La Biblioteca del Sesquicentenario
La Biblioteca del Sesquicentenario fue creada con el fin de celebrar los 150 años de la independencia.
Los dictadores tienen sus caprichos y, a veces, éstos tienen que ver con la cultura, como es el caso del doctor Gaspar Rodríguez de Francia, dictador perpetuo del Paraguay, nunca mejor retratado por Augusto Roa Bastos en su novela Yo, el supremo. Francia era admirador de Jean Jacques Rousseau y creía en la educación como arma para el desarrollo, y por eso estableció la obligatoriedad de la enseñanza primaria y técnica.
En Bolivia hemos tenido toda clase de dictaduras, desde las más pintorescas hasta las más desalmadas, y pocas veces han realizado alguna acción que valga la pena destacar. Sin embargo, hay algo, un lunar, en el gobierno de facto de Hugo Banzer que se merece una mención. Se trata de la Biblioteca del Sesquicentenario, creada en 1975 por el Comité Nacional con el propósito de celebrar los 150 años de la independencia de Bolivia. Este comité, que me imagino fue impulsado por intelectuales de la época, estuvo dirigido por el general René González Torres, y se dio a la tarea de publicar algunas de las obras que consideró importantes para la bibliografía nacional. Si bien el comité benefició a algunos de los amigos del dictador, podemos afirmar que publicaron a algunos de nuestros más importantes autores.
La biblioteca está integrada por XX tomos, aunque Josep Barnadas, en su Diccionario Histórico de Bolivia, anota que el tomo XIX nunca apareció (tarea para los detectives literarios y tema para una novela), y entre los autores incluidos en la colección podemos destacar a Gabriel René Moreno, a Franz Tamayo, a Hernando Sanabria Fernández, a Rigoberto Paredes, a Adolfo Costa Du Rels, a Mariano Baptista Gumucio, a Óscar Cerruto y a Jaime Sáenz, este último prologado por Blanca Wiethüchter.
Los cuatro primeros tomos están dedicados a la historia de Bolivia, con monografías por departamentos escritas expresamente por investigadores e historiadores locales y, hace unos días en mi último viaje a Sucre, tuve la oportunidad de verlos en el Archivo y Bibliotecas Nacionales. Hojeándolos recordé una anécdota que me contó mi padre al respecto.
Resulta que mi padre, Antonio Carvalho Urey, era el intelectual beniano más destacado de la década del setenta y, por tanto, el llamado a escribir sobre su región, pero él se negó a hacerlo porque no estaba de acuerdo con la dictadura; y un primo suyo, militar y prefecto del Beni, lo conminó diciéndole que si no escribía la historia contemporánea del Beni, nuestro departamento se quedaría afuera, así que mi padre tragó sapos y no le quedó más alternativa que hacerlo.
Una curiosidad de esta colección es que el desconocimiento que se tenía, por esos años, de un autor monumental como lo es el cronista Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela hizo que los recopiladores publiquen sus Anales con el nombre de Nicolás Martínez de Orsúa y Vela. En fin, el error ya se rectificó y Bartolomé puede descansar en paz.