Pueblos mapuche y guaraní
De retorno de una reunión de unos 30 jesuitas y otros allegados de toda América Latina en territorio mapuche, para intercambiar experiencias y reafirmar nuestro compromiso con los pueblos indígenas, compartiré con ustedes una de las muchas vivencias que allí tuve, relacionada con el pueblo indígena que nos acogió.
La Nación Mapuche, al sur de Chile y Argentina, muestra sugerentes paralelos históricos con nuestra Nación Guaraní del Chaco boliviano. Ambos han sido pueblos guerreros que, habiendo tenido contactos muy tempranos con los españoles, supieron resistirles hasta ya avanzada la época republicana. Ambos se habían resistido a ser “Estado” y a tener una organización unitaria; y, al parecer, su estilo guerrillero con alianzas coyunturales (con unos u otros según cada contexto) les dio buen resultado.
Con los mapuches —en este caso, por mediación del sacerdote jesuita Luis de Valdivia— ya en 1612 se estableció una “frontera” en el río Bio Bio: españoles-chilenos al norte; mapuches libres, al sur. Se mantuvo, en medio de incursiones y al menos 14 koyag (“parlamentos” para reforzar la paz), hasta avanzado el siglo XIX, ya en plena República. La relación entre los guaraní-chiriguano y los españoles-bolivianos no quedó tan institucionalizada, pero también allí existió una zona que hasta hoy se llama La Frontera desde unos 100 kilómetros al sudeste de la capital La Plata (Sucre). Todo empezó con la silenciosa victoria guaraní sobre el Virrey Toledo, que salió enfermo y derrotado de su intento de conquista, simplemente porque los amenazados evitaron hacerle
frente. Pero no se generó allí una instancia semejante a los “parlamentos”; fue más bien de una frontera de guerra, llena de acciones en ambos sentidos.
No obstante después, ambas repúblicas decidieron acabar con aquellos territorios más o menos autónomos. En Chile esa conquista tardía culminó con la derrota mapuche en Ñielol en 1881; en el Chaco guaraní, con la derrota de Kuruyuky en 1892. Pero ni una ni otra fue el fin de esos dos pueblos, aunque por caminos diferenciados como diversos son sus gobiernos. La actual democracia chilena, si bien ha reconocido para los mapuches algunas tierras (no “territorios”), sigue imponiendo con dureza una política estatal de avasallamiento; sobre todo ahora por parte de poderosas empresas forestales, hidroeléctricas. Estando allí, tuvimos también que eludir bloqueos contra una nueva Ley de Pesca a favor de siete grandes
empresas que convierten el Pacífico Sur en una especie de “latifundo marítimo”.
Chile recién reconoció el Convenio 169 de la OIT en 2009; es decir, con 20 años de retraso; y ahora sólo lo aplica con bemoles. Hasta 2011 mapuches acusados de quemar algún camión maderero forestal eran absurdamente juzgados como “terroristas”, y recibían sanciones muy desproporcionadas (lo que no se hacía con no mapuches acusados de delitos semejantes). Eliminar tal desatino ha exigido largas huelgas de hambre de los así condenados.
En Bolivia, el Gobierno del aymara Evo empezó en 2006 con una CPE mucho más favorable. Incluso dos municipios guaraníes (Charagua y Huacaya) iniciaron su proceso de conversión en autonomía indígena, que avanza a trompicones. Pero avanza sin descartar que se amplíe a otros municipios y territorios vecinos; y pese a que, desde que en 2010 el MAS logró control legislativo por dos tercios, ha bajado bastante el interés del Gobierno por el empoderamiento indígena, sobre todo con referencia a las minorías de las tierras bajas.