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Almitas de noviembre

La resistencia ante la imposición cultural que trajo la Colonia se vive, se transforma continuamente y sigue existiendo en la actualidad de manera singular. La antropofagia de habernos tragado al opresor para hacernos más fuertes y construirnos como una sociedad diferente y rica culturalmente se evidencia aún más en esta época del año.

Noviembre es un mes particular,  porque las almas de aquellos que ya partieron de este mundo terrenal habitan nuevamente entre nosotros. Y las esperamos con masitas, con la comida de su preferencia cuando estaban por estos lados, y hasta con cerveza u otras bebidas espirituosas.

Nuestro querido amigo y compañero de trabajo Eugenio Aduviri seguro que vino para echarnos un vistazo, y tal vez estuvo vigilante de aquellos a los que les tocó suplirle este año en el Gran Premio Nacional de Automovilismo y Motociclismo, competencia que él cubrió periodísticamente en repetidas oportunidades.

También volvieron aquellos intelectuales que lastimosamente se fueron en 2012: Salvador Romero Pittari y Julio Mantilla, dos reconocidos maestros en mi formación como sociólogo.

Uno a través de sus textos; y el segundo, a través de sus cátedras en la universidad. Ellos, junto a Matilde Garvia, actriz de las primeras películas del cine mudo en Bolivia de la década de los treinta, así como Jorge Ruiz (cineasta) y Doña María, entre otros, fueron recibidos en una mesa de Todos Santos, armada en El Tambo, lugar donde el grupo interdisciplinario El Colectivo 2 construye materialmente un espacio cultural y deconstruye intelectualmente la rigidez académica.

En todo caso, este mes nos plantea, una vez más, la esencia de nuestra identidad mestiza, porque no solamente convivimos con el mundo de arriba, el de las almas, sino también con el foráneo, con sus fiestas de Hallowen, las de la mercancía y el espectáculo, y también con aquellas transgresoras pero igual de respetadas como el día de las “ñatitas”, que nos transportan a las huacas de la época precolonial.

Urge repensarnos como mestizos, pero no desde la imposición del Estado como en la época de la Revolución de 1952 (en la que se invisibilizó al indio convirtiéndolo en campesino) y a través de la ciudadanía, sino desde lo abigarrado o lo yuxtapuesto, lo que Silvia Rivera denomina como C’hixi, donde el lado indio con el lado blanco encuentran un equilibrio, donde se condensa la tradición con la modernidad, lo cultural con lo material y el pasado con el presente.

Es sociólogo y fotoperiodista de La Razón.