El profe Tabera
‘El Tabo’ es el maestro inmortal para cientos, miles, de alumnos del colegio Don Bosco.
Aquel invierno del 92 fue inolvidable para los 36 alumnos que decidimos faltar a clases, el último día de clases antes de la vacación de medio año. Aquella chachada, que se gestó en la puerta del colegio tiene, años después, una juntucha de recuerdos heroicos en la que no faltan los personajes entrañables. Uno de ellos es el profesor Germán Tabera que, aquella vez, corrió por El Prado y las calles cercanas para atrapar a alguno de los descarriados.
Aquella vez, el profesor de bigote escaso, mirada aguileña y enfundado en un saco plomo corrió detrás de los alumnos para llevarlos de nuevo al colegio, a las aulas. Por aquel entonces él tenía 65 años y nosotros rondábamos los 17, era una batalla desigual, por donde se lo mire.
Eran otros tiempos. En el Don Bosco había una verdadera cancha de fútbol (de tierra) y teníamos frontones. Sólo estábamos varones y era una época apta para algunos amantes del lema “La letra entra con sangre”.
El Tabo, como le decíamos, era un tipazo. Siempre luchaba contracorriente porque, a veces o casi siempre, la niñez y la juventud son sinónimo de desobediencia. Nadie sabe de dónde sacaba paciencia para no colgarnos de la campana que hacía sonar al finalizar el recreo.
Andaba por los pasillos haciendo sonar su llaverito y cuando veía a alguien infringiendo las reglas del colegio decía: “Oye, oye, oye”; o, sino “Oiga” con aquella voz nasal que hoy nos resulta tan lejana y entrañable.
Es que fuimos cientos, miles, los que pasamos clases con él y a quienes nos dejó una huella memorable. Un dato para demostrar su popularidad es la página en Facebook “Yo también creo que el Tabera es inmortal”. Casi 2.000 personas se adscribieron y colgaron recuerdos del profe. Al comienzo eran bromas sobre su longevidad (hasta corrían apuestas sobre su edad) y después todos, pero todos, le enviaban un mensaje de cariño. En especial el Día del Maestro, porque él sí se merecía ese título.
El Tabo murió a finales de septiembre. Le dieron un montón de premios, pero su velorio fue la más clara muestra de la colección de estrellas que se colgó en el pecho a lo largo de su vida educativa. En su velorio estaban personas de distintas edades (el inmortal Tabera estuvo 64 años enseñando). Los chicos duros de antaño se convirtieron en frágiles ante su ataúd; en cambio, los frágiles tuvieron que volverse duros con la noticia.
Es que después de todo creo que un buen maestro no se mide por la cantidad de chicos buenos que sacó adelante o por los cocachos (bien merecidos) que repartió. Un buen profesor se mide por el cariño con el que es recordado. Y es por eso que El Tabo es inmortal.