Aprendizaje de un referéndum sui géneris
Un referéndum no es una elección cualquiera; por definición es un evento de polarización. Lo importante es el contenido de cada opción y cómo sintonizan con las necesidades del elector. En este aspecto, sin duda que los grupos promotores del No fueron mucho más eficaces que aquellos que pugnaban por el Sí.
El Gobierno perdió el referéndum sobre todo porque lo planteó en un momento inapropiado. Su principal error fue de timing [sincronización], como dirían los estrategas anglosajones. La gente nunca terminó de entender por qué el Gobierno requería resolver el tema de la repostulación con tanta anticipación respecto de las elecciones de 2019.
Desde un inicio se vio al referéndum con desconfianza; un gasto insulso justo cuando se empezaban a ver las primeras señales de una crisis económica. Para la mayoría, la realización del referéndum estaba sobreponiéndose a necesidades y urgencias mucho más presentes. Las encuestas lo mostraban con claridad. Cuando la Asamblea Legislativa aprobó la realización del referéndum, el 70% de los electores pensaba que éste era innecesario y muy caro. Otro error en este mismo plano fue dudar en la redacción de la pregunta. A la intención inicial de reponer la idea de la reelección indefinida (presente en la primera redacción de la Constitución que hizo la Asamblea Constituyente), se prefirió, por razones pragmáticas y no ideológicas, limitar la reforma a una sola reelección más. Tampoco colaboraron las idas y venidas de la redacción de la pregunta que fue modificada finalmente por el Tribunal Supremo Electoral, no muy al gusto del ala más radical del oficialismo.
Luego se escogió una estrategia de confrontación, de polarización política que llevó a la inevitable plebiscitación del proceso. En el momento en que los estrategas del MAS decidieron poner en juego la figura, presencia y prestigio del Presidente, realizaron una apuesta muy arriesgada y que a la postre se definió catastrófica. Aquí también a un inicio el plan era diferente. El propio Evo Morales declaró al principio del proceso con suficiencia que “él no haría campaña y que dejaría que el pueblo decida libremente sin la presión de una campaña oficial”. La intención no duró una salva de cohetes, pues a las pocas semanas de esta declaración Evo Morales se zambulló con todo en la campaña y puso al país ante la disyuntiva de votar por él o contra él.
Para entonces la reforma de la Constitución había pasado a segundo plano y aquello que en un principio parecía ser una jugada desesperada pero eficaz para ganar el referéndum, ahora que se perdió, aparece como la causa estructural que cuestiona de fondo la legitimidad del Gobierno. El MAS apostó fuerte y perdió en consecuencia. Las piruetas verbales del Vicepresidente, que antes del referéndum planteaba el evento en términos de vida o muerte y después quiso minimizarlo al extremo, no alcanzan para esconder el tamaño monumental de la derrota política del Gobierno.
Durante la campaña, el Gobierno pensó que podía escoger sus enemigos, pero fracasó rotundamente en su afán de colocar a Sánchez Berzaín, Goni, Manfred, Samuel, Tuto y otros políticos que consideraba de imagen negativa. En este aspecto, sus esfuerzos fueron vanos desde el inicio hasta el final y resulta incomprensible por qué los estrategas del Gobierno insistieron en este expediente inútil, aun cuando resultaba más que evidente que no lograba ningún efecto en el electorado. Al MAS le pasó lo que a muchas fuerzas políticas de otras latitudes, que insisten en repetir una receta probada muchas veces, pero que está notoriamente desgastada y es inapropiada a la circunstancia presente. Faltó creatividad, audacia y sobró conservadurismo.
La campaña del Gobierno no habló mucho de las cosas que le interesan a la gente y que podrían haber definido la elección a su favor, como la agenda 2025 y otros proyectos. A ratos parecía que podrían dar el viraje, pero inmediatamente retornaban las pulsiones antagonistas y toda la campaña positiva quedaba en el tintero.
Al final, claramente el Gobierno no tuvo capacidad de anticipación estratégica y menos todavía de respuesta contingente ante el destape de casos de corrupción y que comprometieron la percepción de la gente sobre la ética del Presidente. La cereza en la torta fue el pésimo manejo gubernamental del incendio de la Alcaldía de la ciudad de El Alto. Todos estos factores influyeron, cada uno en su momento y a su modo, en la derrota del Sí.
En la otra vereda, la oposición política tuvo la lucidez de unirse y definir una participación secundaria, coadyuvante de un gigantesco y variopinto movimiento ciudadano. Los principales líderes opositores no cayeron en la propuesta de polarización del Gobierno y más bien eludieron la confrontación, dejando al oficialismo enfrentado con millones de ciudadanos que no pudieron ser estigmatizados ni combatidos con eficacia.
Las campañas del No fueron múltiples y diversas, pero tenían algo en común: eran alegres, frescas y directas. Adicionalmente, las herramientas comunicacionales que se utilizaron fueron mucho más asequibles, baratas y lúdicas. Las redes sociales resultaron definitivas, sobre todo en las ciudades y en las clases medias. Allí el No sacó una ventaja que a la postre resultó el factor principal de la recta final de la campaña.
Por otra parte, el No ganó más que por virtudes propias de la campaña, por los errores que cometieron los promotores del Sí. El gran acierto de los partidarios del No fue no presentar un solo frente de batalla, sino cientos con variedad de argumentos y razones. Una campaña segmentada y distribuida en red le dio la victoria a la ciudadanía sobre el poder.
Un referéndum no es una elección cualquiera. Es por definición un evento de polarización. Al final, sin duda queda para el elector la disyuntiva de escoger entre solo dos opciones, una negación de la otra. Lo importante entonces es el contenido de cada una de las opciones y cómo sintonizan con las necesidades del elector. En este aspecto cardinal, sin duda que los grupos promotores del No fueron mucho más eficaces que aquellos que pugnaban por el Sí.
Ahora bien, ¿se pueden extraer conclusiones prospectivas a partir de los resultados del referéndum? En Bolivia el largo plazo son tres meses, decía un analista en tono de broma, para tratar de graficar la cambiante situación política de nuestro país. Por lo tanto, es realmente osado pronosticar qué sucederá en la perspectiva de 2019. Yo personalmente creo que se harán esfuerzos por construir algún esquema unitario de la oposición, al estilo de Venezuela o de Argentina y, por consiguiente, lograr un candidato de consenso. Para ello tal vez pueda darse un proceso de primarias o algo así. Esto no quiere decir que no existan liderazgos vigorosos en la oposición y que seguramente estarán presentes en el proceso electoral de 2019.
En cambio, sinceramente no creo que Evo Morales tenga la menor intención de dejar el gobierno en 2019. Yo creo que se insistirá en algún mecanismo que le permita volver a postular: un nuevo referéndum, una interpretación del Tribunal Constitucional o alguna otra “maniobra envolvente”. Tampoco me parece que pueda existir en el seno del MAS las condiciones mínimas para el surgimiento de liderazgos alternativos o que representen una renovación generacional.