En la Grecia antigua es posible encontrar el mayor esplendor de la praxis democrática en la reconstrucción del espacio público. Una de las obras más importantes realizada por Pericles fue la reconstrucción de Atenas, después de las guerras médicas (las guerras contra el Imperio Persa o Medo, ocurridas entre el 499 a.C. al 449 a.C.). Esa reconstrucción supuso la creación de una mayor cantidad de espacios públicos, necesarios para el fluir de la palabra, del diálogo, del debate y la reunión de los griegos.

No es posible concebir la democracia directa sin el espacio público que permite a los ciudadanos griegos encontrarse, convivir en política y tomar decisiones. Así, si bien entendemos al espacio público como el físico espacial (como condiciones de encuentro),  el diálogo, la conversación es en sí la condición que hace público al espacio.     

La interacción entre los ciudadanos griegos no sólo permitía el fluir de la palabra (necesaria para la concepción del calor del cuerpo y el status político respectivo), sino que a la vez transformaba al ser humano en un ciudadano, transformaba al animal humano en un animal político. El encuentro con los otros, en el espacio político, producía una transformación de la subjetividad humana.

La posibilidad de la cooperación en el espacio político hizo surgir disciplinas como la retórica (entendida como técnica de expresión para lograr la persuasión), la formalización de la filosofía en el diálogo platónico, y desde luego la arquitectura de los espacios. Una ciudad estado democrática es aquella que en sus condiciones arquitectónicas, de uso del espacio, permite el fluir de la praxis democrática. La construcción y reconstrucción del espacio público se convierte, en consecuencia, en condición de posibilidad de la democracia.

La arquitectura de los espacios resulta, entonces, fundamental para comprender el régimen político. La arquitectura representará la forma política del espacio, la necesidad de un espacio público para el mercado, para la asamblea, para el teatro, para las distintas manifestaciones. No es casual que una de las técnicas de gobierno haya sido dividir, distribuir, fluir, y en consecuencia haya que pensar la forma de gestionar el espacio físico, las territorialidades del fluir político.

Esta arquitectura del espacio no sólo se despliega en el imaginario de una ciudad, sino también en las formas de gestión política de los territorios. Tanto los griegos como los romanos territorializaron y reterritorializaron los espacios de gestión política, en busca de un buen fluir del gobierno.

Un derecho de ciudad, en consecuencia, relaciona directamente a la política con la arquitectura, y al espacio con el fluir de la acción, la palabra y la querella política.