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Atrapados en la blasfemia

El debate sobre la tolerancia religiosa, la blasfemia y la libertad de expresión ha dejado de ser posible

/ 9 de noviembre de 2012 / 04:36

No deja de ser una casualidad, pero es revelador que la película La vida de Brian, una sátira sumamente irreverente sobre la vida de Jesús, dirigida por Terry Jones, se estrenara en 1979, exactamente el mismo año en el que el Ayatollah Jomeini tomaba el poder en Irán y ponía en marcha una teocracia islámica. Los caminos recorridos en estos 34 años no pueden ser más marcadamente diferentes, pues mientras que Terry Jones fue acusado de blasfemo y fuertemente criticado por herir la sensibilidad de millones de cristianos, pero pudo proseguir su carrera artística con éxito y sin temor, Salman Rushdie recibió una condena a muerte del mismo Jomeini por su libro Los versos satánicos (1988), obligándole a vivir recluido y protegido el resto de su vida.

La sima se abrió aún más con el asesinato del cineasta holandés, Theo Van Gogh (2004), por su película Sumisión; las viñetas danesas, publicadas por el Jyllands Posten (2006); los incidentes en torno a la quema del Corán protagonizados por el Pastor Terry Jones (2011), curiosamente, homónimo del director de Monthy Python; y la violencia generada el 11 de septiembre en torno a la película Inocencia de los musulmanes.

La muerte del embajador Stevens y otros tres diplomáticos estadounidenses, junto con los incidentes a los que asistimos en otras partes del mundo, demuestran que el debate sobre la tolerancia religiosa, la blasfemia y la libertad de expresión ha dejado de ser posible, ya que se ha convertido en un elemento más en una estrategia de confrontación compartida por los extremistas a ambos lados.

Para los que se han marcado como objetivo demostrar la naturaleza violenta y fanática del Islam, las reacciones que vemos en el mundo musulmán no sólo son una confirmación de sus tesis, sino un acicate para seguir por una senda de conflicto que se está demostrando increíblemente fácil y enormemente fructífera. Por su parte, para muchos en el mundo árabe y musulmán, estos hechos tienden a confirmar que Occidente utiliza su marco de libertades para amparar ataques continuados contra sus principios y valores más sagrados.

Por esa razón, mientras que en tiempos de Theo Van Gogh y las viñetas danesas tuvo sentido hablar de tolerancia, defender firmemente la libertad de expresión y recordar que el Tribunal Supremo de EEUU considera que la Primera Enmienda de su Constitución ampara la quema de la bandera como una forma de libertad de expresión, ese debate ha dejado ahora de tener el mismo sentido.

Eso no quiere decir que debamos renunciar a nuestros principios ni valores. Limitar la libertad de expresión sería un tremendo error. Pero el hecho de que una sencilla cámara de video, una conexión a internet y una cuenta en YouTube pueda provocar una crisis internacional de tal calibre significa que nuestras relaciones con el mundo musulmán están a merced de los fanáticos y los provocadores. Ellos actúan, tienen la iniciativa, marcan la agenda. Nosotros sufrimos las consecuencias, contenemos daños, somos arrastrados al conflicto. La frustración de EEUU, que se vio involucrado en Libia en un conflicto en el que no quería participar, lo dice todo: vidas, esfuerzos diplomáticos, recursos económicos, todo dilapidado a cambio de nada.

¿Qué hacer a partir de ahora? ¿Cómo tejer las relaciones diplomáticas que permitan romper esta espiral? Eso sólo sería posible si los desgraciados incidentes de Bengasi sirvieran para tejer una complicidad entre todos los que en unos y otros países se muestran asqueados por este nivel de violencia e intolerancia y, en paralelo, entre los gobiernos involucrados si fueran capaces de  entender cuán frágiles son y qué inermes están si no se unen y actúan en consecuencia para blindarse contra crisis de esta naturaleza. Hoy por hoy, encontrar ese camino parece enormemente difícil. Sin embargo, es el único posible.

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Insurgentes del centro

En Francia puede comenzar el rearme republicano frente a los extremismos populistas

/ 29 de abril de 2017 / 04:04

Dicen que la democracia representativa está agotada, que no hay margen de elección, que los partidos apenas se diferencian en sus mensajes, que todos están cortados por el mismo patrón. Según este lugar común, los partidos ya no son de izquierdas ni derechas, sino atrapalotodo, cínicos perseguidores del máximo número de votantes basándose en técnicas de mercadotecnia electoral importadas de los estudios de mercado y consumo. Tina, lo llaman algunos (there is no alternative).

Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, dijo en el contexto de la crisis: “Sabemos lo que hay que hacer, pero no cómo ganar las elecciones después”, convalidando así esta visión en la que las presiones de la globalización, los mercados, la Unión Europea y la austeridad llevan a los actores políticos a una peligrosa uniformidad de la que nace un descontento general con la democracia.

Una tesis difícil de sostener en Francia, donde una sociedad políticamente vibrante ha impuesto una carrera hacia la presidencia en la que los cinco candidatos con más opciones han desbordado los marcos establecidos por los partidos tradicionales, conservador y socialista, que han gobernado en los últimos 60 años.

Lo relevante de la elección francesa es que no solo los extremistas, de derechas o izquierdas, esto es Marine Le Pen o Jean-Luc Mélenchon, han protagonizado la insurgencia contra la política tradicional, sino que ese mismo fenómeno ha tenido lugar tanto en el campo republicano como en el socialista. Porque tampoco François Fillon ni Benoît Hamon eran los candidatos preferidos de sus aparatos, que tuvieron que ver partir a candidatos con trayectorias tan consolidadas o verosímiles como Alain Juppé o Manuel Valls.

Pero lo más relevante, sin duda alguna, es que la insurgencia centrista, representada por Emmanuel Macron haya ganado las elecciones del anterior domingo y se sitúe, algo impensable hace solo unos meses, a las puertas del Elíseo. El pacto republicano se activará en favor de alguien que presume de centrismo, pero que plantea ideas nuevas e incluso rupturistas. Se trata de una gran paradoja para todos aquellos que solo veían un escenario político europeo mortecino, decadente y con aroma a fin de civilización en el que solo se podía elegir entre centristas sin posibilidades y peligrosos populistas.

En Francia, como se sospechaba, se pone de manifiesto que la democracia no está en crisis, sino los partidos tradicionales. En Francia, como se esperaba con el lanzamiento de la candidatura de Macron, puede comenzar el rearme republicano frente a los extremismos populistas. En Francia, como se esperaba, puede comenzar la recuperación de una Europa que crea en su futuro.

* es doctor en Ciencias Políticas, director de Opinión de El País.

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Un día triste

La firma que solicita la activación del Art. 50 del Tratado de Lisboa certifica un fracaso colectivo

/ 6 de abril de 2017 / 04:03

La firma al pie del texto solicitando la activación del artículo 50º del Tratado de Lisboa certifica un fracaso colectivo. Por eso fue una tarde triste la del martes 28 de marzo, y un día triste el miércoles 29 cuando Sir Ivan Rogers depositó en Bruselas la carta de su primera ministra comunicando el deseo del Reino Unido de retirarse de la Unión.

Se trata de una derrota de gran magnitud. Porque si algo ha sido la Unión Europea hasta ahora es enormemente flexible para acomodar las idiosincrasias nacionales. Los 44 años de pertenencia del Reino Unido a la UE son la mejor y primera prueba de ello, pues en ese periodo pudo negociar con sus socios una participación a la carta en la que se autoexcluía del euro, y luego de sus políticas de rescate, también de una parte importante de los asuntos de justicia e interior, incluyendo las políticas de asilo y refugio, por no hablar de algunos aspectos de la política social, el presupuesto común o la política exterior y de seguridad.

El Reino Unido llegó a la Unión Europea en su peor momento nacional: emergía de un largo y traumático periodo de descolonización y estaba anquilosado económicamente y roto políticamente. Dentro de la UE no solo ha prosperado, sino brillado con luz propia y liderado. Su éxito desmiente con toda rotundidad a los que secularmente han sostenido que Londres solo podía ser influyente en el continente desde fuera; al contrario.

Ahora se van, producto de la incompetencia de sus políticos, sobre todo conservadores y laboristas, y la alianza del algunos lobbies nacionalistas y chauvinistas con la peor prensa sensacionalista y, directamente, racista. Estamos ante la primera gran victoria en el continente europeo de lo que los autoproclamados teóricos de la democracia radical (aunque son radicales, no demócratas) llaman “Ilustración populista”; el momento en el que el pueblo sabio retoma el control sobre su futuro y se sacude el yugo de élites y expertos.

Las mayorías, sostienen, no necesitan más legitimación que la mayoría, y por eso siempre aciertan. Pero se equivocan; y grandemente. Nos quedan muchos y buenos amigos en las Islas Británicas, gente que cree en la misma Europa que nosotros y que necesita seguir creyendo en ella. En las negociaciones que se abren debemos ser firmes con su Gobierno, pero ejemplares ante ellos.

* es doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid, director de Opinión de El País.

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Contrarrevolución

Un inmenso vacío, la nada, parece haberse adueñado de esta Unión Europea inane políticamente

/ 24 de septiembre de 2016 / 04:18

El eje franco-alemán está de capa caída, España (más bien Mariano) está ausente, los holandeses, otrora europeístas, están de retirada, Renzi clama en el desierto, Bélgica hace tiempo dejó de existir y el Reino Unido ha acabado en manos de los bárbaros que quedaron detrás del muro de Adriano.

Un inmenso vacío, la nada, parece haberse adueñado de esta Unión Europea inane políticamente. Pero en política no existe el vacío. El poder es sólido, líquido y a la vez gaseoso: si no está en un sitio, está en otro.

Y eso es lo que está pasando en la UE. Mientras los europeístas de siempre siguen enzarzados en sus tan típicos como escolásticos debates sobre la Europa a varias velocidades, el federalismo intergubernamental, las virtudes del “método de la Unión” frente al “método Monnet” o la necesidad de completar la unión bancaria, un grupo de líderes, todos ellos provenientes de Europa central y oriental, ha comenzado a hacerse subrepticiamente con el liderazgo de la UE.

Frente al inoperante eje franco-alemán, atenazado por el pánico a los populistas xenófobos en un año electoral largo, el húngaro Viktor Orbán (adalid ideológico del concepto de democracia “iliberal”), el eslovaco Robert Fico (otro martillo preclaro de refugiados e inmigrantes no cristianos) y la polaca Beata Szydlo (colmo del chovinismo) han logrado, en la cumbre de Bratislava, imprimir un giro soberanista e identitario a la política de asilo y refugio de la UE.

Ante este empuje, liderado por otro polaco, Donald Tusk, presidente del Consejo, y el silencio cómplice de los demás Estados miembros, la Comisión y el Parlamento europeo se aprestan a desistir de su empeño de poner en marcha una política de asilo y refugio europea basada en principios en los que nos podamos reconocer. “Menos cuotas y más controles” han exigido, y logrado.

Frente a los populistas antieuropeístas, esta generación ha descubierto que en lugar de marcharse a la británica y quedarse aislado, es mejor quedarse en la UE y, aprovechando el vacío de liderazgo, darle la vuelta como un calcetín para convertirla en un ente cerrado. Ha comenzado la contrarrevolución: esperemos que Marine Le Pen y el FN francés no se apunten.

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Soledad

Es una responsabilidad que ha querido para sí y que como comandante en jefe siente que no puede ni quiere delegar.

/ 10 de julio de 2016 / 04:00

Obama cena en casa cinco de cada siete días. Su gabinete tiene órdenes estrictas: no más de dos cenas oficiales a la semana. Claro que vivir donde trabajas facilita mucho conciliar: sales del despacho, cambias de ala de la Casa Blanca y cenas con tu mujer y tus hijas en lo que sin duda es el momento de mayor relajación del día.

Frente a otros presidentes, Obama ha cultivado la imagen de ser un hombre de familia (a family man, como dicen allí), que en absoluto se escuda en su carrera política para huir de la cotidianidad. “Ser candidato a la presidencia de Estados Unidos no te exime de la bronca por no sacar la basura”, escribió una vez en tono jocoso.

Para un hijo de padre ausente y de una madre antropóloga que viajó por todo el mundo, los anclajes familiares son muy importantes. Obama ha contado la fascinación que sintió cuando descubrió las cenas familiares en casa de Michelle. Allí había una familia americana de verdad, con un padre muy trabajador, una madre ama de casa dedicada a sus hijas y una iglesia a unas pocas manzanas en la que reunirse los domingos. Todo aquello de lo que él justo careció en su infancia.

Pero ese Obama familiar es también el presidente de Estados Unidos, un hombre con una responsabilidad tan especial y delicada que su jornada continúa después de cenar. Entonces, Obama vuelve al despacho y ya en la tranquilidad de las últimas horas del día examina las listas de terroristas que han preparado los equipos de la CIA y el Pentágono, y aprueba uno a uno y personalmente su designación como objetivo para los ataques con drones.

Es una responsabilidad que ha querido para sí y que como comandante en jefe siente que no puede ni quiere delegar. Hablamos, según cifras que Estados Unidos ha dado a conocer, de un total de 473 operaciones que han causado la muerte de unos 2.500 combatientes enemigos y de entre 64 y 114 civiles. ¿Qué respondes a tus hijas cuando les das un beso antes de acostarte y te preguntan: “¿Qué tal tu día?”. Supongo que se respira hondo y se dice “bien, vida” mientras les das un beso de buenas noches. Qué inmensa soledad.

Es columnista y director de Opinión de El País.

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Trumperías

Estamos ante una operación de propaganda que pasará a la historia del ‘marketing’ político.

/ 11 de junio de 2016 / 03:31

Dibujar un país en declive que necesita un caudillo, contra toda evidencia empírica. Ésa es la mayor genialidad de Donald Trump. Crear una gigantesca mentira, azuzarla de forma histérica y galoparla desenfrenadamente ante el electorado más ignorante. Una operación de propaganda que pasará a la historia del marketing político.

Vamos a hacer América grande otra vez, dice Donald Trump. Como si EEUU estuviera en declive. Un país que con solo el 4,3% de la población mundial representa el 22% del PIB mundial. Que ha salido de la crisis financiera antes que nadie y que tiene una tasa de paro inferior al 5%. Que lidera todos los sectores imaginables de la actividad económica: desde la investigación médica a la nanotecnología, pasando por la innovación militar y espacial. EEUU lidera, además,  dos revoluciones clave: la energética, donde ha logrado la autosuficiencia; y la digital, donde va por delante de todos. Las 10 empresas más grandes del mundo son estadounidenses y su moneda es la reserva que usan todos los países del mundo. Sus universidades no tienen rival. Su idioma se ha impuesto como lengua franca y domina hasta la industria del entretenimiento.
Vamos a hacer que respeten a América, dice Trump. Un país que a pesar de sus colosales errores en política exterior, léase Irak, cuenta con acuerdos de seguridad, aliados y bases militares por todo el planeta, desde Japón a Australia, pasando por Alemania o España. EEUU representa el 50% del gasto militar mundial, más que todos sus rivales juntos. Con 10 portaaviones (China tiene solo uno y en pruebas) patrulla todos los océanos y garantiza los flujos comerciales que alimentan la globalización. Sufrió un atentado colosal en 2001, pero su capacidad de protegerse de subsiguientes ataques es y sigue siendo incomparable.

Vamos a construir un muro con México, dice Trump. Pero EEUU es el país del mundo que mejor y más rápido integra a los inmigrantes y que cuenta con el mercado de trabajo más dinámico y abierto del mundo. Un país con un presidente afroamericano y una identidad tan dúctil que cualquiera puede hacerse americano en cualquier momento. La envidia de cualquiera. Trumperías, tonterías contadas por Trump. Para el diccionario del populismo. 

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