Escribir en castellano puede resultar muy difícil para un indígena; lo mismo pasa con el aymara para quienes no hablan esa lengua. Mucho más cuando no se tiene una tradición de lecto-escritura, que requiere de práctica y constancia. Por ejemplo, varios universitarios han intentado —sin éxito— escribir su tesis en aymara; unas veces por falta de dominio de la escritura de dicha lengua; otras, por la falta de docentes que puedan evaluar esas tesis.

Un buen día, hace años, llegaron dos estudiantes de una universidad en la que yo no daba cátedra portando sus tesis escritas en aymara para que las corrigiera. Acepté gustoso. Al abrir una de las investigaciones, lo primero que encontré fue que las frases estaban escritas siguiendo el orden gramatical del castellano: sujeto, verbo y predicado. Esta interpolación de la lógica castellana al aymara es uno de los mayores problemas entre los estudiantes de las nuevas generaciones; y aunque algunos ya han superado tal dificultad, siempre se les escapa alguno que otro error.

Existen otras faltas típicas que se presentan en la redacción del aymara que también deben ser evidenciadas y subsanadas. Sin embargo, no por eso se va a dejar de redactar en ese idioma, aduciendo que es difícil escribir; también lo es el castellano, y peor aún para los andinos. En las universidades no hay tesis que no pase por manos de un corrector de estilo, así que hay remedios. Lo escrito en aymara, desde cualquier punto de vista, está bien, aunque tenga deslices. Es el primer paso hacia un trabajo de excelencia y por tanto no es posible criticar alegremente. No se descalifica a un niño que empieza a balbucear sus primeras palabras.

Se ha necesitado mucho tiempo para comprender la importancia de escribir en los idiomas andinos, y de desarrollar una ciencia propia para no investigar desde ópticas ajenas. Ello debido a que estas culturas fueron “civilizadas” por más de medio siglo, desde 1952. Para los iniciadores de los primeros libros en lenguas indígenas, ha sido como volver a nacer, pero esta vez en su esencia, y eso hay que aplaudir.

Para muchos, escribir en castellano les resulta difícil, y se les ha dicho que es inclusive más complicado redactar en aymara; y lo peor es que se lo han creído, pese a que saben hablar bien ese idioma. Tampoco han contado con un profesor-psicólogo que les quite el “trauma” y les haga confiar en su lengua y en lo que saben. Para escribir un idioma es fundamental saber hablarlo y, sobre todo, tener la predisposición de aprender.

Lo importante es que existen los libros suficientes como para comenzar a producir una bibliografía propia, en aymara. Esto representa una luz para seguir avanzando en un mundo oscuro en el que todavía se cree en una verdad absoluta.

En todo caso, para escribir bien el aymara hay que ser rigurosos. Además del uso adecuado de las comas en el orden sujeto-objeto y verbo, hay que tener en cuenta que no existe fusión de palabras. Asimismo, se tienen que considerar que usar un léxico como sufijo es catastrófico: jama vs. jama, tuqi vs. tuqiña, aru vs. laxra. Hay que saber usar las cuatro pachas, dos sufijos y dos léxicos. Kunalaykutixa, unida o separada, es como una verruga en la nariz. También es urgente saber emplear el sufijo “sti”, que sólo vale en situaciones interrogativas. En este afán, los libros escritos en aymara de Justino Callisaya, José Luis Márquez, Álex Tito Ruiz, Máximo Quisbert, y publicados por la universidad Tupak Katari son un nuevo hito.