largo del siglo XX, sobre todo a partir de la segunda mitad del mismo.

Cabe recordar que en 1950 se intercambiaron notas entre el embajador boliviano don Alberto Ostria Gutiérrez y el canciller chileno don Horacio Walker Larraín, mediante las cuales Chile expresó estar llano a ingresar en una negociación directa para solucionar el problema marítimo boliviano. Pero pasaron diez años sin que Bolivia tratara de conversar sobre la cuestión marítima. E increíblemente fue Chile quien decidió resucitar dicho asunto cuando presentó, en agosto de 1961, el denominado Memorándum Trucco, por el nombre del embajador chileno don Manuel Trucco. En él se recordaba que había un compromiso de los dos países de negociar el tema marítimo y que Bolivia nunca había manifestado interés en hacerlo. Lamentablemente, el asunto del río Lauca sepultó este documento.

Años después, fue el general Pinochet,  presidente del gobierno más nacionalista y patriotero de Chile, quien aceptó negociar con Bolivia. Fruto de esa decisión fue la Negociación de Charaña, la más importante llevada a cabo en el siglo XX. En ella, Chile ofreció oficialmente ceder un corredor al norte de Arica mediante una compensación territorial. Y, posteriormente hubo otra negociación, la llamada del “Enfoque Fresco”. 

Con el retorno de la democracia en Chile surgió un nuevo elemento integrador: el gas. Chile necesitaba desesperadamente el gas boliviano para su creciente industria. El presidente Ricardo Lagos se entrevistó con casi todos los mandatarios nacionales, Banzer, Tuto, Goni y Mesa, con el fin de obtenerlo. Pero cuanto más se esmeraba Chile en adquirir nuestro gas, Bolivia más se encaprichaba en no venderle.

Cuando Evo Morales asumió la presidencia, Lagos vino a La Paz y conversó con él en su departamento de Miraflores.    Luego Morales viajó a Chile, donde fue recibido por varias miles de personas al grito de mar para Bolivia. E inmediatamente, la presidenta Bachelet informó públicamente que muy pronto se iniciarían negociaciones para solucionar el problema marítimo boliviano. Pero luego surgió algo insólito, Bolivia volvió a suscribir un acuerdo de venta de gas boliviano a Argentina con la cláusula de la molécula de gas, es decir, que Argentina se comprometa a no vender gas boliviano a Chile. Esto derrumbó todo entendimiento sobre el mar. Desde ese momento, los gobiernos de Chile señalaron que tratarían el tema pero sin soberanía, es decir, sólo simbólicamente.

Bolivia creyó que podría presionar a Chile por medio de los organismos internacionales, ya sean políticos o jurídicos, pero eso resultó un fracaso. En consecuencia, es menester retornar a la relación directa con Chile, en base a lo que éste necesita de nuestro país: el gas. Si Bolivia pudiese vender a Chile ese fundamental elemento energético, el tema del mar nuevamente estaría en la agenda bilateral; no como ahora, como un apéndice, sino como el tema principal de nuestras relaciones con ese país.