La tabla de salvación
Sólo una historia bien contada puede resultar perdurable. En eso consiste, al fin y al cabo, el periodismo.
Si quieren soy, como dice Octavio Aguilera, un posesivo que se niega a reconocer que el periodismo se ha profesionalizado. No importa, el barco se hunde y el papel hace aguas en un océano virtual donde la internet se relame antes de tragarse a los periódicos, cual ballena a Geppetto, de un solo bocado y sin llajwita. Vamos, no tengan miedo; lo último que se pierde es la esperanza de hallar una tabla de salvación… A mí me verán morir con las patas de rana puestas: la literatura puede rescatar a la prensa.
Si en la era del chat, el sms, el tuiter, el feisbuc y otras invasiones inglesas todo está dicho antes de que los periódicos lleguen a las calles, ¡no habrá Chapulín Colorado para defender a la prensa! Tiburones en potencia como el “periodista ciudadano”, el “e-report” o el “yo-periodista” se devorarán crudo al profesional de los medios, salvo que éste reconozca a última hora que sus productos, tal como se los enseñaron en la universidad, son insuficientes para cortejar a un público que lee bajo el agua.
La polémica por la relación del periodismo y la literatura no es, en modo alguno, nueva; aún así perviven las reticencias a la combinación “periodismo literario” o, la más sofisticada, “no fiction”. Polémica baldía en la medida en que la literatura inmiscuida dentro del periodismo no altere la innegociable condición de respetar la verdad. Es decir, siempre que no se desfigure la realidad con la tendencia natural del escritor a inclinarse por la ficción.
Cuando el papel de diario no estaba en coma y las carreras de Comunicación Social o Periodismo no existían, los escritores hacían de periodistas. Con la indicada profesionalización, hoy, no sería bien visto sentar jurisprudencia complaciendo a los que, en cierta forma anarquistas, propugnaron la exclusiva presencia de literatos en las salas de redacción; dos ejemplos ilustres: Azorín en España, Jorge Suárez en Bolivia.
Con perdón de Aguilera y los demás reacios a las propuestas informativas con técnicas literarias porque el periodismo y la literatura tienen “objetivos diferentes”, no serán estos los tiempos de repoblar las redacciones de escritores, pero sí de reorientar el barco hacia un norte con mejores perspectivas que las “noticias” del día siguiente y las informaciones huérfanas de amenidad a título de “lenguaje periodístico”. Sin Chapulín, ¡alguien tiene que salvar al planeta de los despojados 140 caracteres de un tuit y de las alertas de un novato de pronto vuelto reportero desde la comodidad de su cama!
El cambio de timón es ineludible para la supervivencia del periodismo, en la red y fuera de ella. Pero, existe una razón aún más importante, relacionada con la esencia del periodista, que ningún profesional ni medio de comunicación debería soslayar: la convicción de que sólo una historia bien contada puede resultar perdurable. En eso consiste, al fin y al cabo, el periodismo: en salvar del olvido a la historia. Los grandes textos sobreviven al tiempo por su calidad. El ejemplo más famoso de un escritor que dispuso con éxito las herramientas de la literatura para fines periodísticos es el de García Márquez, mas no alcanzaría este espacio para citar a todos los que, como él, ennoblecieron la prensa con su pluma literaria.
La simbiosis periodismo-literatura no sólo que es posible, sino necesaria y cada vez más agradecida por el lector perspicaz. Para lograrlo, el periodista debe hacer un esfuerzo por cultivarse, por investigar, por meditar antes de sentar una idea y revisar sus escritos y no soltarlos hasta que crea haber logrado una pequeña obra maestra. El periodista con verdadera vocación ama su oficio. No se dejará devorar por la ballena de la internet en sus aguas saladas.