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Ciudad en riesgo

La semana pasada estuve en Callapa.  Queda en esa zona, a la espalda de la ladera este de la ciudad, una enorme mordida en la montaña. Hay una ladera polvorosa donde antes había calles y casas. Hay una herida, recuerdo cercano de una tragedia de sábado bajo la lluvia.

Hay muchas familias que se quedaron sin ese referente emocional que es para cada persona su casa: aunque sea alquilada, aunque sea prestada, el espacio que uno habita no es sólo donde se come y duerme, sino donde se guarda los objetos y vivencias y sentimientos acumulados a lo largo de generaciones. Perder la casa es, por eso, quedar desguarnecido, no sólo en el sentido literal y obvio, sino sobre todo en la sensación de seguridad y protección y continuidad y herencia que suponen las cuatro paredes y el techo que nos cobijan.

Miles de familias han perdido sus casas en Callapa, Valle de las Flores, Kupini II, Pampahasi Bajo Central, Santa Rosa de Azata, Las Dalias, Alto Villa Salomé, Jokoni, 20 de Octubre, 23 de Marzo, Cervecería, Irpavi II, Metropolitana… Nombres que sugerían calles, vecinos, parques, mercados, escuelas y que ahora prácticamente se han borrado del mapa.

El deslizamiento de febrero de 2011 no fue causado por la incontrolable naturaleza, fue resultado de muchos años de habitar la ciudad de forma desordenada, sumando casas sobre casas, de abajo hacia arriba, sin planificar y sin preocuparnos de la geología, la ingeniería o la gravedad.

Caminando por La Paz vemos a cada momento ejemplos de esta forma de vivir sobreviviendo que tenemos los paceños. Casas sobre pilotes, con los cimientos al aire, colgados de la tierra erosionada, con cañerías que salen de la cocina y se desprenden por el cerro para vaciar sus aguas servidas directamente ahí, en la base del talud que sostiene toda la estructura. Casas antiguas de adobe cargando sobre sus débiles paredes edificios de ladrillo.

Casas enormes construidas en las riberas de los ríos. Una ciudad entera construida sin pensar en el futuro. Y como resultado de todo ello, mordidas en los flancos de la ciudad que son visibles sólo levantando los ojos.

Y ahora en Callapa pueden verse también a simple vista las casas resilientes de ladrillo, de calamina, que vuelven a elevarse sobre las ruinas del deslizamiento de hace sólo algunos meses. Y es que la gente necesita un lugar donde vivir, una casa donde depositar sus sueños y sus objetos y sus memorias. Pero si la construimos y habitamos así, como sea, puede que no dure lo suficiente como para que quede de herencia.