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Nueve en treinta

Esto es lo bueno de 30 años de democracia. Hoy festejemos. Ya habrá tiempo para hablar de lo malo.

/ 8 de octubre de 2012 / 06:57

Hernán Siles Zuazo fue el primer presidente de la restauración democrática a partir del 10 de octubre de 1982. Le tocó el momento más difícil de todo este proceso: convertir la demanda popular de restablecimiento democrático en una institucionalidad capaz de ser sostenible en el tiempo. Tuvo la lucidez y la generosidad suficientes como para pensar en el futuro del país y no en sus intereses inmediatos, personales o de su grupo político. Adelantó su salida del gobierno y convocó a nuevas elecciones en 1985.

Víctor Paz Estenssoro, que gobernó con firmeza de 1985 a 1989, no dejó que Bolivia se nos muera y actuó con inteligencia, valor y determinación, para sincerar nuestra economía. También inauguró la era de la democracia pactada que permitió la gobernabilidad y estabilidad, cuyos frutos hoy disfrutamos.

Jaime Paz Zamora, presidente desde 1989 a 1993, olvidó dogmatismos y comprendió que la democracia es también cohabitación y acuerdos que tienen por norte el bien común. Los acuerdos del 9 de julio de 1992 nos dieron árbitros imparciales e idóneos para administrar las elecciones y sentaron las bases de la modernización de nuestro sistema político en la Constitución.

Gonzalo Sánchez de Lozada, mandatario entre 1993 y 1997, dejó su impronta en las reformas constitucionales que reconocieron la Bolivia plural y múltiple que somos, en la participación popular que ciudadanizó de verdad al país y en la política de bonos que acercó la riqueza del país al bolsillo de la gente.

Hugo Banzer Suárez gobernó entre 1997 y 2001 y le tocó lidiar con el inicio de la crisis de Estado que hasta hoy padecemos (y no logramos resolver). Se dio modos, sin embargo, para no recaer en tentaciones autoritarias y más bien inició el proceso de reforma constitucional para la participación ciudadana.

Jorge Quiroga Ramírez, fue presidente de 2001 a 2002, y representó la emergencia generacional de los liderazgos post-52, al tiempo que continuó el proceso de la reforma constitucional para darle más poder a la gente.

Gonzalo Sánchez de Lozada regresó al poder en 2002 hasta 2003 sólo para constatar que la crisis de Estado había devenido en anomia y su gobierno, anclado en las prácticas tradicionales, no pudo sobrevivir.
A Carlos Mesa, presidente de 2003 a 2005, le tocó inaugurar la era de la democracia participativa con la aplicación del referéndum, la convocatoria a la Asamblea Constituyente y la convocatoria a la elección directa de prefectos. Culminó el proceso de reforma constitucional que reconoció la unidad en la diversidad que somos.

Eduardo Rodríguez Veltzé, mandatario de 2005 a 2006, administró con inteligencia y sensatez un difícil proceso electoral, en medio de presiones regionales y políticas que supo sortear con éxito.
Evo Morales Ayma nos gobierna desde 2006 y ha logrado sancionar una nueva Constitución Política del Estado que define a Bolivia como Plurinacional. Su legado histórico más importante, hasta ahora, es haber conseguido una significativa movilidad social y un cambio en las élites políticas y económicas, rompiendo paradigmas racistas y clasistas que eran una rémora para la construcción democrática de nuestra sociedad.
Esto es lo bueno de 30 años de democracia. Hoy festejemos. Mañana habrá tiempo para hablar de lo malo y de lo feo.

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Aprendizaje de un referéndum sui géneris

Un referéndum no es una elección cualquiera; por definición es un evento de polarización. Lo importante es el contenido de cada opción y cómo sintonizan con las necesidades del elector. En este aspecto, sin duda que los grupos promotores del No fueron mucho más eficaces que aquellos que pugnaban por el Sí.

/ 7 de marzo de 2016 / 04:01

El Gobierno perdió el referéndum sobre todo porque lo planteó en un momento inapropiado. Su principal error fue de timing [sincronización], como dirían los estrategas anglosajones. La gente nunca terminó de entender por qué el Gobierno requería resolver el tema de la repostulación con tanta anticipación respecto de las elecciones de 2019.

Desde un inicio se vio al referéndum con desconfianza; un gasto insulso justo cuando se empezaban a ver las primeras señales de una crisis económica. Para la mayoría, la realización del referéndum estaba sobreponiéndose a necesidades y urgencias mucho más presentes. Las encuestas lo mostraban con claridad. Cuando la Asamblea Legislativa aprobó la realización del referéndum, el 70% de los electores pensaba que éste era innecesario y muy caro. Otro error en este mismo plano fue dudar en la redacción de la pregunta. A la intención inicial de reponer la idea de la reelección indefinida (presente en la primera redacción de la Constitución que hizo la Asamblea Constituyente), se prefirió, por razones pragmáticas y no ideológicas, limitar la reforma a una sola reelección más. Tampoco colaboraron las idas y venidas de la redacción de la pregunta que fue modificada finalmente por el Tribunal Supremo Electoral, no muy al gusto del ala más radical del oficialismo.

Luego se escogió una estrategia de confrontación, de polarización política que llevó a la inevitable plebiscitación del proceso. En el momento en que los estrategas del MAS decidieron poner en juego la figura, presencia y prestigio del Presidente, realizaron una apuesta muy arriesgada y que a la postre se definió catastrófica. Aquí también a un inicio el plan era diferente. El propio Evo Morales declaró al principio del proceso con suficiencia que “él no haría campaña y que dejaría que el pueblo decida libremente sin la presión de una campaña oficial”. La intención no duró una salva de cohetes, pues a las pocas semanas de esta declaración Evo Morales se zambulló con todo en la campaña y puso al país ante la disyuntiva de votar por él o contra él.

Para entonces la reforma de la Constitución había pasado a segundo plano y aquello que en un principio parecía ser una jugada desesperada pero eficaz para ganar el referéndum, ahora que se perdió, aparece como la causa estructural que cuestiona de fondo la legitimidad del Gobierno. El MAS apostó fuerte y perdió en consecuencia. Las piruetas verbales del Vicepresidente, que antes del referéndum planteaba el evento en términos de vida o muerte y después quiso minimizarlo al extremo, no alcanzan para esconder el tamaño monumental de la derrota política del Gobierno.

Durante la campaña, el Gobierno pensó que podía escoger sus enemigos, pero fracasó rotundamente en su afán de colocar a Sánchez Berzaín, Goni, Manfred, Samuel, Tuto y otros políticos que consideraba de imagen negativa. En este aspecto, sus esfuerzos fueron vanos desde el inicio hasta el final y resulta incomprensible por qué los estrategas del Gobierno insistieron en este expediente inútil, aun cuando resultaba más que evidente que no lograba ningún efecto en el electorado. Al MAS le pasó lo que a muchas fuerzas políticas de otras latitudes, que insisten en repetir una receta probada muchas veces, pero que está notoriamente desgastada y es inapropiada a la circunstancia presente. Faltó creatividad, audacia y sobró conservadurismo.

La campaña del Gobierno no habló mucho de las cosas que le interesan a la gente y que podrían haber definido la elección a su favor, como la agenda 2025 y otros proyectos. A ratos parecía que podrían dar el viraje, pero inmediatamente retornaban las pulsiones antagonistas y toda la campaña positiva quedaba en el tintero.

Al final, claramente el Gobierno no tuvo capacidad de anticipación estratégica y menos todavía de respuesta contingente ante el destape de casos de corrupción y que comprometieron la percepción de la gente sobre la ética del Presidente. La cereza en la torta fue el pésimo manejo gubernamental del incendio de la Alcaldía de la ciudad de El Alto. Todos estos factores influyeron, cada uno en su momento y a su modo, en la derrota del Sí.

En la otra vereda, la oposición política tuvo la lucidez de unirse y definir una participación secundaria, coadyuvante de un gigantesco y variopinto movimiento ciudadano. Los principales líderes opositores no cayeron en la propuesta de polarización del Gobierno y más bien eludieron la confrontación, dejando al oficialismo enfrentado con millones de ciudadanos que no pudieron ser estigmatizados ni combatidos con eficacia.

Las campañas del No fueron múltiples y diversas, pero tenían algo en común: eran alegres, frescas y directas. Adicionalmente, las herramientas comunicacionales que se utilizaron fueron mucho más asequibles, baratas y lúdicas. Las redes sociales resultaron definitivas, sobre todo en las ciudades y en las clases medias. Allí el No sacó una ventaja que a la postre resultó el factor principal de la recta final de la campaña.

Por otra parte, el No ganó más que por virtudes propias de la campaña, por los errores que cometieron los promotores del Sí. El gran acierto de los partidarios del No fue no presentar un solo frente de batalla, sino cientos con variedad de argumentos y razones. Una campaña segmentada y distribuida en red le dio la victoria a la ciudadanía sobre el poder.

Un referéndum no es una elección cualquiera. Es por definición un evento de polarización. Al final, sin duda queda para el elector la disyuntiva de escoger entre solo dos opciones, una negación de la otra. Lo importante entonces es el contenido de cada una de las opciones y cómo sintonizan con las necesidades del elector. En este aspecto cardinal, sin duda que los grupos promotores del No fueron mucho más eficaces que aquellos que pugnaban por el Sí.

Ahora bien, ¿se pueden extraer conclusiones prospectivas a partir de los resultados del referéndum? En Bolivia el largo plazo son tres meses, decía un analista en tono de broma, para tratar de graficar la cambiante situación política de nuestro país. Por lo tanto, es realmente osado pronosticar qué sucederá en la perspectiva de 2019. Yo personalmente creo que se harán esfuerzos por construir algún esquema unitario de la oposición, al estilo de Venezuela o de Argentina y, por consiguiente, lograr un candidato de consenso. Para ello tal vez pueda darse un proceso de primarias o algo así. Esto no quiere decir que no existan liderazgos vigorosos en la oposición y que seguramente estarán presentes en el proceso electoral de 2019.

En cambio, sinceramente no creo que Evo Morales tenga la menor intención de dejar el gobierno en 2019. Yo creo que se insistirá en algún mecanismo que le permita volver a postular: un nuevo referéndum, una interpretación del Tribunal Constitucional o alguna otra “maniobra envolvente”. Tampoco me parece que pueda existir en el seno del MAS las condiciones mínimas para el surgimiento de liderazgos alternativos o que representen una renovación generacional.

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¡Gracias!

Fue una aventura excepcional ser parte de un diario de la talla y el prestigio de La Razón

/ 19 de noviembre de 2012 / 05:48

Me voy de las páginas de La Razón. Lo hago por mi propia voluntad y sin que medie ningún tipo de presión o elemento extraño a mi simple y exclusiva decisión personal. Me voy porque deseo cambiar de espacio en el cual expresar quincenalmente mis ideas. Quiero renovar el contenido y la forma de mi columna y he visto que el cambio debía también incluir el medio que me acogió por casi diez años.

Agradezco en primer lugar, como no puede ser de otra manera, a mis lectores, que a lo largo de todo este tiempo me alentaron, de diversas maneras, a plasmar por escrito lo que siento y pienso con relación a la realidad social que nos contiene. En todo este tiempo he recibido felicitaciones, críticas, adhesiones y claro, también contradicciones, que siempre fueron bienvenidas, porque ya es un triunfo saber que alguna gente te lee.

También es correcto agradecer a todos los directores y editores de la página editorial que pasaron por La Razón mientras escribí acá. Nunca (y cuando digo nunca es literal), me sugirieron algo que melle o limite mi derecho a la libre expresión. Muchas veces discutimos, luego de publicada, el contenido de mi columna, pero siempre en el entusiasta y respetuoso ejercicio del debate democrático.

Escribí sobre diversos tópicos y con absoluta libertad. Si bien es cierto que mi sesgo fue el análisis político, las reformas constitucionales, las estrategias electorales o la sociología de la vida cotidiana, también me di tiempo para dar rienda suelta a mi imaginación y mis frustradas pretensiones literarias. Más de una vez sorprendí a mi audiencia contándoles un sueño, un libro que me deleitó o una película que recomendé con entusiasmo casi comercial.

Sin duda fue una aventura excepcional ser parte de un diario de la talla, la importancia y el prestigio de La Razón. El orgullo de haber sido uno de sus columnistas más constantes y añejos me acompañará en las nuevas etapas que voy a encarar hacia adelante. Se trata de un antecedente que, como ya he comenzado a sentir, es muy valorado en todos los ámbitos.

Unas líneas finales para reflexionar acerca de la necesidad de escribir y publicar en un país como el nuestro. En lo personal, yo lo hago porque tengo una filosofía simple de grafiti: creo que si uno no dice lo que piensa, entonces ¿para qué piensa? Las ideas y las reflexiones son para compartirlas, debatirlas y ponerlas bajo el escrutinio público; he allí su utilidad y su posibilidad de incidencia. Que en estos tiempos se ha convertido en un deporte de alto riesgo es una realidad y reflexionaré sobre aquello en breve, pero para eso ustedes deberán esperar a leer la inauguración de mi próxima columna.

¡Gracias! A todas y a todos, lectores de La Razón, defensores de la vida, las libertades y la democracia. Hasta pronto.

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Confianza

Sólo quienes faltan a su palabra pueden soportar la demagogia y el incumplimiento de los compromisos

/ 22 de octubre de 2012 / 07:08

Siempre me llamó la atención que los corredores de la bolsa neoyorquina establecieran sus transacciones de manera verbal y con el respaldo único pero suficiente de su compromiso personal. ¿Cómo es posible —pensaba— que millones se pongan en juego en una operación en la que las partes den como irreversible el trato establecido sólo de palabra? Por el contrario, también me llenaba de ansiedad constatar cómo, en nuestras relaciones cotidianas, somos desaprensivos en nuestros compromisos: “Te llamo luego”, “mañana sin falta”, etcétera, utilizados como táctica inconsciente del soslayo en la que no importa sino el zafarse a como dé lugar.

Con los años me fui dando cuenta que esta segunda actitud, lejos de ser un recurso de interrelación social inmerso en un código concertado, es en realidad un pernicioso rasgo cultural que socava la confianza, base de un entramado social que pretenda pervivir en el tiempo. Cierto, sólo personas que faltan a su palabra de manera cotidiana pueden soportar la demagogia y el incumplimiento sistemático de los compromisos, incluidos los político electorales.

La situación se torna muy grave cuando nadie le cree a nadie. Cuando los ciudadanos creen que los políticos son unos mentirosos profesionales, cuando los políticos creen lo mismo de los empresarios y éstos de los trabajadores. Cuando la desconfianza es el modo elegido para relacionarse, es como vivir en medio de la selva.

El fenómeno no es de exclusividad nuestra. Francis Fukuyama, el autor de El final de la Historia, publicó hace años un trabajo denominado precisamente Confianza, en el que sostiene que, a pesar de la convergencia histórica de las instituciones económicas y políticas en todo el mundo, se sigue observando una gran turbulencia social y que esto sucede porque la vida económica está significativamente invadida por factores culturales que dependen de lazos morales y de confianza social. Esta última se halla en crisis, según el autor, y amenaza la estabilidad de las relaciones sociales. 

Los bolivianos en una circunstancia tan difícil como la que vivimos hoy, en la que estamos bloqueados física y emocionalmente, es importante darnos la oportunidad de cambiar. Es necesario repensar nuestra actitud respecto “del otro”, y permitirnos la licencia de practicar el antiquísimo principio de convivencia entre los seres humanos: la presunción de la buena fe de los actos de las personas. Hobbes nos dejó la amarga sentencia de que el hombre es lobo del hombre, y parecería que buena parte de nuestra actitud hacia nuestros semejantes parte de esa trágica premisa. Tal vez sea hora de renegar de la suspicacia y hacer una apuesta por volver a creer en nuestros semejantes.

Al fin y al cabo, es cuestión de fe.

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Bolivia 2014

La campaña para las próximas elecciones presidenciales será la más extensa y ríspida de la historia de nuestro país

/ 13 de agosto de 2012 / 05:28

De manera prematura se ha iniciado la campaña rumbo a las elecciones generales de diciembre de 2014. La proclamación a la reelección de Evo Morales en el congreso del MAS y la dinámica actuación proselitista de probables candidatos opositores nos mostraron los últimos días las señales inequívocas de que el proceso arrancó. Será la campaña más extensa y ríspida de la historia de nuestro país. La intensidad del debate y la profundidad de los enconos entre los protagonistas nos hacen prever una evolución cada vez más exacerbada en antagonismos. Nos esperan dos años y cuatro meses en los que la lógica política del costo-beneficio electoral se impondrá en la definición de las agendas de los actores políticos, gremiales, institucionales y ciudadanos.

Alguien dirá que no estamos diciendo nada nuevo y que el Gobierno está en una “campaña permanente” desde septiembre de 2005, y que los opositores también estuvieron haciendo lo suyo desde entonces. Pero no es tan así. En el matiz está la diferencia crucial. Una cosa es hacer “marketing gubernamental” para persuadir a los ciudadanos de las bondades de una gestión (que es lo que ha estado tratando de hacer el Gobierno, con diversa suerte, en distintas etapas) y otra muy distinta es el “marketing electoral” que tiene como objetivo seducir al electorado indeciso acerca de una Propuesta de futuro. En un caso se “venden” percepciones de la realidad, mientras en el otro se “venden” sueños y esperanzas.

Toda campaña tiene como objetivo ganar la suficiente cantidad de votos que permita conseguir el objetivo planteado (presidencia, diputación, etc.); y para ello se diseñan estrategias que conquisten al electorado, mostrando las virtudes y bondades de los candidatos propios y los defectos y maldades de los candidatos opositores. O sea que toda campaña es a la vez dos campañas: una positiva y otra negativa. Lamentablemente, en los últimos tiempos, la pulsión para priorizar las campañas negativas se ha estado imponiendo en nuestra región y en el mundo. Basta ver lo sucedido en las recientes elecciones en Francia y México, y ni hablar de lo que está sucediendo en Estados Unidos entre Obama y Rommey.

Todo parece indicar que en Bolivia se impondrá la tendencia de quitar votos al adversario antes que la de cosechar los propios. Tal situación demandará un esfuerzo muy grande de los equipos estratégicos que dirijan las campañas, pues nada es más difícil, en el ámbito del marketing político, que administrar eficientemente una campaña negativa. La mayoría de las veces éstas se convierten en un “boomerang” que destruye al emisor. Por eso siempre es mejor la seguridad de una campaña positiva que casi siempre rinde frutos. Ojalá lo comprendan los actuales actores en contienda.

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Carta Orgánica

Una Carta Orgánica es en cierta medida el alma de una sociedad, de allí la importancia de su aprobación.

/ 30 de julio de 2012 / 07:04

Es un lugar común decir que La Paz es la síntesis de Bolivia, y que en nuestra ciudad se ven contenidas todas las formas culturales, lingüísticas y espirituales de nuestra nación. La Paz es una sociedad abigarrada, donde se han mezclado, sin diluirse, los aspectos constituyentes de nuestra comunidad.

A partir de 1994, pero con antecedentes en la Revolución de abril de 1952, como resultado de la aplicación de la Ley de Participación Popular, los municipios del país fueron adquiriendo un protagonismo que antes les estaba vedado. De todos ellos, sin duda, el municipio más poblado en ese entonces empezó a cambiar su faz de manera acelerada.

Las nuevas competencias y atribuciones, que conllevaban una enorme responsabilidad, fueron generando la imperiosa necesidad de la institucionalización. Esta llegó definitivamente con el nuevo siglo, y desde entonces tenemos la gestión más larga de la historia municipal. El Movimiento Sin Miedo, con Juan del Granado primero por diez años y Luis Revilla que ya lleva más de dos, tuvo la oportunidad, y no la desaprovechó, de dotarle a la ciudad de un rumbo cierto y definido.

Hoy, a 18 años de la Ley de Participación Popular, La Paz tiene el de-safío de culminar su proceso de institucionalización con la redacción de su primera Carta Orgánica. El proyecto de Carta Orgánica que viene trabajando la municipalidad, bajo la batuta del actual presidente del Concejo Municipal, Omar Rocha, consta de 125 artículos, distribuidos en seis títulos, y se constituye en un documento muy bien trabajado, ordenado y que seguramente permitirá un debate amplio y pletórico, previo a la consideración ciudadana en un referéndum municipal, tal como manda la Constitución Política del Estado.

Y por supuesto que también dará lugar a la controversia sobre el carácter de nuestra ciudad. Ya algún radical aymarista ha salido a la palestra para reclamar la no inclusión de la wiphala como símbolo paceño, y el hecho de que mantengamos la denominación “colonial” de Nuestra Señora de La Paz. Por mi parte, debo decir que el proyecto rescata algo esencial de la contribución de la ciudad a la construcción de la nación: nuestra esencia mestiza y crisol de la unidad en la diversidad.

Una Carta Orgánica no es solamente la norma principal sobre la cual se deberá erigir el conjunto de la normativa local que administrará nuestras relaciones sociales; es en gran medida, como diría Hassen Ebrahim, “el alma de una sociedad” y de allí la importancia que tiene su aprobación.

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