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Saturday 9 Nov 2024 | Actualizado a 05:58 AM

Futuro

El futuro es y será para esta ciudad una entelequia, algo que se evade circularmente

/ 30 de octubre de 2012 / 04:24

Siempre fuimos una sociedad urbana de emergencias económicas y de apuros cotidianos. No tuvimos un respiro en ese persistente e histórico estiaje y, como tal, pensamos poco en el futuro. Nos importa más sobrevivir el momento presente, llegar con las justas al fin de semana y, en esos dos días, olvidarnos con magnas juergas y sonoros jaleos las urgencias de la próxima semana. El futuro es y será para esta ciudad una entelequia; algo que se evade circularmente y jamás se enfrenta linealmente, tal como se postula en nuestra cosmovisión.

Lo nuestro no fue planificar. Creo (ojalá me equivoque) que jamás organizaremos esta ciudad. Admiro y respeto los esfuerzos de varias gestiones municipales por planificar el desarrollo a futuro de esta ciudad, pero los varios estudios urbanos que conocí y estudié fueron arranques estériles, que no se implementaron por múltiples razones. De ese enorme abanico de impedimentos subrayo dos: nuestra inveterada resistencia a la norma, y nuestra incultura ciudadana. Ambos son ingredientes mortales de un cóctel que lo vamos tomando hace décadas, sin respiro ni clemencia. Ebrios de ese caldo, llegamos “borrachos” a este nuevo siglo, en el que se hace  difícil conservar el equilibrio, el optimismo y la fe por un futuro mejor. Es ocioso reiterar, pero la ciudad te refriega en la cara los síntomas de un calamitoso presente que nada de bueno augura al futuro: sobresaturación edilicia, contaminación ambiental, preeminencia del automóvil sobre el ser humano, inminencia de catástrofes geológicas, falta angustiante de agua potable, inseguridad ciudadana, ingobernabilidad municipal y otras múltiples calamidades más. A pesar del enorme esfuerzo de las autoridades municipales, la sociedad se empeña por mostrar su apego irresponsable al presente como si el futuro para nuestros hijos no existiera. Van a modo de recordatorio dos perlas: los irresponsables asentamientos en Callapa, y el avasallamiento del parque Mallasa, donde se terminó de construir, en tiempo récord, un amontonamiento de casas, que siguiendo el léxico de moda, es una caca.

Ante el evidente desasosiego comienzan a manifestarse otras autoridades con salidas creativas y futuristas al barullo presente: ¿Por qué no construimos otra ciudad, nueva, ordenada y ecológica al norte de esta ciudad? Hace 50 años, el arquitecto Requena propuso con tendencias modernistas esa posibilidad. Últimamente y con una mayor solvencia, el arquitecto Jorge Sainz planificó una red de ciudades intermedias en la Amazonía paceña.

Pero es pertinente razonar sin arrebatos en cómo se genera y se sustenta una ciudad. Propongo comenzar el debate preguntándonos: ¿quién iría a poblar ese sueño urbano?, ¿quién quiere dejar de ver el Illimani?

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Reducir el impacto del automóvil

/ 1 de noviembre de 2024 / 06:00

En la selva de cemento, también conocida como ciudad, el automóvil es el rey de la jungla. ¿Porqué? Pues, porque exige un cuantioso consumo de energía en la ciudad, requiere gasolina o diésel y genera, por la ineficacia de la combustión de los derivados del petróleo, buena parte de los gases de efecto invernadero. Y segundo, porque requiere mucho espacio en las ciudades, a tal extremo que se comienzan a diseñar las ciudades empezando por las vías. Más que rey es el tirano de la jungla.

En las emisiones de gases de efecto invernadero, el dióxido de carbono (CO2) es el principal gas responsable del calentamiento global, y el principal responsable del CO2 es la quema de combustibles fósiles; es decir, tu automóvil, tu moto o tu minibús ocasionan la emisión de gases de efecto invernadero que ocasionan una parte significativa de la crisis climática. Las emisiones de CO2 procedentes de la quema de combustibles fósiles alcanzaron aproximadamente 7.2 giga toneladas de carbono por año en el periodo comprendido entre 2000 y 2005. Y en ese marco exponencial, el automóvil es el que ha presentado un mayor crecimiento de esas emisiones. Por si esto fuera poco, para su construcción, el automóvil requiere de un elevado número de materiales en su fabricación generando mucha más contaminación; y en el tratamiento de sus desechos, la chatarra, el impacto es aún mayor.

¿Existen experiencias urbanas que reducen el impacto de los vehículos en las ciudades? Ciudades sin automóviles exitosas han existido siempre, tal es el caso de Lovaina en Bélgica, la cual dejó de ser transitada por automóviles hace más de dos décadas, el año 2001. El centro de la ciudad de Viena ha estado prohibido al tránsito vehicular desde 1967 con el fin de reducir la contaminación del aire y la crisis climática. Otras ciudades europeas aplican restricciones graduales, comenzando por el centro, con una combinación de limitaciones e impuestos si deseas ingresar al centro, y con estacionamientos a precio de oro. Por eso, en esas ciudades, las bicicletas y las caminatas están largamente promovidas.

Las acciones para reducir el impacto de los automóviles se implementan paulatinamente, y entrelazando programas urbanos a corto, mediano y largo plazo como, por ejemplo: la imperiosa educación ciudadana; la descentralización administrativa repartiendo las presiones en una ciudad policéntrica; la peatonalización del centro y los subcentros urbanos; y la modernización y evolución del transporte público. Todos programas de pensamiento contemporáneo, posibles de implementar sin necesidad de promocionarlos, demagógicamente, como mega/súper/faraónicas/despampanantes/descomunales obras municipales.

Carlos Villagómez es arquitecto.

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La ciclovía y la cultura ciudadana

/ 18 de octubre de 2024 / 06:10

La ciclovía ejecutada en la zona Sur ha desatado un mar de opiniones, la mayoría en contra y muy pocos a favor.  Los juicios en contra son por: agendas partidarias (la más conocida “hay que joder la gestión”); nuestro alcalde que no genera confianza y certidumbre; y otros que manifiestan su erudición en Diseño Urbano señalando que la obra no fue proyectada con rigor. Casi todos están exasperados por esa obra.

Voy a llevar ese debate a otro escenario, hacia un tema que es recurrente en esta columna: la cultura ciudadana. Y ello, porque justamente se dan esas expresiones de descontento en la zona donde uno se imaginaría viven los más “cultos” de esta ciudad, la llamada zona Sur. Son barrios de gente con recursos educativos suficientes, algunos colegios de convenio, y muchos vecinos y vecinas estudiaron en el extranjero. Todo como para creer que allí sí existe cultura ciudadana. Pero no. ¿Por qué se indignaron por una ciclovía? Por una razón prosaica: ahora no tienen estacionamiento para sus automóviles.

En las RRSS vi el video de una furibunda señora en su automóvil de lujo que no sabía dónde estacionar para bajarse cómodamente en la puerta de un comercio; también, en otro video que se viralizó, un peluquero/barbero menospreciaba la obra frente al alcalde diciendo que nunca vio pasar una bicicleta. Absolutamente nadie expresó algo sobre el concepto de una ciclovía urbana, que es un proyecto imprescindible en muchas ciudades.

Lea también: Mano Propia

Estamos como sociedad urbana muy, pero muy lejos, de entender la magnitud de los grandes desafíos de este tiempo. El más importante de todos es la crisis climática y los efectos nocivos que las prácticas urbanas ejercen sobre la naturaleza. La más perversa de esas prácticas es justamente el abuso del automóvil privado. Somos una ciudad tan pequeñita que se puede caminar para llegar a cualquier comercio; pero no, en esta ciudad vamos en un 4×4 y nos vale si aumentamos la huella de carbono.

Somos urbanistas inconscientes y contradictorios. Por un lado, lloramos por los incendios en el oriente boliviano, pero por otro, nuestros automóviles siguen humeando, seguimos comiendo carne vacuna o porcina todos los días, generamos basura, no la reciclamos ni seleccionamos, y compramos con bolsas de plástico. En la zona sur se oponen a la ciclovía por conservar sus estacionamientos, ergo: por intereses de clase y baja cultura ciudadana.

En otras ciudades, con una masa crítica más desarrollada, la consigna es: expulsar el automóvil privado de los centros urbanos fomentando la caminata y la bicicleta para lograr un desarrollo urbano resiliente. Aquí no. Nuestra consigna es: a mi no me nadies.

Carlos Villagómez es arquitecto.

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Mano Propia

/ 4 de octubre de 2024 / 06:07

Si una película es capaz de despertar estremecimientos, conmociones y tristeza, es una gran obra. Y Mano Propia de Gory Patiño, lo consigue. En 80 minutos Gory te lleva por las marañas de la patria profunda y por el sinsentido de nuestra realidad sociocultural. Es la magia del buen cine.

Con un guion correctamente concebido, Mano Propia entrelaza acciones trepidantes, diálogos adecuados y categóricas personificaciones con la sensibilidad suficiente para llevar a la pantalla un relato tremebundo de Roberto Navia. La película despliega una trinidad de personajes en temporalidades superpuestas: el padre, el hijo, y casi un Espíritu Santo en la figura de un fiscal probo y apegado a las sagradas escrituras de la justicia boliviana. Los tres momentos representan uno de los dramas de este tiempo: los linchamientos o ajusticiamientos en comunidades alejadas en la inmensidad territorial boliviana. Este drama se sitúa en el trópico boliviano, en esa tierra de nadie donde se ejercen acciones motrices, irreflexivas, y criminales de grupos sociales perdidos en esos parajes paradisíacos. Por esos lares impera la ley del más fuerte y los códigos de los poderes fácticos de la droga y la delincuencia.  Por su guion y su correcta realización, Mano Propia es más que un relato de esos brutales actos colectivos, es la imagen descarnada de nuestra incapacidad colectiva de no lograr en doscientos años un estado pleno, poderosamente organizado. Y ese extremo, se representa cinematográficamente, en un vetusto puesto de policía con tres pobres diablos vestidos de verde olivo, un cuartucho destartalado como fiscalía de Villa Nogales, un oxidado 4×4 que apenas enciende, y unos personajes huérfanos de la mano de dios.

Las manos crispadas cubiertas de barro, de cenizas y sangre que se limpian y sanan con la lluvia, y que además ocupan toda la pantalla, son el punctum de la obra de Gory y su equipo; una simbología que tiene la potencia para que coliguemos el drama de esos personajes del trópico con la tragedia de toda la familia boliviana de este tiempo: incendios, bloqueos, y la violencia de las más bajas pasiones políticas. Estamos ante un ejemplo de buen cine que conmueve y perturba meciéndote en un vaivén entre la ficción y la realidad.

Al salir de la proyección, las interrogantes implantadas por Mano Propia continúan en tu mente, y esa persistencia de mensajes e imágenes dice mucho de esta película. Te cuestionas sobre la brutalidad humana, sobre la indefensión colectiva; y piensas también, que mucha dirigencia política de este tiempo ha emergido de esa tierra de nadie donde imperan los antivalores del desgobierno porque, como se reitera en algunos diálogos de la película: “aquí las cosas funcionan de otra manera”.

Carlos Villagómez es arquitecto

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La Chiquitanía

Carlos Villagómez

/ 20 de septiembre de 2024 / 15:18

Décadas atrás, siendo estudiante, leí sobre la obra de unos jesuitas y arquitectos en las Misiones de Chiquitos en Santa Cruz. Pasó el tiempo y tuve el privilegio de visitar y documentar ese patrimonio cultural y natural sin parangón en la región. Como los poderes fácticos están devastando ese paraíso, y la crisis es tremebunda, me sumo al lamento boliviano de estos días.

La Chiquitanía como paisaje cultural, es un conjunto excepcional: territorio, arquitectura, música, costumbres, lenguas, etc. Su historia fue épica, y la construcción de la utopía de la casa de dios en la tierra en el siglo XVII, toda una hazaña. Fueron misioneros jesuitas, como el arquitecto y músico suizo Hans Schmidt (1694–1772), quienes lograron levantar en plena selva, sociedades y edificaciones bajo el influjo de una impuesta fe religiosa. Pero, esa imposición formó a pueblos indígenas en arte y cultura; lo que es para mi la construcción de un sentido social diferente y persistente. Esa obra cultural se salvó del olvido gracias a otro arquitecto suizo Hans Roth (1934-1999) y otras instituciones y personalidades cruceñas que a finales del siglo XX restauraron las Misiones de Chiquitos. La utopía de la casa de dios en la tierra se sigue construyendo con mucho esfuerzo, y por esa encomiable obra de rescate cultural, las misiones chiquitanas fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1990.

Conozco pocos sitios en Bolivia con un paisaje tan hermoso como la Chiquitanía; con patrimonio tangible, urbano y arquitectónico; con patrimonio intangible, sostenido y proyectado por culturas vivas. Verla arder en imágenes dantescas nos partió el alma. Sin embargo, siento también que ese gen cultural implantado en la población originaria hace siglos cinco es tenaz. Sobrevivió en sus inicios a incendios, inundaciones, hambrunas y pestes; y posteriormente, al abandono después de la expulsión de los jesuitas el año 1767.

Colofón 1: La Chiquitanía es la prueba de que, si una sociedad invierte en arte y cultura, se forma un gen cultural potente. Los poderes coludidos del capital y la política pueden esperar a que sus criminales pirómanos cumplan el encargo para después hacer gastos estúpidamente extemporáneos; pero, jamás podrán incendiar la mente de un pueblo con pensamiento crítico y divergente como para distinguir ¿qué desarrollo se está gestando en la Chiquitanía, en el Chapare, o en el Guanay? ¿Sostenible? ¿Resiliente?

Colofón 2: Por ese gen cultural sembrado hace siglos, nadie quemará el sentimiento de ese joven músico de Urubichá que conserva su arte en ese lugar perdido de América. El arte prevalecerá siempre a la política, y subsistirá a marchas, bloqueos y cercos.

Carlos Villagómez es arquitecto.

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Somos cuatro gatos

/ 6 de septiembre de 2024 / 08:33

La presentación de los resultados del Censo 2024 desató otra discordia nacional por las cifras que se presentaron. Como no soy técnico ni político, no entraré en juicios técnicos de algo que no sé. Pero me atreveré a reflexionar sobre dos temas emergentes de esas cifras, aunque estas varíen en mayor o menor medida.

Primero. Desde algunas décadas la ciudad de La Paz está decreciendo en su población. Somos menos habitantes, aunque crezca la mancha urbana o se sigan construyendo más edificios. No es un dato nuevo. Pero ¿porqué? Una explicación es la tendencia mundial del decrecimiento poblacional. Pero, ¿porqué otras ciudades bolivianas crecen y nosotros no? Va mi respuesta: Muchos se van de La Paz por ser la sede de gobierno de una sociedad de mentalidad binaria (indios vs. blancos, izquierda vs. derecha, campo vs. ciudad, etc.) con escasa cultura ciudadana, política y social. Nadie quiere vivir en un campo de batalla con interminables manifestaciones de odio y frustración todos los días. Las otras ciudades capitales del eje troncal se libraron de la sede de gobierno.

Segundo. Somos en Bolivia apenas doce millones de habitantes, amontonados en cuatro ciudades, sobre un enorme territorio con extraordinarias riquezas.  Somos cuatro gatos incapaces de administrar razonablemente nuestro desarrollo porque la relación población/territorio es absurda.  Ya son doscientos años de incapacidad manifiesta y, nuestro estado (de izquierda o de derecha, de blancos o de indios), nunca pudo trazar un futuro. Y, aparte de incompetentes, somos cuatro gatos con odios centenarios.

Por eso, la gran tarea de las próximas generaciones es: construir un estado apropiado y resiliente para el siglo XXI. Para ello, se debe abrir un debate tecno/político para redefinir algunos artículos de la nueva CPE que inducen al pensamiento binario; y se debe reestructurar la tercera parte de la constitución transformando la territorialidad existente hacia un reordenamiento socio/espacial forjador de una nueva sociedad; pero con pensamientos académicos, ya no más con los mecanismos de la política criolla. Sin duda, una monumental tarea para la sociedad civil. Ello implicaría abrir el debate sobre migraciones, sobre centralismo o federalismo, sobre los poderes globales de la droga y la tecnología, sobre apertura económica y cultural, sobre si queremos ser ciudadanos globales o simples parias locales, etc.

Mi lectura del Censo 2024 no se pierde en conteos miserables. Esas cifras gritan que ya es hora de superar las taras de una Bolivia atrasada por obtusas prácticas coloniales, antes de ver todo nuestro territorio chamuscado y nuestra población diezmada por los enconos de siempre.

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