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Mito y desilusión

Algo nos ha pasado en los últimos 20 años. Cuando en 1985, con el corazón roto y los pies destrozados, rodeados de tanques y sobrevolados por aviones, los mineros se subían a camiones para regresar a sus distritos gritando “todos juntos compañeros, los mineros volveremos”… ¿quién se imaginaba que iban a volver de la manera en que han vuelto?

Cuando en 1986, una imagen recurrente en los destartalados campamentos era la familia cargando sus nimias posesiones en carretillas para levantar vuelo, buscar otros caminos, relocalizarse en nuevos espacios… ¿quién iba a pensar que esa brasa desparramada iba a terminar de la forma en que ahora la vemos?

Cuando en los 90, en las explanadas de Huanuni o en las vetas esmirriadas del Cerro Rico, aparecieron las cooperativas donde hormigueaban hombres jóvenes y viejos, algunos niños, arañando el mineral con las manos, cargándolo en la espalda por escaleras de palo, moliéndolo en batanes enormes, en condiciones medievales… ¿quién iba a decir que con los años iban a convertirse en lo que son ahora?

El hecho es que la minería, ese mito boliviano, y los mineros, esa semilla de guerrilleros ensalzada por la literatura nacional y la música de protesta, hoy son otros. Podemos echarle la culpa al neoliberalismo, así como los dirigentes le echan la culpa al Gobierno de las dinamitas que lanzan al pecho ajeno; podemos rasgarnos las vestiduras y acusarlos de inconsecuencia; podemos renegar de nuestros socavones de angustia, podemos reescribir la historia y quitarles el estandarte de los campos de María Barzola… Eso no resuelve nada.

El hecho es que, como país, como economía, como sociedad, estamos a la merced de dos bandos armados que se disputan el botín y están dispuestos a todo con tal de no compartirlo. Uno de esos bandos, amparado en su número, su capacidad de amedrentar y también (debo decirlo) en la mitología del minero “que por la patria doy toda mi existencia”, se ha beneficiado en los últimos años de prebendas, excepciones y ganancias que a los demás bolivianos nos están vedadas. El otro bando, ciego de envidia y de resentimiento, enarbola las banderas nacionalizadoras y se rehúsa a entender que hoy la minería es lo que es, que los precios son lo que son, y la lucha es por lo que realmente es: la vil, pedestre y nada revolucionaria explotación del metal del diablo, para beneficio propio.