Las repercusiones que causaron los discursos del Presidente de Bolivia y del Canciller chileno en la última Asamblea de la ONU revelan un atrincheramiento de posturas, en ambos lados de la frontera, respecto al problema marítimo boliviano, porque, en resumidas cuentas, Bolivia vuelve a quejarse ante la comunidad internacional del problema que genera su enclaustramiento geográfico; y Chile le responde, una vez más, que existen tratados vigentes que los bolivianos debemos respetar. Si bien a grandes rasgos esa interpretación es correcta, el gobierno de Piñera le añadió un toque de agresividad a su postura tradicional, que sólo se había visto en los tiempos de Toribio Merino, Conrado Ríos Gallardo o Abraham Köning.

A poco del anuncio del 23 de marzo de 2011, el Canciller chileno dijo que Bolivia “sufrirá las consecuencias” por tal decisión; luego, el Ministro de Defensa amenazó con utilizar las FFAA para “hacer respetar los tratados”, en alusión a la posibilidad de que Bolivia denuncie el Tratado de 1904. Seguidamente, Piñera puso en consideración del Senado chileno una Estrategia Nacional de Seguridad y Defensa que, si bien después dijo que era un borrador, en su página 10 dice que “resulta posible concebir un escenario de controversia por mejores y más amplias garantías de acceso al agua y sus reservas”, lo cual representa una clara amenaza para Bolivia, que es el único país que podría proveer de recursos hídricos a las regiones desérticas de Chile.

Finalmente, en respuesta al emplazamiento que hizo Morales a Chile para resolver el diferendo marítimo a través de mecanismos pacíficos, Piñera decidió amenazar nuevamente a Bolivia, al decir que va a defender “con toda la fuerza del mundo” el territorio y la soberanía chilena, como si las declaraciones pusiesen en riesgo la integridad territorial de su país.

Cabe recordar que la amenaza o el uso de la fuerza fueron proscritos de las relaciones interestatales hace mucho tiempo. La primera vez que Chile se comprometió a no utilizar ese tipo de medios fue en 1889, al suscribir los acuerdos de la Conferencia Panamericana celebrada ese año en Washington; luego lo hizo directamente con Bolivia al intercambiar las notas reversales de 1941, y también al suscribir la Carta de la ONU en 1945 y la de la OEA en 1948. Por tanto, resulta inadmisible que en pleno siglo XXI el Gobierno chileno se muestre tan belicoso y agresivo, y más aún ante la solicitud que hace Bolivia de resolver un largo y difícil problema, muchas veces reconocido por Chile, a través de medios pacíficos.

Ya antes el mismo Piñera había dicho que Chile “hará respetar los tratados”; sin embargo, en esta oportunidad, aclaró que utilizará “toda la fuerza del mundo”, lo cual, además de inaceptable y excesivo, es alarmante.