Obituario para Simón Reyes
Simón, fanática-mente comunista y comunísticamente fanático, nunca dejó de ser amigo mío
El desenvolvimiento de la Guerra Fría fue, en verdad, fascinante, para quienes estábamos empeñados en cambiar el mundo, aplastar las injusticias, desterrar el colonialismo e implantar un nuevo orden sin explotadores ni explotados. En ese escenario romántico, durante el verano de 1959, se realizó el VII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, en Viena, en momentos en que Austria, liberada de las hordas fascistas, columpiaba galanamente entre el este y el oeste. La Unión Soviética no escatimó gasto alguno para financiar el viaje, hospedaje, comidas, bebidas y excesos colaterales para 25 mil jóvenes llegados a la capital austriaca de los cuatro confines del mundo.
A ese estrado arribó la delegación boliviana, modesta en número, pero fuerte en convicciones. Eran momentos en que el Partido Comunista, con algunos remilgos, apoyaba el proceso de cambio instaurado el 9 de abril de 1952. Por ello, los jóvenes bolivianos conformamos un frente único, porque los Barones del estaño aún estaban en sus últimos estertores. Simón Reyes representaba al PC junto a varios camaradas reclutados en París, como Raquela, Vargas y otros. Yo era portaestandarte de la juventud movimientista, junto a Celestino Gutiérrez (Tino), líder de los trabajadores mineros de Huanuni.
A esta altura, acudo a mi libro De la Revolución a la Descolonización para transcribir unos párrafos alusivos a esa época: “Tino era la clonación misma de Charles Bronson: musculoso, bigotito lineal recortado, bien parecido, sonrisa irónica permanente y presto al pugilato oportuno. Adversario de Simón, yo tenía la ingrata misión de mantenerlos a distancia. Tino retornó antes del término del Festival, y al cabo de dos o tres semanas, murió colgado de la torre de la iglesia de Huanuni, asesinado por una turba alcoholizada, minutos antes de la llegada al lugar del presidente Siles Zuazo. Simón, alto, flaco y pálido, siendo fanáticamente comunista y comunísticamente fanático, nunca dejó de ser amigo mío”.
Y así sigue mi relato. “Fue una experiencia enriquecedora el contacto con las juventudes asiáticas, africanas y de la órbita soviética. Hacía sólo pocos meses que Fidel Castro había entrado triunfalmente en La Habana y los latinoamericanos nos beneficiamos de un protagonismo especial. Incluso nos encontramos con algunos guerrilleros como Fabricio Ojeda de Venezuela y la brigada de cubanos encabezada por Raúl Castro”.
En aquel tiempo, en América Latina subsistían algunas satrapías como la de Trujillo en República Dominicana, la de Duvalier en Haití, Odría en el Perú, Stroessner en Paraguay; y frente a ellas se presentaban entonces nuevas opciones: la Revolución Nacional en Bolivia y el novel surgimiento castrista en Cuba. Hoy, la globalización barrió al Imperio y se encargó de objetar a ambos modelos como la solución para dar pan, techo y abrigo a los pobres de la América morena.
Junto a Simón, en la clandestinidad, en el exilio, en las escasas primaveras democráticas o en la desventura udepista, tuvimos el privilegio de testimoniar el tránsito de una sociedad rural, feudal y atrasada a un remedo de Estado Nacional, primero, y ahora al experimento riesgoso del Estado Plurinacional. Aquel comunista y éste nacionalista, uno en la acción y el otro usando la pluma como florete, por encima de la sensibilidad internacionalista, seguimos, ante todo, aquel lema juvenil: primero Bolivia, después Bolivia y siempre Bolivia.