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EL (d)olor de la vejez

A veces las personas somos como globos: basta un pinchazo, suena un ¡bum! y sólo dejamos un despojo colorido. Pero muchas veces nos quedamos colgados a la vida, balanceándonos en el hilo, despidiendo de a poco el aire que nos mantiene, adelgazándonos, arrugándonos, empequeñeciéndonos… Nos hacemos viejos tan lentamente como nos hicimos adultos. Y es así como debía ser, pero no en un mundo como en el que vivimos.

Flora nació en Carangas y se ocupó de su ganado de llamas hasta que a sus 12 años la llevaron a Oruro para trabajar como criada en la casa de una familia. Volvió a ver a sus padres sólo una vez, tuvo hermanos pero hoy que tiene 83 años no sabe si tiene sobrinos. Lo que es un hecho es que nunca se enamoró, ni se casó: está sola porque los 70 años restantes de su vida se los pasó acompañando a “su señora”, y la señora murió hace algunos años.

Juan, en cambio, vivió su vida para sus hijos. Se levantó cada día a las 05.00 para trabajar en una fábrica. Se farreó los viernes, sábados y domingos. Quizá fue bueno, quizá fue malo, no lo sabemos. Lo que es un hecho es que terminó sus días solo.

Filomena todavía anda por ahí, cargada de sus nietos. Sus hijas llegan de cuando en cuando, algunas para visitar a sus pequeños, otras para dejárselos. Viejita como está, Filomena siembra, riega, deshierba, cosecha, transporta, vende y algunos días se desespera y llora. Ha criado seis hijos, ocho nietos y tres bisnietos.

Esto no se acaba nunca.

Erlin murió la semana pasada, luego de haber sido maltratado en un asilo. En ese horrible lugar lo golpearon, lo bañaron con agua fría, lo doparon, lo humillaron.

Pero antes de que todo eso sucediera, sufrió otro maltrato: el de haber sido abandonado y recluido.

Los ancianos, a veces, olvidan cosas, confunden a las personas, viven momentos de su vida a destiempo y en su propia cabeza. Luisa decidió una vez cerrar los ojos y no abrirlos, y no ver la realidad, por casi una semana. Quizás es una muestra de sabiduría. Nos están dando una señal, nos están diciendo algo: que nosotros también olvidamos, cerramos los ojos a la realidad de que somos —todos— unos globos de colores colgando de un hilo. ¿Quién puede saber si se irá en un bum, o si se pasará muchos años flotando, balanceándose, necesitando del apoyo, del amor, del respeto y sobre todo del tiempo de sus hijos?