Todos los años en estas fechas, los dirigentes se reúnen en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York para tratar el estado de nuestro mundo. Este año, aproveché la ocasión para hacer sonar la alarma por la dirección que llevamos como familia humana.

Estamos viviendo un período de profundas perturbaciones, transición y transformación. Están aumentando la inseguridad, la desigualdad y la intolerancia. Los gobiernos desperdician grandes cuantías de fondos muy valiosos en armas mortales, al tiempo que reducen las inversiones en las personas. Demasiadas personas en el poder parecen cerrar voluntariamente los ojos ante la amenaza del cambio climático. Los ciudadanos quieren puestos de trabajo y la posibilidad de vivir una vida digna, pero con demasiada frecuencia lo que encuentran son divisiones y retrasos.

Se han producido algunos avances importantes. La pobreza extrema se ha reducido a la mitad desde el 2000. Se están efectuando transiciones democráticas en el mundo árabe, Birmania y en otros muchos países. El crecimiento económico de África se ha convertido en el más rápido del mundo. En Asia y en América Latina se están haciendo avances significativos.

Sin embargo, debemos aumentar nuestro grado de ambición. La pobreza y las desigualdades siguen siendo endémicas. Los ecosistemas están llegando a un punto crítico. La mejor ciencia del mundo es irrefutable: debemos cambiar de rumbo. Es por ello que he instado a los dirigentes mundiales a continuar las iniciativas sobre energía sostenible, educación, nutrición y salud de las mujeres y los niños. La crisis económica no puede ser una excusa para incumplir los compromisos que contrajeron para atender las necesidades básicas de todos.

Las tensiones regionales también son profundamente preocupantes. La crisis en el Sahel no está recibiendo suficiente atención y apoyo. La pobreza, la fragilidad, la sequía, el extremismo y las tensiones sectarias están causando enormes sufrimientos; es fácil obtener armas, pero es difícil encontrar trabajo. La comunidad internacional necesita un gran esfuerzo concertado para hacer frente a esta situación alarmante. La crisis también resalta la necesidad de fortalecer la seguridad alimentaria, la resiliencia nutricional y las redes de seguridad social para contrarrestar la frecuente inestabilidad de los precios que se ha convertido en la nueva norma. Así como los sensores y sismógrafos de todo el mundo nos ayudan a prepararnos para los desastres naturales, tenemos que hacer más para detectar asimismo los temblores causados por las dificultades de los más pobres y más vulnerables.

La situación en Siria empeora día a día y se ha convertido en una calamidad regional, que tiene ramificaciones globales. Debemos poner fin a la violencia y detener las corrientes de armas hacia ambas partes, y poner en marcha una transición liderada por Siria tan pronto como sea posible. Continúan los abusos brutales de los derechos humanos, que comete principalmente el Gobierno sirio, pero también los cometen grupos de la oposición. Es nuestro deber poner fin a la impunidad de los crímenes internacionales en Siria y en otros lugares, y dar un significado concreto a la responsabilidad de proteger.

A medida que continúan soplando los vientos del cambio en el mundo árabe y en otros lugares, tenemos que romper el peligroso punto muerto entre palestinos e israelíes. La solución biestatal es la única opción sostenible; sin embargo, es posible que esa puerta se esté cerrando para siempre. Rechazo también tanto el lenguaje de la deslegitimación como las amenazas de acción militar de un Estado contra otro. Cualquier ataque sería devastador. El discurso belicoso de las últimas semanas ha sido alarmante, y debería recordarnos la necesidad de encontrar soluciones pacíficas y asegurar el pleno respeto de la Carta de las Naciones Unidas y del derecho internacional. Los dirigentes tienen la responsabilidad de utilizar sus voces para reducir las tensiones, no para aumentar la tensión y la inestabilidad del momento.

Esto es especialmente importante en unos momentos de mayor tensión por la intolerancia. En las últimas semanas, un acto vergonzoso y falto de toda sensibilidad causó una ofensa justificada y desencadenó una violencia injustificable. La libertad de expresión y de asamblea son fundamentales, pero ninguna de esas libertades otorga licencia para la incitación o comisión de actos de violencia. Los dirigentes políticos y líderes comunitarios deben asumir su responsabilidad en este momento. La mayoría moderada no debe ser una mayoría silenciosa.

Con todo lo que está en juego, las Naciones Unidas deben seguir el ritmo en todo el espectro de sus actividades: la paz, el desarrollo, los derechos humanos, el Estado de derecho, el empoderamiento de las mujeres y los jóvenes del mundo. Las personas no quieren que las Naciones Unidas sean simplemente un espejo que refleje un mundo dividido. Tenemos que proporcionar liderazgo, esperanza y soluciones a los problemas que interesan a las personas por el día, y que las mantienen despiertas por la noche.

Ningún dirigente, país o institución por sí solos puede hacerlo todo. Pero cada uno de nosotros, a nuestra manera, podemos hacer algo. Debemos poner a las personas en primer lugar, mejorar nuestra actuación y llevar la cooperación internacional al siguiente nivel. El tiempo no está de nuestro lado, pero juntos, como asociados, podemos hacer frente a las pruebas actuales y aprovechar las oportunidades de una época de cambios drásticos.