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¿Biocarbón?

Ha pasado mucha agua bajo los puentes desde que los enciclopedistas “lo habían descubierto ya todo hace 250 años”. Continuamos maravillándonos con conocimientos que aparecen cada día y con aquellos del pasado que nunca vislumbraron nuestros tatarabuelos. Realmente en la tónica de la humildad cartesiana moderna, casi todo debería estar: por inventar, o… por redescubrir,

Orellana en la relación de su extraordinario viaje de descubrimiento del río Amazonas nos habla de la pobreza de sus suelos amarillos (oxisoles) y de una extraordinaria tierra negra de los indios (terra preta) en la que una civilización que desapareció cultivaba toda clase de productos. Se consideró esto como fruto de la mitomanía conquistadora. Sólo hasta hace unos 20 años, investigadores serios comenzaron a desentrañar el misterio de 3.000 años, redescubriendo uno de los inventos más importantes para la humanidad, un concepto que podría convertir nuestra Amazonía o el altiplano en un “jardín del edén” si comprendemos su importancia social, económica y ecológica.

El estudio demostró que dicha tierra negra contenía una pequeña cantidad de carbón de madera finamente molido. Un carbón microestructurado casi eterno (vida media de 1.000 años) que sirve de habitáculo a millones de microorganismos que cambian, para siempre, la ecología del suelo. Se aprovechan en estos nanorreactores biológicos, nutrientes no disponibles, se retiene humedad, se evita la dispersión de nitratos o la producción de metano —el peor gas ambiental— y, en especial, se captura eternamente carbono, a diferencia de la materia orgánica agregada al suelo que desaparece en menos de cinco años convertida en gas invernadero. Los suelos estériles se hacen fértiles, cualquier abono orgánico o inorgánico se potencia y prolonga.

¿Cómo se fabrica? Se puede producir en casa con la técnica milenaria de quemar madera, pasto seco, carbonizándolo sin aire, enterrado bajo el suelo como lo hacían nuestros abuelos, o en modernos reactores que hacen lo mismo mientras aprovechan gases y líquidos de la “pirólisis” (así se llama) con lo que se captura económica y ecológicamente el metano, el monóxido de carbono y los líquidos de pirólisis parecidos al diésel. El proceso transforma para siempre la materia orgánica de desecho en profertilizante eterno o en combustibles que protegen el ambiente de su degradación. Un gana-gana en todo su sentido.

En Colombia, el doctor Leonardo Carvajal llevó la innovación más extraordinaria de la agricultura, primero al campo veterinario donde las fermentaciones que genera el carbón activado, estimulan el sistema inmunológico intercelular a niveles insospechados, llegando a curar cáncer bovino y finalmente está siendo experimentado clínicamente en humanos.