El 26 de noviembre se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, tema que no podemos dejar pasar desapercibido. Estamos en un país, en un continente y en un mundo donde la constante es el intento de igualar la forma de existir y de vivir, y el diferente es quien va en contra de las reglas, y a veces es la solución a este intento de homogenización del ser.

Siguiendo al psicoanalista Jacques Lacan, no sólo se trata de diferencias entre los sexos, de cuerpos, de culturas, sino y fundamentalmente de diferencias en las maneras de gozar; goce que hace a lo más auténtico, único e inimitable del ser humano. Sin embargo, y como propiamente humano, es preciso entender que estas genuinas formas de satisfacer la pulsión en nada se relacionan a un encuentro apropiado y justo con el placer, sino que pueden incluso estar vinculadas a un insondable malestar. Es en este universo diverso en el que justamente estas diferencias no pueden registrarse, ni aceptarse e incluso ni soportarse. Allí encontramos la semilla de la segregación y la violencia.

La violencia la hilamos como un intento de segregar la diferencia: violencia hacia y desde lo diferente. Sin embargo, el origen de la segregación está precisamente en lo que Sigmund Freud llamaba “instinto gregario”; se segrega lo que se encuentra en el ámbito más cercano, próximo y fraterno a nosotros mismos. Se podría pensar ¿en el goce propio estamos exilados, del Otro, del Otro ser, del Otro goce?

La agresión en el acto proferido supera lo insoportable de la diferencia enigmática con el Otro, que se torna inconciliable, en tanto a su otra manera de gozar. Este acto supone la presencia de una energía opuesta a la energía de vida. Traspasar la frontera es golpear al Otro, en ese mismo cuerpo portador del ser incomprensible, inexplicable, o extraño. El golpe se nos aparece como un intento de desvanecer la diferencia existente, perpetrándola en el cuerpo por ser éste el receptáculo donde ese goce diferente se realiza, tocando al goce en su morada.

Antes, la naturaleza nos aparecía opuesta a la cultura o civilización, la cultura opuesta a la violencia, exigiendo esa renuncia. ¿Dónde estamos?, ¿estamos tan perdidos?, ¿transmutamos? Hoy, la destrucción y la agresividad son inherentes a la cultura, el acto de violencia se aproxima a algo de características humanas, que frena…

El psicoanálisis exalta atisbar, escuchar, palpar, esbozar y expresar que no hay una manera, las hay varias; como que no hay un tipo de sujeto, los hay varios. La manera de gozar, además de única y auténtica, es ante todo diferente a la del Otro. Precisamente en el entendimiento de la diferencia, elevada a categoría ética, es donde se podría encauzar la posibilidad de la no violencia, a opción y elección del cada cual y el cada quien, en el entendido de que a mayor universalización, mayores procesos de agresión, violencia y segregación. El cuerpo y el ser, dejado a golpear, de la mujer labradora y dueña del mismo nos depara otro tema, largo, profundo y de otro momento…