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Tolerancia

El viernes se celebró el Día de la Tolerancia. Pese a que en el país se están dando importantes avances para promover este importante valor, esta fecha (establecida desde 1996 por las Naciones Unidas) pasó desapercibida, a diferencia de otras regiones, donde se realizaron actividades para su fomento, dirigidas a los centros de enseñanza y al público en general.

La idea de reservar un día para promover la tolerancia surgió en 1995, por iniciativa de la Conferencia General de la Unesco, que con motivo de su 50 aniversario aprobó la Declaración de Principios sobre la Tolerancia. Esta declaración define a la tolerancia como el respeto y el saber apreciar la riqueza y variedad de las culturas del mundo y las distintas formas de expresión de los seres humanos.

Por otro lado, la sitúa en el marco del derecho internacional sobre derechos humanos, y pide a los Estados que legislen para proteger la igualdad de oportunidades de todos los grupos e individuos de la sociedad. Y es que la injusticia, la violencia, la discriminación y la marginalización son formas comunes de intolerancia; y es un deber moral luchar contra estos males, tanto desde el Estado como desde la sociedad civil.

Ahora bien, en esta encrucijada las leyes son necesarias pero insuficientes. Pues la intolerancia y los prejuicios individuales nacen a menudo de la ignorancia y del miedo: miedo a lo desconocido, al otro, a culturas, naciones o religiones distintas.

La intolerancia también surge de un sentido exagerado del valor de lo propio y de un orgullo personal, religioso o nacional, exacerbado. Actitudes individuales pero que colectivamente dan lugar a fundamentalismos religiosos, estereotipos, bromas raciales y a la xenofobia. De allí la importancia de que cada uno examine su papel en el círculo vicioso que lleva a la desconfianza y a la violencia en la sociedad. Regularmente debemos preguntarnos: ¿soy una persona tolerante? ¿Juzgo a los otros con estereotipos? ¿Rechazo a los que me parecen diferentes?

Cabe recordar también que los valores se aprenden a una edad muy temprana, sobre todo a través del ejemplo de los padres y en la escuela. Por eso es necesario adquirir conciencia respecto a los principios que les transmitimos a nuestros hijos en el trato cotidiano con otras personas, ya sean familiares, empleados o gente de la calle. De igual manera se debe poner énfasis en la educación y enseñar la tolerancia y los derechos humanos a los niños para animarles a tener una actitud abierta y generosa hacia el otro.

Las personas que cultivan este valor en sus hogares y colegios reconocen y respetan los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los otros. Algo que es fundamental, pues la gente es naturalmente diversa, y sólo la tolerancia puede asegurar la supervivencia de comunidades mixtas en cada región del mundo.