El departamento de Santa Cruz es el más extenso y poblado del país; ocupa un tercio del territorio nacional y alberga a casi tres millones de habitantes. Es la región más industrializada de Bolivia y posee la renta per cápita más alta. Tiene la mayor producción agropecuaria y forestal, y es también líder en producción de hidrocarburos. Aporta con el 35% del total del PIB y es el mayor receptor de los migrantes de otros departamentos. Más de la mitad del total de las exportaciones de Bolivia son de Santa Cruz, y la cifra sube a dos tercios si hablamos sólo de exportaciones no tradicionales. Aporta con el 40% de las recaudaciones tributarias y más de la mitad de la cartera de créditos de la banca va a la región. Tiene el mayor aeropuerto, la mejor red de carreteras y los ferrocarriles más activos.

Podríamos llenar esta columna con datos parecidos que demuestran que Santa Cruz es la locomotora económica de Bolivia, el crisol de la identidad nacional y la región más pujante y progresista. ¿Por qué entonces no ejerce, de manera natural, el liderazgo político y estratégico de la Nación? ¿Qué ha sucedido para que el proceso casi inercial de hegemonía cruceña se haya detenido e inclusive retrocedido de manera dramática? Sucedió el MAS: la aparición de un proyecto político andino centrista, con inclinaciones socializantes, le puso un freno en seco al afán cruceño de comandar el país.

Si bien las élites políticas de Santa Cruz intentaron resistir, un macabro, al mismo tiempo que eficaz, plan “envolvente” convirtió, de la noche a la mañana, todo el avance político cruceño en una cruzada “separatista” y “terrorista”. De nada valieron el cabildo del millón, el referéndum autonómico y la elección directa del Gobernador; cuando atacaron los fiscales, la dirigencia se dispersó y cayó en desgracia.

Es verdad que los cruceños tardaron un poco más de lo debido en darse cuenta de que su rol era de vanguardia nacional y no tan sólo de reivindicación regional, pero no es cierto que hayan pensado, ni por un segundo, en una salida que no fuera en el marco de la unidad nacional y la preservación de la integridad territorial y espiritual de Bolivia. Los dirigentes cruceños no fueron los villanos que querían desmembrar al país, en realidad fueron las víctimas de una visión centralista y autoritaria que necesitaba detener el proceso de las autonomías para poder consolidar la idea de un Estado Plurinacional con predominancia indígena.

Sin embargo, a pesar de la fuerza del embate, ahí está Santa Cruz, enhiesta, firme y cicatrizando las heridas. Lista para retomar la senda autonomista y, lo que es más importante, su rol de vanguardia nacional del progreso, la modernidad, el desarrollo y la democracia.