Futuro
El futuro es y será para esta ciudad una entelequia, algo que se evade circularmente
Siempre fuimos una sociedad urbana de emergencias económicas y de apuros cotidianos. No tuvimos un respiro en ese persistente e histórico estiaje y, como tal, pensamos poco en el futuro. Nos importa más sobrevivir el momento presente, llegar con las justas al fin de semana y, en esos dos días, olvidarnos con magnas juergas y sonoros jaleos las urgencias de la próxima semana. El futuro es y será para esta ciudad una entelequia; algo que se evade circularmente y jamás se enfrenta linealmente, tal como se postula en nuestra cosmovisión.
Lo nuestro no fue planificar. Creo (ojalá me equivoque) que jamás organizaremos esta ciudad. Admiro y respeto los esfuerzos de varias gestiones municipales por planificar el desarrollo a futuro de esta ciudad, pero los varios estudios urbanos que conocí y estudié fueron arranques estériles, que no se implementaron por múltiples razones. De ese enorme abanico de impedimentos subrayo dos: nuestra inveterada resistencia a la norma, y nuestra incultura ciudadana. Ambos son ingredientes mortales de un cóctel que lo vamos tomando hace décadas, sin respiro ni clemencia. Ebrios de ese caldo, llegamos “borrachos” a este nuevo siglo, en el que se hace difícil conservar el equilibrio, el optimismo y la fe por un futuro mejor. Es ocioso reiterar, pero la ciudad te refriega en la cara los síntomas de un calamitoso presente que nada de bueno augura al futuro: sobresaturación edilicia, contaminación ambiental, preeminencia del automóvil sobre el ser humano, inminencia de catástrofes geológicas, falta angustiante de agua potable, inseguridad ciudadana, ingobernabilidad municipal y otras múltiples calamidades más. A pesar del enorme esfuerzo de las autoridades municipales, la sociedad se empeña por mostrar su apego irresponsable al presente como si el futuro para nuestros hijos no existiera. Van a modo de recordatorio dos perlas: los irresponsables asentamientos en Callapa, y el avasallamiento del parque Mallasa, donde se terminó de construir, en tiempo récord, un amontonamiento de casas, que siguiendo el léxico de moda, es una caca.
Ante el evidente desasosiego comienzan a manifestarse otras autoridades con salidas creativas y futuristas al barullo presente: ¿Por qué no construimos otra ciudad, nueva, ordenada y ecológica al norte de esta ciudad? Hace 50 años, el arquitecto Requena propuso con tendencias modernistas esa posibilidad. Últimamente y con una mayor solvencia, el arquitecto Jorge Sainz planificó una red de ciudades intermedias en la Amazonía paceña.
Pero es pertinente razonar sin arrebatos en cómo se genera y se sustenta una ciudad. Propongo comenzar el debate preguntándonos: ¿quién iría a poblar ese sueño urbano?, ¿quién quiere dejar de ver el Illimani?